“Deslumbrantes copos de ensueño deslizándose por los aires” Truman Capote

Siempre estaba allí. El trineo y los perros a punto de saltar la zanja. No se distinguía bien en la semioscuridad que reinaba en el comedor de mi tía Lita.  Apenas entrar y ya me encontraba con esa pequeña esfera de vidrio transparente ubicada sobre una mesita ratona. Al lado de un florero vacío que se llenaba de gladiolos cuando había una fiesta. Quieta y muda con su casita de tejas rojas, los pinos verdes detrás, las montañas blancas en el fondo, la nieve amontonada en el suelo y claro, el trineo en la puerta siempre listo para iniciar el viaje. No andes jugando con eso; es de vidrio y si se cae se va a romper. Mucho miedo que la nieve se desparramara por todos lados y que mi tía tuviera que secarla rápido para que no se mojara el parquet ni los patines afelpados que siempre estaban en la entrada.

El olor del piso encerado se mezclaba con el de los pinos cuando al final yo, lejos de la mirada de mi tía,  lograba dar vuelta la esfera. Y ahí se producía el milagro, la nieve empezaba a caer mansamente sobre el trineo y las tejas rojas. Y se desparramaba por los pinos. Los perros se agitaban con el viento y el frío. Así debía ser el paisaje por donde andaba Papa Noel cargado de paquetes y que yo trataba de imitar poniendo algodón por todos lados cuando armaba el pesebre. Demasiado algodón me decía mamá pero yo ni la escuchaba. Montañas marrones de papel madera, nieve de algodón y el niño Jesús recién nacido durmiendo plácidamente en su cuna sin reparar en los Reyes Magos que habían venido a ofrecerle tantos regalos.

Pero yo doy fe que la nieve dentro de la esfera no era de  algodón y que el frío era tan cierto como que me helaba la punta de la nariz. Bastaba sólo con que mi dedo índice empujara el  vidrio para entrar a la nieve y correr con el trineo, saltar la zanja y llegar más lejos mucho más lejos. Entonces el encuentro con papa Noel se volvía muy posible y también el chocolate caliente que Heidi me había prometido si iba a visitarla. Entonces como no empujar el vidrio si allí estaba todo lo soñado. Mis trenzas rubias dentro de un gorro de lana y un abrigo de piel que me cubría las rodillas. El viento que me enfriaba la cara. Los perros que me salvarían de los lobos si se atrevían a acercarse y el chocolate no tan lejos. A la vuelta de la esquina asomaba la cabaña del abuelo de Heidi sobre los Alpes suizos. Y ellos siempre me estaban esperando.

Como no empujar el vidrio con mi dedo índice si allí me esperaba Jo March, con sus patines para andar en la nieve y varios libros bajo el brazo y al fin podría preguntarle si eran novios con Laurie y también si su papá por fin  había regresado de la guerra. Y en ese paisaje tan desolado y nevado asomaban las Cumbres Borrascosas que escondían tantas pasiones alocadas y Jane Eyre trabajaba de institutriz mientras se enamoraba del sr. Rochester. Y él de ella. Apasionadamente. Es que de este lado de la esfera todo era alocado, apasionado y tan hermoso

Pero en aquel entonces tan lejano yo ya sabía que con sólo volver a empujar el vidrio regresaría al calor del verano y al patio con jazmines. A la moto de Tito que me hacía volar por el aire y a mi primo Oscar que me enseñaba a bailar el rock al compás del reloj. En ese patio se festejaban unas abundantes Navidades sin nieve y el novio le regaló una hermosa serenata a mi prima Nilda con valses y tangos. Allí leí mis primeros discursos alusivos a varios acontecimientos familiares recibiendo muchos aplausos y lágrimas de la concurrencia, porque me especializaba en los “golpes bajos” que siempre causan su efecto.

Después nos fuimos separando casi sin darnos cuenta. Mis tíos, tías y primos del pasaje Arquímedes empezaron a alejarse de mi vida. Y yo de la de ellos. Se podría decir que las ocupaciones, las muertes y las diferencias que en un momento de mi adolescencia fueron demasiadas nos impidieron seguir estando cerca. Además ellos se mudaron. No hubo más patio con jazmines. Mis primos se casaron. Y yo no volví a ver la esfera nevada. Primero la extrañé un poco hasta que con el tiempo logré entender que en realidad me la había llevado conmigo aquel día último en el que fui a despedirme. Y entré al comedor y volví a verla. Brillante y tan prometedora. Subyugante y atrayente. Y creo que me la robé y la guardé para siempre en el bolsillo de mi blazer azul. Y ya lejos de la casa. Lejos del patio con jazmines y de los valses y del rock comprendí que la esfera se había quedado conmigo.

Y aún hoy la conservo. Y sé que sólo con empujar el vidrio cede y que la nieve vuelve a ser de verdad y que mis mejillas vuelven a enfriarse cuando camino por Paris y me encuentro con la Maga que ni me mira porque va apurada a encontrarse con Horacio en alguna de sus ya conocidas esquinas y Aureliano Buendía me saluda sacándose el sombrero y apantallándose las mariposas. Mientras Sook de la mano de Capote sigue preparando sus tartas de fruta para la Navidad que se avecina y le promete a Buddy que va a ver nevar en Nueva Orleans.

Ya sé que sólo con empujar el vidrio va a ceder y todo lo que yo quiera volverá a suceder. Así es la magia de la fantasía. Esta ahí no más. Al alcance de tu dedo índice.

2 COMENTARIOS

  1. Graciasss Ana! “Del otro lado del espejo” de Alicia hay tanto placer que me vinieron ganas de invitarlos a cruzar …. y que bueno que vos lo hiciste …

  2. Noemí, qué hermoso y emotivo relato. El viaje por un mundo imaginario, de fantasía (la que quiera y conozca cada une) causa tanto placer! Y está en nuestras cabezas y nuestros corazones. Nos transporta a las vivencias más sensoriales y difíciles de describir.
    ¡Qué bien lo hiciste en este relato!

    Me encantó la frase “demasiado algodón me decía mamá pero yo ni la escuchaba”. Con ese tono de niña inocente, sin maldad, inmiscuída en el juego, en la historia creada.
    Muy hermoso

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