Parece haber una interpretación dominante respecto al resultado de las últimas elecciones (PASO legislativas): ganó la derecha. A punto tal que, más que una interpretación, la preposición adquiere el status de certeza.

Juntos por el Cambio obtuvo la victoria en 16 de las 24 provincias y el Frente de Todos se impuso solamente en 6. Respecto a la cantidad de votos, el oficialismo obtuvo 4 millones de votos menos que en las primarias de 2019 y Juntos por el Cambio casi 800 mil votos más. Por otra parte, la participación en las elecciones fue de un 68%, la más baja desde que se implementaron las PASO en 2011 y, en comparación con las PASO de 2019, sufragaron 2.5 millones de personas menos. Respecto a los votos en blanco hubo entre 3.4 y 4% a nivel nacional (más de 700.000 votos) y Mendoza, Buenos Aires y Santa Fe fueron las provincias con porcentajes más altos (9.54 %, 4.45% y 4.55%, respectivamente). Por último, creció la izquierda en varias provincias logrando un resultado sorprendente en Jujuy (23.31%) y también fue fuerte el crecimiento de la ultraderecha en CABA de la mano de Milei (13.66% de los votos). No es la intención de este breve recuento sacar conclusiones tajantes sino, más bien, dejar en claro que el resultado es lo suficientemente amplio como para permitir variadas interpretaciones.

Sin embargo, los dos polos arquetípicos del escenario político argento (peronismo-antiperonismo), casualmente, coinciden. Uno podría introducir la idea de que, al tratarse de una interpretación dominante, un posible esquema de entendimiento capaz de aprehender sus significancias es el que se establece cuando se orbita alrededor de la noción de hegemonía.

El concepto de hegemonía se aventura a pensar las posibles relaciones entre lo particular y lo universal. Por ello es menester señalar alguna de las posibles implicancias dialécticas entre ambos polos. Si se observa bien, sin necesidad aun de introducir el concepto de hegemonía, lo universal parece tener un carácter aparente en la medida en que, por definición, es incapaz de abarcar el particular del cual es su negación. Para el caso, vale lo mismo que lo que Lukács señalaba para lo mediato/inmediato:

“Inmediatez y mediación son, pues, no solo modos de comportamiento coordinados y recíprocamente complementarios respecto de los objetos de la realidad, sino también y al mismo tiempo (…) determinaciones dialécticamente relativizadas. Esto es: toda mediación tiene que arrojar necesariamente un punto de vista o posición en los cuales la objetividad que ella produce asuma la forma de inmediatez.” (Lukács; 1969. P. 211)

De hecho, lo universal reviste un carácter inmediato dado que supone la ausencia de cuestionamiento. A su vez, como es propio de este autor, la introducción en el razonamiento del punto de vista y de la objetividad, de alguna manera, reordena las distintas dialécticas posibles en torno a la de sujeto-objeto. Lo universal es tal siempre desde un punto de vista (particular) que, al hacerse mundo, termina por impregnar y, en cierto sentido, transformar la materia donde se plasma. El resultado de las PASO pasa entonces a ser “ganó la derecha”.

La hegemonía se inserta en el tránsito de lo particular a lo universal, pero por la propia lógica del concepto, dicho universal es siempre aparente, como una dialéctica impotente. Se la suele explicar —correctamente— como la capacidad de un punto de vista particular de volverse universal. Esto implica varias cuestiones: el carácter aparente de ese universal producto del proceso hegemónico llevado a cabo, no es asimilable al concepto de falso; la apariencia es real, existe y su existencia no resulta indiferente para todo lo otro que también existe. Es más, su carácter universal tiende a condicionar e imponer el marco y los límites de lo que entendemos como realidad. Por otra parte, el halo universal que ha logrado implica una negación de su carácter particular. Ejemplifiquemos: Dentro del ámbito de la lucha de clases, la clase o fracción hegemónica, para atravesar con éxito el proceso hegemónico que pone en acción, debe necesariamente tener la capacidad de poder incluir de alguna manera (subordinada) al resto de los intereses de las clases dominantes y, también, al menos alguna de las reivindicaciones de las clases subordinadas. Esto tiene que implicar una transformación del punto de vista particular inicial desde donde se inicia la práctica/proceso hegemónica. Desde el otro polo, el de las particularidades subsumidas en el proyecto hegemónico, la inclusión de sus puntos de vista particulares o intereses es también una tergiversación de los mismos. Ilustremos con la gema que encuentra Poulantzas en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” de Marx:

 “En un país como Francia… Es preciso que una masa innumerable de gentes de todas las clases burguesas… participen de la deuda pública en el juego de la bolsa en la finanza ¿Todos estos participantes subalternos no encuentran su sostén y sus jefes naturales en la fracción que representa esos intereses en las proporciones más formidables, que los representa en su totalidad?” (Poulantzas; 2007, p 310)

Después de este recorrido, al volver a la coyuntura actual, se puede vislumbrar que la interpretación dominante “ganó la derecha” —en virtud de su carácter hegemónico— tiene que incluir de alguna manera al resto de las particularidades desde la que ella no emana. Dado que se trata de una interpretación que, cual zapato, encuentra su mejor “cenicienta” en la derecha, cabe preguntarse de qué manera incluye al resto del arco político que la considera como evidencia objetiva. Necesariamente nos topamos con el peronismo representado por el Frente de Todos. Cuando los representantes de dicho frente opinan y actúan bajo el precepto “ganó la derecha”, de qué manera, bajo qué artificios logran acobijarse bajo el halo de este diagnóstico. Como primer punto, es muy probable que el Frente de Todos proyecte en el resultado electoral su propio recorrido. Es decir, no es que el sentir social corrió hacia la derecha el centro del abanico político que es el lugar al que al peronismo le queda —supuestamente— bien, sino que este frente político viene derechizándose desde el resultado de las PASO de 2019 cuando aún ni siquiera eran gobierno. De esta manera, el peronismo se coloca como ese típico comentarista de fútbol que a los cinco minutos de comenzado el partido lanza al aire su “diagnóstico” sobre el problema o el mérito del equipo hegemónico del caso (“el 10 no la toca” “Los tres puntas le hacen bajar el volumen de juego”, etc..) y luego, sea cual fuere el resultado, encuentra la forma de interpretar el desenlace bajo los imperativos con el que se encargó de inocularnos en un principio (“Cuando el 10 entró en juego el equipo empezó a jugar”, “la falta de juego terminó compensándose por la contundencia que mostraron los tres puntas”).

No puede dejar de resultar sintomático que la disputa peronismo-antiperonismo, no obstante, se englobe hegemónicamente bajo una misma interpretación del resultado electoral. Porque si no hay disputa en el terreno de las interpretaciones, en dónde se supone que está.

Seguramente habrá razones, que podríamos calificar como “exteriores”, que hagan que el peronismo opte por esta interpretación. Por un lado, siempre le resultó más conveniente discutir con la derecha que con la izquierda y bajo esta lógica ha diagramado sus estrategias discursivas y comunicacionales. También se puede recurrir al argumento de los medios de comunicación que imponen agendas y contribuyen a establecer un punto de vista hegemónico que vendría a ser como un traje que el Frente de Todos —mal que le pese— sí o sí tiene que calzarse para salir a la disputa política. Sin obturar el peso de estas posibilidades, lo importante es no perder de vista las razones inherentes al peronismo que lo llevan a optar por esta vía interpretativa. Como Eduardo Basualdo ha sabido explicar, el peronismo no es ni ha sido un movimiento que cuestione al sistema imperante como un todo, sino que tanto en su etapa kirchnerista como en el peronismo histórico, su cuestionamiento ha sido hacia el modo o patrón de acumulación que lo antecedió. Por ello su “enemigo” por excelencia ha sido la oligarquía y no la burguesía. El kirchnerismo reactualiza este enemigo en el capital financiero internacional en alianza con la oligarquía. Por ende, mediante la crítica del modo de acumulación imperante con el que se encuentra cuando pasa a ser poder, intenta terminar de imponer uno nuevo (peronismo histórico) o, al menos, ponerlo en entredicho (kirchnerismo). Se trata de un movimiento que nunca ha terminado de salir de aquella lógica que versa sobre las condiciones necesarias para volver viable el capitalismo en Argentina. Poner en entredicho al sistema capitalista, equivaldría a ponerse en entredicho a sí mismo. A su vez, como señala Zizek en su crítica a la tentación populista, esto implica cierta mistificación que en verdad consiste en una renuncia a entender la complejidad de la realidad social sobre la que impera. Colocar a la oligarquía o al capital financiero como principal enemigo del pueblo es una perfecta ejemplificación de qué es una mistificación.

Aunque hayamos pivoteado sobre la idea “la derecha ganó la elección”, ejemplos de este tufo hegemónico también lo podemos encontrar en la opinión “hay que arreglar con el fondo”, “hay que pagar la deuda a los bonistas”, “hay que aumentar las exportaciones para generar divisas (y así pagar la deuda y desarrollarse)”, “hay que generar mecanismos de exención impositiva para fomentar las inversiones” y, más reciente, la curiosa “transformar los planes en trabajo”.

Indudablemente resulta indispensable recordar las palabras lanzadas por el economista liberal Guillermo Calvo que, en julio de 2019, opinaba:

“Cristina es lo mejor que le puede pasar al país” porque “va a aplicar el ajuste con apoyo popular, culpando al gobernante previo.” ( https://www.perfil.com/noticias/economia/guillermo-calvo-dijo-cristina-kirchner-va-a-ajustar-con-apoyo-popular-culpando-mauricio-macri.phtml)