Cuentan que al oír tan desaforados gritos las últimas ratas que agonizaban de hambre en sus cuevas, se reanimaron y echaron a correr desatentadas conociendo que volvían a aquellos lugares la acostumbrada alegría y la algazara precursora de abundancia.” (Echeverría, El matadero)

Año 2021. Semifinales de la copa Libertadores. Palmeiras- River. La vuelta en Brasil.

Alguien tenía que cubrir la semi. Y digamos que, dada la pandemia y el acelerado crecimiento de los casos y de las muertes que se estaban dando allá, los posibles candidatos no éramos muchos. Estábamos José y yo, pero él tenía más chances de retobarse por la antigüedad. Yo en cambio era un pichi y si decía que no, podía llegar a pasar que una mañana revisando la correspondencia me encontrase con el telegrama… Y encima, hincha de River. Me acuerdo que mis compañeros hasta me boludeaban “Si tenés aguante vas a ir ¿sos hincha o no?”

Así fue que un martes a la tarde “ascendí” por los cielos rumbo a San Pablo rogando que no se cancelen los vuelos para la vuelta. De más está decir que el avión estaba desértico. Incluso — y no porque el diario lo garpara— terminé pegando primera clase.

Aeropuerto, taxi, hotel, cinco palabras salvadoras en brasilero y no mucho más para contar. Ni se me pasó por la cabeza salir, la habitación la verdad que zafaba así que lo primero que hice fue bajarme el alcohol en spray que me dieron cuando me registré. Tiré compulsivamente por todos lados. Después miré el menú y pedí lo que me acordaba qué era: Frango (pollo) con algo… creo que arroz. Nada del otro mundo pero estuvo bien. Al otro día bajé al comedor y le entré duro al “Café da manhã” (el momento que estaba esperando), me serví una taza de café con leche detrás de otra a la par que me servía unos budines raros y frutas varias de las que ni sabía ni sé el nombre. Jamón, huevo y todo eso ni a palos porque me da retorcijones de sólo pensar en comer ese tipo de cosas a esa hora. En fin, ni se por qué estoy contando esto —o sí y es por ese defecto de perderme en los detalles—, pero bue… Pasemos directo a la previa del partido.

En esa época claramente decadente —es probable que ustedes ni se acuerden— a algún genio “creativo” de la Conmebol (que en realidad era un lobista de un sponsor de la Conmebol) se le había ocurrido la idea de hacer los encuentros definitorios más “picantes”, agregarles un condimento extra. Parece que con el fútbol no alcanzaba, tampoco con las payasadas de nosotros los periodistas deportivos, con la “polémica”, las cámaras de alta definición y las infinitas tomas de ángulos y contra ángulos. Más aún si tenemos en cuenta que a esa altura ya se había prohibido que los hinchas concurriesen a la cancha —covid mediante—. Entonces se decidió hacer el experimento de hacer jugar a los equipos en situaciones y “terrenos” bizarros. El argumento era que el nivel de los partidos era de por sí bastante mediocre así que con esta “innovación” no es que se iba a perder un fútbol de alto vuelo ni mucho menos. Me acuerdo que la otra semi, de Nacional vs Santos, la hicieron en un símil castillo inflable de esos que se usaban en los cumples de los pibes, pero con forma y tamaño de cancha de fútbol. Para sumar, los equipos se enteraban con una semana de anticipación de las “superficies” donde les iba a tocar jugar. Una completa locura que, no obstante, en esa época pasó como si nada… así fue que se decidió que Palmeiras vs River se jugase 7 contra 7 en una pileta que hacía las veces de cancha, la bocha nunca se iba, sino que rebotaba en la pared y se seguía jugando. Falta lo más importante: la cancha/pileta iba a estar cubierta con 50 cm de agua, una especie de partido hiper embarrado pero artificial y con piso de cemento en vez de tierra. El esfuerzo físico y las potenciales lesiones era tan grandes que cada equipo podía hacer hasta 10 cambios. Cuestión que estábamos ahí en la previa conversando con un par de colegas argentinos (poquitos éramos) y empezó a circular el rumor de que un rato antes del partido iba a aparecer el presidente de Brasil, confeso hincha de Palmeiras. La verdad que mucha importancia no le di, no era ni soy muy afecto a los temas políticos, sabía lo que en ese momento sabía cualquiera sobre él, ni más ni menos. A todo esto, la música brasilera onda carnaval sonaba al palo y rebotaba por el rectángulo gigante de cemento y se esparcía por el globo que recubría a la pileta… era francamente insoportable porque si bien había unos cuantos huecos en el globo que tenían como función garantizar una buena entrada de aire exterior —ponele—, la combinación entre el sonido típico de una pileta y la música brasilera era asfixiante. Y encima en un momento me doy cuenta de que estaban empezando a repetir temas, ¡tenían una lista loopeada! Al principio te la bancabas, pero con el paso del tiempo empezabas a sentir como un mareo y una fatiga producto de la abrasiva bola de sonido.

Si me escucharon hasta acá, espero no se decepcionen: no les voy a contar el partido. El resultado ya lo saben todos y si creen que hay algo que merece ser revivido —yo creo que no—, lo buscan en la nube que seguro está.

Una media hora antes del comienzo del match, hicieron su entrada 10 o 20 patovas handy en mano y al toque ya rodeaban toda la pileta. Igual, más allá de esto, como pasar algo nuevo no pasaba nada. En el lugar habría ¿500 personas? Periodistas, dirigentes, canas y algunos otros que andá a saber qué pito tocaban. De toque, empezaron a aparecer un par de camarógrafos que no eran de la transmisión oficial. Se olfateaba que en cualquier momento Jair iba a hacer su aparición. El tema vino como anillo al dedo a las tediosas charlas de cuando estás al pedo en el laburo, y se sumó al clásico de los chistecitos graciosísimos sobre las chicas que contrataban para aparecer con carteles de marca cuando los jugadores daban entrevistas al final del partido.

Me di cuenta que la música podía estar mucho más fuerte cuando me empezó a vibrar el cuerpo gracias a esos graves de woofer exagerados que eran fetiche en esa época ¡Y además ya aturdía! En ese momento —ahora sí—, escoltado por 4 patovas adelante y cuatro atrás, apareció él. En malla, con la remera del Palmeiras y una bandera del mismo equipo sobre sus hombros, los camarógrafos lo rodeaban y se podían seguir sus movimientos también por la pantalla del estadio.  Mucho revuelo y gritos agudos llegaban a colarse detrás del muro de sonido que generaban la música y su rebote por todo el espacio. El tipo se metió adentro de la pileta con una sonrisa dibujada en su rostro y, en una especie de bautismo, metió la cabeza debajo del agua. Después le alcanzaron una pelota y la sacudió de un pelotazo. Los pocos espectadores lo vivaban, él seguía sonriendo y haciendo su clásica metralleta. Y ahí fue que la ligaron las pibas sponsor. Rápido, se acercó y sacó a una de las tres a bailar rompiéndole con una mano una de las tiras del barbijo, en posición tipo tango, la revoleaba de un lado al otro, la apretaba y ponía cara contra cara. Le gritaba cosas al público, pero creo que ni yo ni nadie entendía ni llegaba a escuchar qué. No sé si por los flashes o las luces que acompañaban a las cámaras, al observar la escena en la pantalla gigante, se notaba un aspecto blanquecino en su rostro, como si se tratase de una máscara y no de una cara real (aunque fuera claro que lo era). Tipo personaje de ópera. La pobre piba estaba pálida y se notaba que, aunque intentaba, no podía ni llegar a simular una sonrisa. De repente, la lanzó contra los patovas como si estuviésemos viendo una escena de una comedia musical y agarró a la segunda, una morocha que sí parecía prestarse mucho más al juego, haciendo esos típicos pasos de carnaval de Rio. Bolsonaro sonreía y le cacheteaba el ojete. No sé si fue una ilusión óptica, pero creo haber visto vibrar el agua de la pileta. Recuerdo que alguien me decía algo, pero ni sé qué, creo que ni lo escuché. La escena era como una mezcla entre una peli de David Lynch y otra de Fellini. La tercera piba intentó escabullirse pero la agarraron dos que parecían del público y la lanzaron hacia sus brazos. Jair aprovechó y, levantándola sobre sus hombros, la exhibió como si fuese un trofeo haciéndola girar 180 grados mientras seguía haciendo unos pasos de baile básicos pero efectivos. El super HD de la pantalla dejaba ver las lágrimas en las mejillas de la piba, los dientes apretados esperando que llegase el final lo más rápido posible. El éxtasis invadía o más bien envolvía al estadio. Todo era como un gran chiste hecho de pus, una histeria de máscaras, una placenta llena de acidez, una sutura que no cerraba sino que abría pero hacia dentro, fagocitando todo a su paso.

Me desperté y me vi acostado sobre una camilla de esas en las que se llevan a los jugadores. Me contaron que me desmayé y me llevaron a la enfermería. Pregunté por el partido y me dijeron que iban 10 minutos. Quise levantarme, pero les pareció que lo mejor era que me quedase un rato más ahí acostado. En el entretiempo alcancé a preguntar por el resultado.

1 COMENTARIO

  1. La frase de Echeverria ayuda mucho y dramáticamente al sentido del relato. Una gran metáfora de lo que es la pandemia brasilera vista desde un futuro cercano. Me divirtió y me dejó un sabor amargo.

Comments are closed.