Ilustración:Marcos Amayo.
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Es posible que venga dilatando hace mucho lo que sigue. Así funciono: todo lo que se me ocurre ya se me había ocurrido, solo que me lo había olvidado. Cuál es el disparador entonces que hace que finalmente me haya sentado -yo en el sillón, la laptop sobre mí- y esté escribiendo lo que escribo. Me enteré casi como de casualidad, a través del divague de la navegación con el telefonito inteligente, y digo navegación y me doy cuenta de lo bien que estuvo el que haya sido que puso ese nombre, tan bien que ya dejó de ser metáfora y se ganó el puesto de nombre. Y ahora el divague “navegativo” (¿?) se transfirió a estas palabras. Punto aparte.

Me enteré, decía, que Pablo Aimar escribió un cuento de fútbol. Lo busqué y solo encontré el principio, viene difícil la fase piratesca de la navegación así que tal vez compre el libro para poder leerlo. El cuento tiene que ser bueno, estoy seguro, aunque no tenga ningún fundamento para pensarlo. Si Pablo se animó y escribió un cuento ¿Cómo puede ser que yo aún no haya escrito sobre él? Parece que esta es la “relación” que tengo con Pablo: no solo me inspira, me sobreinspira. Para ponerlo en términos futbolísticos: no solo me dio el pase gol, me dejó la pelota al lado de la raya para que la meta.

Son años y años de seguir la trayectoria de Pablo Aimar. Se podría decir que hoy, con él retirado, yo sigo como en un rulo raro siguiéndolo. No solo por las entrevistas sino porque sigo repitiendo goles, jugadas, un partido entero si encuentro -youtube mediante-. No me resigno, lo quiero seguir viendo jugar. Es que Pablo me obliga a decir una frase que odio y que pensé que jamás iba a usar mas que como una ironía: Pablo es todo lo que está bien. También seguramente, haya un halo de nostalgia de, al verlo jugar, recordarme a mí. Puede ser, pero para mí no, es puro placer estético y nada más. Es que verlo jugar era, en serio, una expresión artística. Encima del fútbol, encima del oficio del artesano, era la aparición del arte. Como la sutileza de una sola pincelada de una pintura, o la genialidad de un par de notas en el medio de un solo de Harrison. Era ese momento trascendente. Tan trascendente que no puede ser más que un momento, un instante que se escurre entre las manos.

Hincha de River pero más aún hincha del fútbol y de la pelota, podía ver un partido del Valencia incluso por encima del de River solo porque jugaba él. Y cuando digo “jugaba él” quiero decir exactamente eso: jugaba él, sus compañeros… qué palabras usar para describir eso que “hacían”. Eran tan burros, tan amorfos que ni siquiera se daban cuenta del genio del compañero con la 21 en la espalda, que la divinidad, la suerte y -sobre todo- la plata, habían puesto a jugar para su lado. Recuerdo cómo sufría (y creía sufrir con él) cuando pensaba la mala suerte que le había tocado a Aimar de tener esos compañeros y sigo pensando que, de haber recaído en otro equipo, Pablo habría sido aún más grande de lo que fue. Hay muchos niveles de ignorancia: la ignorancia del inteligente que, consciente de sus falencias, transforma sus debilidades en potencia, crece y se proyecta desde sus errores. En el otro lado del rincón, el ignorante que no es siquiera consciente de su ignorancia y ojo que los soberbios son como un subgrupo dentro de éste. Así es en la vida y así es en el fútbol. Cuando te toca jugar con uno, no que no entiende el juego, sino que no entiende que no entiende, algo tan hermoso como este deporte se vuelve intolerable. Y no es que quien escribe sea un crack frustrado o algo por el estilo, sino que simplemente ama el fútbol y lo ama por encima de su propio narcisismo, intenta jugar este deporte como una suerte de colaborador de la pelota, que la lleva, la pasa y la toca pero que también entiende que su participación en cualquier momento puede convertirse en interferencia.

Reconozco que ya en el Benfica seguirlo se me complicó. No sólo los partidos no se transmitían, sino que también la vida de uno va cambiando, los 20 son como una nube densa donde medio que no te pones a planificar que el sábado a las 15hs vas a ver un partido de la liga de Portugal. O al menos así fue para mí. Salteé la etapa de River porque es difícil hablar de la felicidad, de ese trío con Saviola y Ángel, o de aquel partido -estoy casi seguro de entre semana-, escuchándolo por la radio cuando volvió el burrito, de la alegría de imaginarme por la radio verlos jugar a los dos juntos. Era, no exagero, un sueño hecho realidad. Me acuerdo también de su primer partido en la Selección, entrando desde el banco, al principio las cosas no le salen del todo bien, pero de repente tira una de sus clásicas paredes con Crespo y mete el gol argentino -creo que contra Chile-. Y de los juveniles, viéndolo en el “campito” familiar en una tele blanco y negro, acercándonos cuando era necesario a mover la antena porque aparecía la clásica interferencia. Habiendo hecho este repaso, ya no estoy tan seguro de que no hay un halo de nostalgia en todo esto.

Dejo lo mejor, lo que más me interesa para el final.

Cómo describir el juego de Pablo Aimar… Vertical, gambeta para adelante, maradoniano pero como en el aire, no tocaba el piso sino que se deslizaba por el campo, un sentido estético del movimiento a la vez que una eficiencia en la cantidad de movimientos y pases, no hacía nada de más. A veces se paraba, pelota adelante ofreciéndosela al rival, como diciéndole “vení a buscarla, acá esta” y se daba un cruce de velocidad mental y física, a ver si la movía justo antes de que el rival “picara”. Y en general, eso era lo que pasaba. Un carnaval de caños con pisadita en los vértices del campo rival, gran pegada, unos cuantos golazos de tiro libre más al primer palo que al segundo, gran asistidor en corto y en largo. Toda la habilidad puesta al servicio del juego sin perder un centímetro en el orden de la inteligencia, pasarla cuando había que pasarla, gambetear cuando había que hacerlo. Una capacidad para jugar paredes en velocidad y para adelante (con Saviola era una fiesta) digna de las mejores jugadas de Messi en el barça. De hecho, hay que reformar el código penal para castigar a toda esa runfla de técnicos de la selección que casi no lo hicieron jugar con Messi, más que algún que otro amistoso donde el ratito en que estuvieron juntos era como soñar que de repente habías llegado al equivalente futbolístico de un paraíso tropical. Su capacidad de jugar a un toque era asombrosa porque no se derivaba de falencias en otros aspectos de su juego. A veces, esa habilidad se desarrolla cuando al jugador no le queda otra que apoyarse en la velocidad mental para suplir la falta de agilidad o de reacción. No era el caso de Pablo, él dominaba todos los aspectos del juego. Además de todo era valiente, no se escondía y eso que en River se ha tenido que bancar cada patada…Inclusive, a veces no era la violencia sino la permanente falta porque en realidad los rivales no sabían qué corno hacer con él, quedándoles como único recurso cortar permanentemente el juego. Por último: un jugador de equipo; sabía adaptarse a las necesidades y los momentos del partido y además era agresivo en la recuperación de la pelota, no tenía problema de tirarse a los pies si la situación lo ameritaba. Releo la descripción y parece de mentira, pero créanme que era así.

Un día volvió a River, ya medio lesionado, le buscó la vuelta, se operó pero el físico no le dio… Así y todo, qué día feliz ese en que, entre lágrimas, tuve y tuvimos la suerte de verte entrar al campo de juego del Monumental, esa media hora que nos regalaste. Ese momento en el que entra un jugador que lo cambia todo, es como mágico. Todavía me sigue pareciendo incomprensible esa sensación mental y física cuando entre 22 tipos aparece uno que hace dos cosas aparentemente sencillas y, de repente, todos nos miramos y decimos “acá pasó algo”, sigue jugando y, como vos ese último día, lo cambia todo, como si una arquitectura hecha de hilos invisibles se montara abruptamente transformando el partido, el juego y el sentido. Porque más allá de ganar o perder, es un juego. Y a mí, me gustan los jugadores como Aimar, que alcanzan una altura que trascienden incluso el supuesto objetivo de este deporte. Que en definitiva, alcanzan otra dimensión que va más allá también de la diversión, trascienden el hecho futbolístico y se transforman en obras de arte. Y la verdad, no se me ocurre cosa más importante, que recordar que no somos sólo constructores de nuestras vidas, profesiones, recorridos e historias, también podemos generar hechos artísticos con nuestra propia vida, mínimos, sutiles para nosotros y los nuestros, básicos, sencillos y que -por qué no- pueden escurrírsenos entre las manos y desvanecerse en el aire. Y está bien que así sea.

5 COMENTARIOS

  1. Enormes palabras, creo que llevamos por dentro el mismo sentimiento por Aimar, yo tuve la suerte de verle en directo en Mestalla mientras estuvo en el Valencia y le he seguido y sigo todavía pues me parece otro nivel de jugador, solo discrepo en cuanto a las palabras relativas a sus compañeros por la parte valenciana que me toca. No sería un equipo de figuras ni había nadie tan talentoso como él ni de lejos, pero haber ganado dos ligas y una UEFA en una liga como la española donde juegan R. Madrid y Barcelona y llegar a dos finales de Champions creo que no es sólo mérito de un jugador ni por lo tanto creo que fuesen tan malos como comentas. Tampoco hay que cegarse, creo que Pablo no volvió a ganar ningún título Europeo fuera del Valencia, tan malo no sería el equipo. Más allá de esta puntualización, amén a todo. Un fenómeno y un genio del fútbol como muy pocos.

    • David, querido. Es verdad, tenes razón. Por algo ganaron todo lo que ganaron. Ciertamente, no soy objetivo pero tenes que entender que yo lo vi en River previamente al valencia. Acá la pelota pasaba por él, todos los compañeros lo tenían claro. Pared que tiraba, pared que le devolvían, pelota por abajo y nada de ir a luchar con los centrales del otro equipo. El equipo jugaba distinto, jugaba mucho más para él. Pero esto lo hace aun más grande: en un equipo con otras características, con compañeros acostumbrados a jugar a otra cosa y en otra posición, así y todo se destaco (y cómo). Por eso yo sufría, porque sabía que cuanto mas la pelota pasara por él, más lindo iba a volverse el partido y el juego.Pero igualmente te entiendo y te agradezco el comentario por que suma un montón, abrazo!

      • Te entiendo, tengo que decir (Aunque me duela desde mi valencianismo), que el verano que sonó para irse al Barça quería que lo ficharan para que la rompiese del todo y destacase aún más aunque no fuese con la camiseta de mi equipo, me podía el fanatismo por Pablo y sí, mucho más mérito hacer lo que hizo en un equipo con un fútbol antagonista a su juego, ahí destaca más su grandeza si cabe. Un abrazo desde España fenómeno! Siempre Aimar!!

    • jajaja, el virus del anti fútbol es un enemigo invisible que penetra lentamente en todos los ámbitos y esferas sociales

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