El libro profético que Leonard Cohen escribió en un monasterio Zen
Un poeta y músico contemporáneo como Leonard Cohen no podría haber pasado por la clausura en un monasterio Zen así como así. De entre la bruma matinal que rodeaba el amanecer del templo en Mount Baldy, California, extrajo una serie de poemas y dibujos que junto a otros escritos de los últimos 20 años conforman el «Libro del anhelo». En sus páginas, no sin ironía el escritor reflexiona sobre la vejez, el erotismo y la religiosidad.
«¿para qué iba yo a querer iluminarme?
¿Me he perdido algo?
¿Me he olvidado del mosquito de ayer
o del hambriento fantasma de mañana?
Cuando puedo andar por esta colina con un puñal en la espalda
de beber tanto Château Latour
y verter mi corazón en el valle
de las luces de Caguas
y quedarme petrificado cuando el perro guardián
sale babeando tras los matorrales
y se niega a reconocerme
y ahí estamos, sí, desconcertados
ante quién debe matar al otro primero
y yo me muevo y él se mueve,
y él se mueve y yo me muevo,
¿para qué iba yo a querer iluminarme?
¿Me he olvidado de algo?
¿Algún mundo que no haya abrazado?
¿Algún hueso que no robara?»
(Fragmento de «El colapso del Zen»)
El poeta no deja de interrogarse sobre la naturaleza de lo divino. Sobre la correspondencia de los asuntos sagrados y el aura derramada en los objetos de devoción, en la naturaleza y en los cuerpos. Un poco más cerca de la prácticas del Tantra que asimila el «desorden de los sentidos» a la búsqueda de la armonía espiritual, que al despojo y desapego Zen.
«Cuando puedo babear por todos los universos
y desnudar una mujer sin tocarla
y hacer recados para mi orina
y ofrecer mi enorme espalda de plata
a la diminuta luna.
Cuando mi corazón está roto como de costumbre
por la evanescente belleza de alguna
y un plan tras otro
se desvanece como un reino sin palabras
y, mira, subo resollando
hasta la estación de incomparable aislamiento
de Sahara
y agito el aire hasta hacer un oscuro capullo
de fácil olvido
¿Por qué iba yo a querer temblar en el altar de la iluminación?
¿Por qué iba yo a querer sonreír para siempre?»
Entre la narración de las duras condiciones de convivencia, las anécdotas con el incomprensible Maestro Roshi, al que no se le entiende una palabra y utiliza expresiones que contradicen el dualismo occidental, se suceden ilustraciones, autorretratos digitales y a lápiz. Reflexiones en prosa. «Libro del anhelo» es un poema objeto, una obra material para ser leída como un todo compacto más que como un poemario. Desde una de sus anotaciones de carácter ensayístico, Cohen nos lanza una advertencia profética: «Estamos entrando en un período de desconcierto, un curioso momento en que la gente encuentra la luz en medio de la desesperación, y el vértigo en la cima de sus esperanzas. Es también un momento religioso, y he aquí el peligro. La gente querrá obedecer la voz de la Autoridad, y muchas extrañas construcciones de lo que es la Autoridad surgirán en todas las mentes». Parece como si el poeta nos pusiera en alerta sobre nuevas formas de intolerancia y opresión que pueden llegar de la mano, como falsos paliativos, de la incertidumbre y la zozobra contemporánea.El imperativo de ser felices, sanos, intolerantes frente a toda reducción de las potencias de nuestra individualidad; al punto de actuar muchas veces como auténticos mecanismos de desintegración de lo comunitario. Más adelante advierte, «El anhelo general por el Orden invitará a muchas porfiadas personas inflexibles a imponerlo. La tristeza del zoo caerá sobre la sociedad».
Así, el tema que da título y objeto al libro: el anhelo. Pero este deseo de algo vacante, parece advertir el poeta, puede ser llenado por falsas deidades que utilicen esa demanda en función de prácticas opresoras (consumo de productos y de filosofías new age on demand, los propios discursos de las tradiciones emancipatorias reembolsados como un paquete de papas fritas) Desde el pié de una de sus ilustraciones sostiene: «además, / / no / tienes / la / autoridad / legítima / para examinarme «. Con su conocido tono sarcástico, en un verso y otro va enumerando irrupciones de la revuelta contra toda forma de autoridad. El deseo no puede ser refrenado ni docilizado, escapa toda nominación, existe para perforar lo doméstico, lo apaciguado. Es siempre un ir más allá, «El Diablo no me dejará hablar, /tan sólo me dejará insinuar/ que eres una esclava,/ tu infelicidad una política deliberada/ de aquellos en cuya servidumbre sufres,/ y que tu desgracia/ sostiene».
Será que acaso la función de la poesía no sea otra que alertar y poner en curso libre el anhelo. Por encima de todo, frente a todo y contra toda autoridad.