La poesía es una música compuesta de silencios. Da lugar y se funda en la pausa y la demora como condi­ción necesaria para la lectura/escucha, y también como manifestación ética de la diferencia. Es preciso perma­necer en estado de exigencia frente al poema. Se le pide nada menos que el prodigio de ser capaz de iluminar el instante, de no ser una mera repetición de fórmulas aplau­didas por los espacios hegemónicos. María Magdalena logra en su nuevo libro Láudano para el corazón negro, un poema trama, un poema canción que sin claudicar con ninguna de las modas en curso, con un tono originalísi­mo, da en el centro de la iluminación poética. Aquella que es capaz de abordar el acontecimiento sin reducirlo a una cosa estática, sino haciéndolo explotar como una granada y conduciendo sus evoluciones en función de una unidad, que no se priva de bifurcaciones, pero que jamás se extravía. Es recomendable hacer la lectura de este libro de un solo tirón, aunque después se deba volver a transitarlo para demorarse en sus puertos, como se navega una vía fluvial atravesada por corrientes profundas, como cuando nos dejamos llevar por una melodía hipnótica.

El arte, la poesía, tiene la capacidad de dar cuenta del componente trágico del existir; sin que seamos tragados por la desmesura del evento, sin enmudecer tras los desga­rramientos del lenguaje. No podemos contemplar lo trági­co / el devenir / la herida, sin el alivio (y asilo) de la forma poética. La herida es tan profunda que es posible atrave­sarla, mirar dentro de ella como Nietzsche nos pedía mirar dentro del abismo. La herida florece, es nenúfar, es canto.

Pero un corazón / negro / cabalga sobre / la herida / hunde el / cuchillo un poco / más.

El láudano como brebaje ha quedado asociado para siempre a la tradición de los poetas malditos, que lo con­sumían tanto para apaciguar el dolor, como para propiciar el ingreso a los “paraísos artificiales” de la ensoñación. Sin embargo su origen se remite nada menos que al célebre alquimista Paracelso, quien practicó y cultivó la ciencia de las transmutaciones. La alquimia buscaba realizar en la materia aquello que la poesía realiza en el lenguaje.

Y ahora / que sos tota / puñal / y herida / ahora / que todo se / detiene // el mundo avanza / corrompe / a los corazones / aun / puros // los expulsa / los pervierte // para ellos cantás / para ellos invocás / pedís / láudano.

El puñal se vuelve herida y la herida nenúfar, el mundo pervierte los corazones puros y la poesía canta, canta su canción, su canción cobijo.

Y han partido todos / sabiendo que un cuerpo solo / no posee / sabiduría suficiente / para sobrevivir.

¿Es una elegía? ¿La despedida triste de un mundo cuyos anclajes estructurantes no pueden ya ser pensa­dos? Dónde se halla la sabiduría para sobrevivir, en un mundo de dioses muertos, de principios metafísicos dilui­dos; un mundo de instantaneidad encadenada al vacío.

Toda poesía es canción y en cada canto están contenidas las grandes sagas del principio de los tiem­pos. Aun con los dioses ausentes el poema es una ex­presión de religiosidad indigente, una llamada y una forma de conjurar lo ausente, que se renueva en la voz de los poetas. Así como la herida florece poema, lo trá­gico puede florecer en el canto de poetas como María Magdalena, en las páginas de este libro nenúfar. En el matiz tornasolado de sus reflejos, quizá podamos en­trever la sabiduría necesaria y suficiente para sobrevivir.