Presentación de la serie “Stand Up”
Esta serie de artículos que se vienen no la pensé, me vino. No me considero un fanático del stand up, es mucho más lo que desconozco que lo que conozco. Llegué al género a través de la genial serie Seinfeld y a partir de ahí, lentamente, fui y voy conociendo a otros comediantes. La idea no es escribir sobre el stand up sino gracias al stand up. La posición delx comediante como observadorx de la vida social no podría ser más rica. En primer lugar, elx comediante intenta hacer reír como premisa básica, esa es su tarea. No tiene por qué tener la intención premeditada de querer hacerte entender algo o que veas un aspecto que no tenías en cuenta. Su objetivo es hacer reír y su búsqueda pasa por ahí. Esta virtual inconsciencia es una ventaja en la medida en que los comentarios u opiniones no intentan ni pretenden ser “encajados” en una cosmovisión previamente establecida y/o estructurada. De alguna manera, elx comediante funciona como el sentido común criticando al sentido común. No se para ni intenta pararse fuera del mismo y aun así, en muchos casos, realiza una crítica corrosiva y/o hasta subversiva. Esto nos lleva al segundo punto. Elx comediante dice lo que tiene ganas de decir, solo tiene que cumplir con el objetivo de hacerte reír y esto es una ventaja desde el aspecto que estoy analizando– seguramente no desde su óptica-. Así, se encuentra en la situación privilegiada de trabajar de observar la realidad con una intención cómica y no necesariamente crítica, aunque a la vez hace crítica sin tener que someterse a las instancias “filósofo-científicas”, al campo de las ciencias y de la filosofía, que miden y regimentan en base a formalismos preestablecidos qué se entiende por conocimiento válido y qué no. Desde el punto de vista de un pensadorx social es una ventaja aliviante. Más teniendo en cuenta que toda la estructura científica, especializada y compartimentarizada no es ingenua, tiene un sentido claro -y no es el conocimiento-. Permanentemente está buscando que “calzes” en algún espacio previamente establecido. O hacés ciencia o hacés arte, o filosofía o religión, o música o pintura. Y la interdisciplina es una respuesta bastante pobre en la medida en que se presenta como una “democracia de los saberes”, cada uno sumando “desde su lugar” -como una “reunión” de partes exteriores las unas a las otras-. En definitiva, una concepción del todo muy pobre que además, siempre que piensa hacia fuera no piensa hacia dentro (y viceversa). En cambio elx comediante, al pararse desde el sentido común que critica desde el sentido común al sentido común, ya observa desde una totalidad. Por tanto, tiene un “sistema” de pensamiento, probablemente inconsciente pero que existe: su individualidad construida socialmente mediada por el sentido común imperante. O sea, como cualquiera, tiene una mirada particular. A nadie se le ocurre en la conversación con su sadre, hijx, amigux o hermanx, preguntarle qué es lo que hace que élx sea élx “¿por qué vos sos vos?” El agregado en el caso delx comediante es que trabaja con el sentido común, es su materia prima y esto lx obliga necesariamente a salirse de élx mismo y verse como cuando nos vemos al espejo. El tercer punto, si se quiere el más obvio, es la risa. La risa siempre significa algo, es como un índice, un aspecto de la realidad que nos sorprende. La prueba es que no vamos por la vida cagándonos de risa de todo lo que nos sucede y elx comediante está ahí para mostrarnos cómo eso podría ser posible (al menos en un plano hipotético). Por eso, lo cómico es como un algo más para la conciencia, un aspecto que puede transformarse en revelador -la risa como un subrayado inconsciente que nos habla de nosotrxs a pesar de nosotrxs-. Cuarto punto: la comedia o al menos el stand up, es la antítesis exacta del discurso de “lo políticamente correcto” (ente no grato para esta revista). Cosa que, además de caernos bien, es interesante porque manifiesta una libertad que puede ser corrosiva de la cosa social abominable y aparentemente amorfa con la que convivimos todos los días. En conclusión, analizar algunos de los contenidos de los stand up´s puede funcionar como una muestra “semidigerida” de nuestra cultura y nuestras relaciones sociales. Lxs comediantes son los pensadorxs menos revisitados y por ello los más ricxs de nuestra era, una piedra exótica que nos disponemos a rescatar.
En “23 hours to kill”, Seinfeld se mete con el tema de la insatisfacción típica de la vida social de clase media y tal vez también de clase alta. Pero no es la insatisfacción de la ambición sino de la intrascendencia, de él que nada siente, ese vacío inconmensurable. Y no sé bien por qué, pero me suena a la acidez en su doble acepción, palabra que tal vez “mida” eso que hacemos con el vacío; como si estuviésemos parados en medio de la estepa patagónica, dispuestos a medirla con una regla escolar en mano. Tan grotesco que la motivación original se pierde en el resultado.
“Kill some time” o nadie quiere estar en ningún lado.
Jerry juega un poco con la idea de que todo lo que hacemos, todos los lugares a donde vamos, son el ejercicio que hacemos para hacer de cuenta de que nuestra vida no es bastante mierda. Lo urgente es hacer lo que no estamos haciendo y así in eternum. Aclara: mierda y genial son como dos caras de la misma moneda. Tema ideal para estar de cuarentena. Se apoya en la expresión “kill some time” (matar el tiempo) que en verdad suele usarse cuando uno está muy al pedo, aburrido, esperando algo y entonces piensa en cómo “matar el tiempo”. O sea: para Seinfeld la vida sería como una interminable sala de espera en la que tenemos que inventar cosas para entretenernos. Y entretenernos es distraernos. Obviamente, si la vida es esto, es evidente que lo que estamos esperando es sencillamente la muerte. Claro, lo genial pasa por el lado de la inventiva, el aburrimiento como sustrato de la creación. Y esto me lleva a mi cíclico pensamiento de viejo que observa que lxs niñxs ya no se aburren más. Tienen miles y miles de estímulos al alcance de su pulgar, no necesitan recurrir a juegos mentales, a entrecerrar los ojos mirando directamente al sol, a envolverse en una cortina…y entonces, cuanto menos aburrimiento, menos creación. No sé, probablemente le esté pifiando o por ahí no (no tengo ni puta idea de como comprobarlo).
El tenedor libre o “usa tu criterio de perro”
Seinfeld piensa que un “buffet” (se refiere a lo que nosotros conocemos como tenedor libre) “es como llevar al perro a la tienda de mascotas y dejar que haga las compras”.
Wikipedia… “Un tenedor libre, Buffet libre o Self service restaurant es un tipo de restaurante universal. El servicio funciona pagando un precio fijo por el cual se puede comer todo lo que uno desee. Es común que en esta clase de establecimientos la bebida sea cobrada por separado, a un precio elevado. En algunos tenedores libre, sólo una porción de postre viene incluida en el precio fijo, aunque generalmente el postre también es ilimitado.”
En verdad, estaba buscando el origen y la historia pero ¿el concepto de tenedor libre no es justamente antihistórico? La palabra clave de la definición de wiki es universal, se supone incluye todo tipo de comidas o, al menos, todas esas comidas dignas de ser comidas. Obvio, la pregunta es quién decide qué es digno o no digno de ser comido y ahí la universalidad se va “por la canaleta de la particularidad”. No obstante funciona: todos sabemos que no están todas las comidas pero hacemos abstracción, actuamos como si estuviesen todas (“no lo saben pero lo hacen” diría Marx) Y acá empieza a delinearse una idea que Jerry más adelante termina de arrojar, la de nosotrxs (seres globalizadxs posmodernxs) como pequeñxs monarcas, pudiendo elegir la comida que se nos antoje en el orden que nos venga a la gana. ¿No hay en la vida burguesa una especie de primogénita envidia a la vida aristocrática? ¿Un ejercicio agobiante y siempre inconcluso de un interminable intento de parecer para ser?
Por el otro lado, la idea de una aparente animalidad, el tenedor libre como el lujo que nos permite darnos un respiro y arrojarnos a nuestras pulsiones más arcaicas, los platos elegidos como “una maqueta perfecta de todos sus problemas y dificultades emocionales”(seinfeld). Claro que, la analogía con el perro esconde el hecho de que en un mundo de perros no existiría un tenedor libre. Esto me lleva a uno de mis “héroes” de la era de la globalización: César Millán, el encantador de perros. Recuerdo su comentario acerca de lo equilibrados, carentes de patologías que eran los perros de los “homeless”, cosa que atribuía a sus largos paseos que, además, mediata o inmediatamente se relacionan con la búsqueda de alimentos (para ellos y para sus dueños). Contrastaba la sanidad de estos perros con los casos de perritos de sillón o ovejeros de jardín o rottweiler mata niñxs con los que tenía que lidiar en cada capítulo. Como seres humanos situados que somos, construimos nuestro propio concepto de animalidad. Tal es así, que elaboramos situaciones y/o instancias (como el tenedor libre) donde podemos “dejarnos libres” a la satisfacción de nuestros propios “instintos”, logrando una doble anotación. Por un lado desabrochamos el cinturón, soltamos la corbata y nos arrojamos a la orgía culinaria liberándonos de nuestras ataduras sociales. Por el otro, atribuimos estos comportamientos a algo distinto de lo que nosotros somos (humanos vs animales). Y aquí tenemos una de las dicotomías falsas con las que solemos manejarnos (aun en el caso en que reconozcamos su falsedad). El reino humano vs el reino natural, lo social vs lo individual, civilización vs barbarie, dios vs el diablo, el mal vs el bien, madurez vs inmadurez etceeeteraa. Por ejemplo: no se me escapa que la dicotomía entre lo individual y social sea falsa, tampoco que lo individual es un “invento” social que plantea una dicotomía entre lo social y lo individual que implica una manera particular, sesgada e ideológica de entender lo real. No obstante, sería un mentiroso si no dijera que me topo (o me topaba) con esa contradicción cada mañana al levantarme para ir a trabajar, al lavarme los dientes, al vestirme: todo el tiempo siento el peso de lo social, como un edificio al que estoy obligado a sostener, como un monstruo que se refleja al ponerme en frente de un espejo que ignoro y pienso que es una ventana al mundo exterior. Y claro, un día me encantaría poder acceder a un departamento o casa o a algo, bate en mano y romper todo hasta que no quede nada. Vivimos en un sistema que fagocita sus contradicciones, en un muro que se hace de grietas.
La cresta de la ola del fetichismo de la mercancía: el celular
En este pasaje Seinfeld se mete en el clásico tema de la alienación y nuevamente, la consciencia del mundo alienante en el que vivimos –o en el que somos vividos- no cambia en un ápice nuestro estado alienante. Oh dispositivo móvil: tú fantasmagórica, tiránica e hipnotizante presencia… Nos describe como vehículos que los celulares utilizan para pasear cómodamente en nuestros bolsillos en un claro efecto Frankenstein. No se queda ahí sino que, agudamente, señala “¿por qué querría información de una cara si puedo tenerla de una pantalla limpia?”. Si a esta altura del partido, estaba clarísimo que el tema era entre “relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas” (Marx), el celular es un paso más. Uno decide que mensaje ver y que no ver (aunque le cueste, la potestad es de uno), como si en una comida familiar tuviésemos una especie de control remoto que nos permitiese mutear y dar volumen o voz a quienes queramos. Relacionarnos con el mundo a la manera en que nos relacionamos con los canales de la tele. Es notorio cómo la potestad de elegir cuándo y dónde ver un mensaje es mucho mejor utilizada por jóvenes que adultos. Lo que un “adulto” entiende como “que colgado este pibe, le mandé un mensaje hace tres días y todavía ni me respondió” (o inclusive ni vio), un adolescente lo interpreta de una manera mucho más exacta: no lo contestó ni lo vio, básicamente porque puede hacerlo. Y la queja que mis viejxs me hacen a mí, puedo verla reflejada en la que yo le traslado a cualquiera diez años menor que yo. Pero la cosa va un poco más allá, porque podemos disociar el personaje del contenido, quedándonos con la info sin tener que lidiar con la cara del mensajero. Decidimos nosotros, avanzamos por nuestra lista de contactos con el dedo índice “como un rey francés gay” (Seinfeld dixit). Mientras, podemos chequear Instagram y mirar caras y cuerpos dignos del altar que yace en la cima de la montaña de nuestro ego. Un paso más en el mundo de las “abstracciones reales” del que somos parte.
Jerry señala cómo los teléfonos se vuelven cada vez más inteligentes -a la inversa nuestra-. Y esto es sumamente interesante porque marca un cambio en los últimos 15 o 20 años en nuestra relación con la tecnología. Podríamos esquematizarlo en pc-laptop vs celular-tablet. Hasta el invento del “celular inteligente”, nuestra relación con esta “rama” de la tecnología incluía cierto nivel de destreza. Cualquiera que tenga entre 30 a 40 años debe haber vivido alguna situación donde sus sadres le hayan pedido que le expliquen el funcionamiento del mail, el Word, el jodido del Excel y así. En mi caso, mi conocimiento alcanzaba para manipular dichos elementos mejor que ellos pero no así para darles una buena explicación. A su vez, seguramente la propia dinámica sadres-hijxs socavaba las posibilidades de entendimiento. Inclusive tengo un leve recuerdo de lo extraño que era para algunos adultos el mouse, eso de que uno lo mueva y el movimiento se replique en la pantalla. En esas épocas de compus familiares, la pc era como un objeto especial que había que cuidar y “cuidado con el disquete que metés que no tenga virus”. Mucha agua ha pasado debajo del puente (o por el retrete)… Primero, el hardware se nos vuelve cada vez más inaccesible e “inarreglable” –laptops, Tablet y celular mediante-. Segundo, mediante un torrente de mediaciones tecnológicas y conocimientos aplicados de repente podemos marcar con un dedo lo que queremos, exactamente igual que un bebx señalando la mamadera. A veces la gente se sorprende de lo bien que usa y entiende un celular un niño de dos años, como si se tratara de una prueba de su inteligencia, cuando lo cierto es que su utilización no requiere más destreza que la que puede tener un orangután. Es muy, demasiado sencillo. Y, nuevamente, cuantos mayores poderes adquiere el celular, más idiotas nos volvemos como conjunto. Sí –es cierto-, lo mismo pasa con el resto de la tecnología. Pero en este caso llegamos al nivel del chimpancé y eso sí que es nuevo.
Otro punto destacado del monólogo es cuando resalta la patología de sacarse fotos en cada reunión. Este es un tema largo que da para un artículo en sí mismo. Solo me voy a detener en la proliferación de fotos de “encuentros” vía zoom, demostrando que el espacio como razón explicativa de la foto no era más que una mera excusa. Así parece que la hegemonía de “Abbey Road”, con la típica foto cruzando la calle, le abrió el paso a la de “Let It Be”…
En conclusión…
Empezábamos el artículo describiendo una posible e intuitiva relación entre el vacío, la insatisfacción y la acidez ¿Por qué la acidez es la acidez? Porque disuelve y en ese sentido critica lo que existe, lo descompone y alumbra desde un punto de vista particular en un doble sentido: en cuanto a que la mirada crítica necesariamente tiene que pararse desde un lugar distinto a lo que critica y en cuanto a que el acto de crítica es en sí mismo un acto de separación y ruptura. El comentario ácido implica un sujeto que se diferencia diferenciando. Esta crítica se relaciona con una cierta insatisfacción, una carencia de sentido, un vacío. Seinfeld pone de relieve la insatisfacción que nos atraviesa, sus palabras se hacen cargo del vacío fantasmagórico detrás de todo. Y para con él, como para cualquier posición crítica, podríamos adoptar la posición del chivo expiatorio: el extraño es él y no el mundo, el problemático es él y no la vida. Lo cual es verdadero aunque intrascendentemente falso ¿por qué?
“la desigualdad que se produce en la conciencia entre el yo y la sustancia, que es su objeto, es su diferencia, lo negativo en general. Puede considerarse como el defecto de ambos, pero es su alma o lo que los mueve a los dos; he ahí por qué algunos antiguos concebían el vacío, como el motor, ciertamente, como lo negativo, pero sin captar lo negativo como el sí mismo. Ahora bien, si este algo negativo aparece ante todo como la desigualdad del yo con respecto al objeto, es también y en la misma medida la desigualdad de la sustancia con respecto a si misma” (Hegel, p 26, 2012)
Esto quiere decir que, frente a una posición crítica, siempre hay dos posibilidades: hacerle un “espejito rebotin” de diferenciación (“eso es tuyo mas no mío”) caracterizándolo como patológico, enfermo, loco o hiper hincha huevos. O, hacerse cargo de la diferencia, entender que “la desigualdad del yo con respecto al objeto” es también “la desigualdad de la sustancia con respecto a si misma”. Lo particular de la posición del comediante es que, mediante la risa, hace un pase mágico: convierte el enojo/angustia frente a la crítica en una carcajada que en sí misma lleva implícito un reconocimiento ameno de la misma, la aceptación implícita de que la negatividad exteriorizada es la expresión de la negatividad que nos constituye como sujetos. Desde el lado del comediante/crítico, también podríamos aplicar la máxima “me rio con vos, no de vos”.
Entonces hay un monólogo escrito desde el vacío en Seinfeld. Retrocedamos: si siempre queremos estar en otro lado, si queremos matar tiempo, si queremos evitar el aburrimiento pero, al mismo tiempo, eso es todo lo que hacemos; entonces cómo hacemos para saber que hacemos lo que hacemos. Si siempre estamos en una sala de espera esperando que nos llame la muerte, cómo sabemos que esto es efectivamente así. Necesitamos buscar la muerte en nosotros, la falta, la ausencia, la insatisfacción, el vacío, la historia, el recuerdo. Cada uno tiene dentro y detrás suyo, como recuerdo, una sala de espera que ya atravesó. El espíritu crítico es entonces ver desde la historia, desde el recuerdo individual y colectivo de lo que fue pero también desde lo que no fue. Back to the future es volver al pasado para avanzar hacia el futuro.
No ví Seinfeld y ahora me dieron ganas de verla …
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