La idea de este texto es continuar reflexionando y/o hablando acerca del porro. Pueden encontrar el 1ero de la serie que realizó mi compañero isleño Guido Mendizabal acá: https://revistalaisla.com.ar//porro/
Empecé a fumar aproximadamente a los 20 años. Durante toda mi adolescencia la marihuana tenía una connotación de delincuencia, miedo, y otros tipos de anteojeras sociales que unx va arrastrando. Por eso me parece importante dialogar sobre lo que parece una posición establecida con la máxima sinceridad. Exponer las seguridades que unx tiene (o que no sabe que tiene) para ponerlas en la mesa. Exponer y exponerse.
Desde esos 20 años hasta ahora transité por algunos periodos particulares en mi relación con la marihuana. Hubo momentos de abuso, de usarla como una cortina pesada para tapar determinadas situaciones íntimas. En otras ocasiones es y fue un momento de amigos para reír y luego comer. Otras es sentarse a escuchar música. Escribir poesía, dejar fluir el lenguaje para jugar un rato. Sentarse en el patio a tomar un mate y mirar a los gatos.
Siendo un tema que está, por suerte, hablándose cada vez más. Se puede ver un crecimiento exponencial — tipo cancha de padel en los 90’— de los growshops, podcasts, youtubers, etc. La exposición al diálogo sobre la marihuana y sus múltiples aristas, si bien no digo que en absoluto sea así, suele estar expresada meramente casi como una publicidad. Desde estos actores sociales con mucha afluencia de público o estas personas llamadas “activistas”, se articula un diálogo que pretende ser puramente positivo del tema. (Aclaro: entiendo que venimos, como digo arriba, de una posición prohibitiva pero la idea de abrir el diálogo solo tomando porciones pequeñas y no intentar verlo en sus variadas comunicaciones con el resto de las cosas, me parece un abordaje que, a veces, le sospecho intenciones muy concretas y malintencionadas. Ya sea por omisión o directamente negación.)
Detrás de todo diálogo cultural, hay intencionalidades disímiles que pujan objetivos. En este caso, legalizar o despenalizar la marihuana sería ,creo , en lo que la mayoría estaría de acuerdo, pero ¿de qué manera y para qué llevarlo a cabo?. Por ejemplo mi posición sería: poder fumar un porro en la calle o poder tener un par de plantas en mi patio y no estar pensando que podría ir preso. A otros tipos de punto de vista económicos sobre el tema, ya se le puede ver la baba que le cae de la boca. Ojo, no estoy juzgando que alguien que coseche pueda vender. O la accesibilidad al CBD hechos por laboratorios. Sino que se impulsa una relación con la marihuana que, como planteo en mi experiencia, se puede acercar a un “consumo” excesivo (la búsqueda de estos tipos de puntos de vista sería el mero hecho de generar consumidores). Sin restricciones porque “es natural”, por ejemplo, en algunos de sus argumentos más populares.
Un eje que quiero abrir en el debate es por qué caracterizar la relación con la palabra “consumo”. Los lugares desde donde se aborda el tema son diversos, pero que haya una supremacía de esta manera de vincularse con la planta, este mero “consumirla”, ya nos abre un mundo desde donde mirar y mirarnos. Podríamos hablar desde el pararse como el “amo” Hegeliano que espera que su esclavo le entregue su cigarrillo de marihuana listo para ser devorado. Hasta, en el acto de cultivo, si queremos verlo más posmoderno, buscar la optimización de la planta a niveles ya desquiciados para satisfacer el deseo infinito de querer vivir tapando ese agujero sin fondo, neuroticamente. (Podríamos trazar un paralelismo con las tabacaleras, sus esclavos cosechando y su propaganda, hace algunos años con alguna especie de restricción. Solo que ahora se traslada esa estructura a una red dividual, nosotrxs somos la empresa tabacalera y nosotros somos los esclavos y consumidores) A lo que me resuena una pregunta a la que todavía no tengo respuesta, ¿es posible pensar el placer partiendo de que la relación ya sea planteada como consumo?
Hegemonizar el vínculo con la actividad de fumar, comer o vaporizar un poco de marihuana tiene sus riesgos latentes. Es decir, y se ve mucho en el típico personaje “Pomelo” en donde fumar marihuana es algo “cool”, se muestra una idealización que automatiza con apariencia de placer, y si soplamos un poco el polvo que tiene, surge la estructura ideológica que hay detrás. También me parece importante reflexionar acerca de la moderación (¿acaso moderarse es un nuevo tabú?). Creo que si bien se viene la despenalización y legalización en lo próximo —es más deseo que dato concreto—, también debemos, todxs lxs que nos vinculamos con el acto de cultivarla y luego incorporarla, ver de qué manera abrimos el diálogo sobre este tema.
Desde que comencé a fumar, hubo una apertura de mis sentidos y sensibilidad. Si bien, cualquier tipo de alteración mediante algún pharmacon, produce un situación de desinhibición, la marihuana tuvo la particularidad de ayudarme en la desregulación del acto creativo. Permitirme escarbar en los recovecos de los pensamientos. Fumo muy poco, lo que me hace plantar (tarea ardua por momentos) un poco cada algunos años y con eso ya tengo para rato.
En fin, abrir (y abrirse) en el diálogo sobre la marihuana me parece muy importante para, justamente, que la exposición sea sincera. Y no caer en discursos que en vez de significar momentos de placer, sean solamente negar un carácter esencial de nuestra existencia: la angustia.