Poesía y jardín: notas a propósito de un género que se renueva.

He construido un jardín como quien hace

los gestos correctos en el lugar errado.

Errado, no de error, sino de lugar otro,

como hablar con el reflejo del espejo

y no con quien se mira en él.

Diana Bellessi

Parecía que la poesía ya no tenía nada más que decir en el vertiginoso fulgor de los días. Sin embargo el siglo sigue apostando a los gestos erráticos de este modo de expresar y comunicar que no elude la fascinación por el misterio. Y escribo misterio porque la poesía es la forma de lo inexpresable que busca manifestarse en símbolo y experiencia. La poesía es semejante a una forma de comunicación en la que con suerte surge el río en las orillas de cada zambullida.

Riachuelo 

Tus pies, Buenos Aires, 

acarician con torpeza de digresión. 

Besarte los dedos de los pies 

es hacer una anotación

en el margen de tu cuerpo. 

Luminosa, te beso el cuenco 

en el que se derrama tu nombre. 

Tu entrepierna huele a uva. 

En el néctar tempestuoso hundo la mano 

porque mejor es tu néctar que el vino. 

Te mojo la lengua, dulzor de efigie, 

te lamo los labios y trago tu nombre hasta vaciarlo. 

El néctar llena mi boca y la ensucia. 

Los dedos entreabren los labios. 

El cuenco profundo se proyecta 

sobre el aljibe de tu boca desmesurada. 

Tus labios son orillas separadas por un hilo tenue de agua oscura. 

Uno de tus labios corre desde Pompeya a la Boca. 

El otro, de Valentín Alsina a Dock Sud. 

Hay una lucha encarnizada por tu desembocadura: 

al otro lado del Riachuelo, tus labios cambian de nombre. 

Del cáliz de tu entrepierna tomo el néctar sagrado y maldito. 

Me acuerdo más de tu néctar que del vino. 

Te beso en la boca y tu boca huele a mi sangre. 

Abro la carne de tu entrepierna. 

Con el fruto entre los dientes, 

escribo a tus pies un paréntesis. 

Tu borde más húmedo se vuelve espiral, 

rueda en el manto de días y de noches. 

Dejáme, Buenos Aires, que te bese la entrepierna.

En tus labios hay promiscuidad de rosedal 

y una mueca de transgresión divina. 

Gata temeraria y gris, tu olor me sedujo 

y me arrebató la conciencia. 

En el altar de tu entrepierna de Ménade delirante, 

preconizo la humedad de los rosedales 

y celebro los cofres labrados donde se guardan las primeras barbas. 

Buenos Aires, gata del puerto, acurrucada en un rincón de la cama: 

hundo mis manos en tus barbas para despedazar el cofre

 y morder el ardor de tus alaridos. 

De tu agujero disoluto, alegre origen del mundo, 

irrumpe una crispación fascinante y perversa, 

una primera conciencia de muerte. 

(Este paréntesis).

***

En la parte gris de la existencia

en la parte gris de la existencia

hay una luminosidad que se esconde

brumosa y violenta

como el sabor de la carne cuando se abre al mundo

en lo opaco

en lo frío 

en los pliegues de la piel

en lo caliente 

eso que convierte materia 

en luz y luz en sombra

así 

ese almíbar 

jugo de fruta macerada

exprimida

esa experiencia sin nombre

madurada

dios

código

lenguaje 

desvanecida

que no comprende

que abraza

se vierte

sin comunicarse

colma el cuenco 

lo trasvasa

se derrite

y disuelve casi la ilusión de continente

***

Siete fuegos

Inercia de dedos dibujan un cuadrado en escuadra con mi sombra.

Huelo pasos.

Huelo la selva húmeda, hojas, huelo las ramas secas.

Huelo a pisadas. Descalzo avanza el yaguar.

Ruedo en el espiral del pubis

y me enredo en las crestas de las caderas.

Mi lengua tiene sabor a serpiente.

A agua calma y turbulenta.

A la lluvia tenue,

copiosa lluvia.

Al barro

violento y dulce.

Y veo fuego a través del agujero del ombligo.

Un vórtice dibujado

en el ardor del lomo de un caballo.

Cabalga el fuego al crepitar,

atraviesa la liviandad de dos acordes triangulares,

destellan las gotas de sudor:

chispas en la inesperada noche descubierta.

Alcanzo las alas del viento.

Y el espacio se hamaca en el filo de una piedra.

La verdad es lo aparente imposible.

Nacer,

volverse visible en la ilusión.

Lo desconocido 

penetra en una imagen de lo irreal.

El viento toca un instrumento

que cuelga del lomo de un camello.

Arrulla en las cuerdas,

alquimia mágica.

Canta el éter desnudo.

Describe un trayecto en palabras.

Deletrea nombres, abecedarios.

Habla en lenguas secretas, en lenguas muertas, insurrectas lenguas,

transgredidas, sacras.

Del silencio el ojo absorbe los sonidos de los pasos.

Absorbe las hojas y las ramas, los ruidos,

las aguas, la vibración de las piedras, el crepitar.

Absorbe el sol de las lenguas.

De las sombras, de las palabras.


En una carta de 1830 Simón Bolívar escribió: “una voz es muy flexible y se presta a todas las modificaciones que se le quieran dar: esto es política”. Si Latinoamérica es una tierra de poetas, como la visiona Diana Bellessi, la experiencia política del continente, tiene un origen en este ser poético. Tradiciones populares habitan el habla de los suburbios, voces cantadas y ancestrales persisten como formas de reclamo civil y la forma del verso es carta de acción para las resistencias a las distintas formas del coloniaje y los imperialismos en el continente. La voz muy flexible y que se presta a todas las modificaciones de la que habla Bolívar es la que refracta el poema. Eso es poesía.

Con esta semblanza, invito a celebrar la palabra poética y el jardín de los reflejos errados (“Errado, no de error, sino de lugar otro”, como dice Bellessi). La cita es el sábado 18 de diciembre a partir de las 14 en el Jardín Botánico Carlos Thays, Santa Fe 3951, Palermo. Participan Matías Medina Silva (cello), Andrés Amado (guitarra) y quien escribe (recitado). La invitación se da en el marco del Festival de Poesía organizado por el poeta Juan Botana.