Hace una semana o dos, cuando les contaba a unos amiges que iba a ir a ver a Nahuel Briones en la Trastienda, me decían

“sí…lo conozco, es una onda medio pop.…”

Mi respuesta:

¿Te parece? A mí me da una onda más progresiva…de partes, no tanto de complejidad de métricas y cosas así.

Ayer (15/10) en el concierto, termina un tema que no conocía y le digo a mi compañera, “me tiró una onda medio Soda Stereo el tema…”. Ella contesta:

“A mí me pareció re ricotero”

Reflexiono y caigo en la cuenta de que, ya con esta nota en mente, pensaba cómo podía definir a Briones y se me ocurría que era una especie de mezcla entre Charly y los Redondos. Evidentemente, hay una superposición de paradigmas musicales en este muchacho y me resisto a llamar a eso “fusión”.

Soy de esa clase de persona que vaya a donde vaya le gusta analizar el “tipo” de gente que frecuenta el lugar en cuestión (desde un parque, hasta un cumpleaños pasando por un restaurante o un bar). Totalmente subjetivo —obvio— a veces hasta me armo historias e imagino el tipo de relación o parentesco de los de la mesa de al lado. Con el recital de Briones me costó encontrar un “patrón”: si bien no había grandes contrastes entre el público, tampoco un elemento en común claro, era…gente. Y punto.


¿Qué onda con el pop?

Reconozco que cuando me dijeron que algo que me había llamado la atención (Briones) era “medio pop”, me hinchó un toque los huevos. 

Hace algunas semanas empecé a leer Como un golpe de rayo de Simon Reynolds, un libro sobre el glam. Así como con cuando leí Postpunk. Romper todo y empezar de nuevo (también de Reynolds), es una literatura que elijo porque me abre. No soy un devoto amante ni del postpunk ni del glam; del primero me quedo con Taking Heads y del segundo con Bowie. Cuando digo me abre, digo me contrasta, define y, como consecuencia, al acercarme a una noción de identidad cultural-musical propia, pasó a reconocer mis propias autolimitaciones. El paso siguiente es asomar la cabeza y ver qué es lo que hay del otro lado. Es un poco lo que pasa con las formaciones culturales enciclopédicas, creemos saber qué es lo que escuchamos, pero en el fondo no tenemos ni idea. No hay mayor pérdida de contexto que elegir un disco de la estantería o un mp3 de la “biblioteca” o, peor, un tema en una lista de Spotify. Hasta hace poco no me daba cuenta de los problemas que esto conlleva y casi que me jactaba de mi “purismo” musical, de la intimidad entre algo sonando y mi oreja escuchando, de ese espacio abstracto y casi matemático fuera del tiempo.

Recién ahora caigo en que mi “yo” musical data del ‘69-‘71 inglés, de remeras negras y jeans, de música sin maquillaje, de cierto virtuosismo siempre en pos de un viaje musical de disco “conceptual”, de —para qué estirarlo más— los Beatles (única banda a la que parece permitírsele el pecado del pop), Zeppelin y Floyd: la cultura de lo despojado, de lo irreverente, del antiritualismo, del yo músico que es igual a vos y que se diferencia únicamente porque, como de casualidad, está subido a un escenario y tiene una guitarra colgando.

La expresión “caigo” significa precisamente eso: estoy cayendo en. Inevitablemente, a partir de ahí, uno empieza a ver qué es lo que está sucediendo alrededor, lo empieza a entender y así inicia el proceso del propio auto entendimiento. O, como diría Briones, de repente te das cuenta de que eso que suponías ser, no es más que un recuerdo de lo que ahora sos.

Y entonces,

¿Qué onda con el pop?


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Una vez que empecé a ver qué era lo que estaba sucediendo —en uno de esos momentos más o menos escasos donde realmente te conectas con el exterior—, una de las primeras cosas que me llamó la atención de Nahuel Briones es que el chabón está diciendo algo. Es más ¡el último disco lo subió a Youtube con las letras en modo karaoke! Ni hacía falta, el pibe dice cosas y, te guste o no, las vas a escuchar. Prestarle atención a las letras es algo raro para mí. Ya dije de dónde vengo, me eduqué escuchando cosas que no tenía ni idea qué significaban y, a partir de ahí, me pareció de lo más natural seguir esa sintonía. Hasta ahora solo había roto con eso a-posteriori, desfasando la música de la letra leyéndola después. Cosa extraña, con Briones no me sucede.

No solamente está diciendo algo, sino que, además, te está diciendo “escuchalo”. Te pide que lo escuches porque: Sí, efectivamente está subido a un escenario, vos/nosotres estamos debajo viéndolo y está diciendo: “Yo me hago cargo de que estoy subido acá, de que quiero que me veas, de que quiero gustarte yo y mi música, de que estoy acá porque tengo algo que decirte y voy a hacer lo posible para que lo escuches.”

Toda una revelación para este yo mío a la búsqueda de mudarse de piel. El problema del realismo pasaba entonces por el hecho de que no se daba cuenta de que era una fantasía, debajo de la máscara no había más que otra máscara. Ese modo ‘69-‘71 no se hacía cargo de la celebridad, del éxito, de que no era ni volvería a ser igual que vos.

Me parece que Briones lo tiene súper claro, el pop es una especie de autoconciencia del rock.


¿y el recital?

Estuvo increíble. Tenía altas expectativas y mucha incertidumbre siendo el primer recital que veo. Sacando de lado el fenómeno sociológico de que hay gente que va a un recital a hablar (¿?), hubo mucha simbiosis entre el público y el artista, mucha energía eufórica aflorando. Salvo una brevísima especie de desconexión en una fase, el sonido estuvo impecable y la banda se tocó todo. Uno de los picos de esos que te conectan con otro espacio y tiempo fue cuando tocaron “Marciano Abandonado”, realmente se abrió un agujero y nos empezó a chupar a todos. Recuerdo que el trance me hizo imaginar qué bueno hubiese sido haber ver visto en vivo “Being for the Benefit of Mr. Kite!”, de los Beatles. Pero no a los Beatles, o al menos no exactamente. Más bien imaginar a unos Beatles que nunca existieron, a un Lennon en modo Magical Mistery Tour moviéndose por el escenario todo disfrazado cantando el tema con una escenografía que te transporte a otra parte.

Lo sorprendente no es que convivan muchas influencias bien dispares en la música de Nahuel Briones. Lo sorprendente es que convivan bien. Como esos momentos ricoteros que aparecen de repente y onda que no había chances de que te esperaras algo como eso en el medio de ese tema (“El gemelo que encerramos en el sótano” o “Sitcom”); o en “Serenata” cuando canta “y desde la copa del árbol más alto” y de repente caíste en el medio de Sui generis.

La intensidad fue casi constante. Por ahí, como es lógico que suceda, los primeros dos/tres temas fueron una especie de aclimatación espacio-temporal para los músicos. Después, se subieron al caballo y no se bajaron más. Podría decir que hoy, dos días después, todavía me estoy bajando. A pesar de no conocer varios temas, no me corrí mentalmente en ningún momento del show. Solo no pude evitar cierto distanciamiento irónico del porcentaje elevado de temática amorosa en las canciones de Briones. Porque, si bien la reiteración amorosa me termina molestando —a diferencia de su público—, hay que reconocer que la forma en que trata la temática es bastante ingeniosa e incluso original. Por momentos uno tiene la impresión de estar en presencia de letras de un Arjona pero del bien: aunque suene a bardeo, juro que es un elogio. Ricardo sin dudas tiene algo original, horrible pero original. Es como si Briones tocase la temática amorosa de una forma nueva para el formato canción. Algo similar a veces sucede con el género “comedia romántica”, que casi siempre es un sorete envuelto en un packaging. Pero, en el fondo, el problema no es la comedia romántica y la prueba está cuando te encontrás con una peli o serie de ese género que esta buenísima —estoy pensando en “Love” de Judd Apatow, Lesley Arfin y Paul Rust—.

Se me ocurre y me sorprendo: puede que haya un lejano, lejano parentesco con esa tradición tipo Serrat-Sabina. A lo mejor, como muchos de nuestra generación, el niño Briones era consumidor pasivo de los cantautores españoles ídolos de nuestros padres y, a diferencia de la mayoría, de repente supo qué hacer con toda esa info incrustada en algún lugar de nuestra psiquis generacional.

También el personaje romanticón de Briones tiene un porcentaje incierto de bizarrez buscada (de la buena). Lo interesante es que uno nunca termina de saber cuánto hay de “verdad” y cuánto de “mentira” ¿son letras de Briones o del personaje que está interpretando?

Más allá de todo esto, “Milagros Inútiles” tanto en letra como en la música y —lo más importante— en la combinación mágica entra ambas cosas, me parece que está un escalón encima de todos los demás discos. Letras como las de “Internet nos cagó” o “El gemelo que encerramos en el sótano” están tan buenas que dan ganas de volverlas a escuchar porque seguro que había un cachito más para absorber. El sonido es bastante particular, como “de autor”. Y aunque llevarlo a un vivo era todo un desafío, los temas del último disco sonaron muy por encima de los demás. Encontrarse con que lo más actual de un artista es de lo mejor que hizo hasta ahora es genial porque uno se pregunta a dónde nos va a llevar en su próxima “entrega” (bueno para nosotres, malo para Briones).