Somos uno de esos grupos bien simpáticos. Nos llevamos muy bien entre nosotros. Y eso que somos muchos. No podría decirles cuántos. Pero sea como sea y donde sea nos llevamos bien. A veces nos cruzamos y comparamos nuestras peores partes. Ayer mismo me crucé con el que tiene los ojos demasiado separados y, aunque ese no es mi caso, sí compartimos un tipo de oreja larga y excesivamente grande, como si apenas estuviera pegada a la cabeza. Él caminaba por una vereda con sombra y creo que iba a comprar al almacén. Me dijo que le gustan esas galletitas redonditas con una crema roja en el medio. Las pepas, le dije yo, pero me dijo que eran otras parecidas. Hablamos un rato y comparamos nuestras orejas. Había una diferencia notable que consistía en que la parte baja con más pellejo (lo que sería el lóbulo), en su caso terminaba como estirada y curvada hacia adentro como si hubiera sido sostén de algún peso desmedido, mientras que en mi caso parecía haber sido terminada antes, siendo muy poco el pellejito que sobra a la zona más cartilaginosa que arma la estructura del resto de mis enormes orejas. Casi sin darnos cuenta se nos debe haber pasado una media hora divagando sobre estos temas, tanto así que él tuvo que apretar su paso para que no le cierre el almacén. Así de bien nos llevamos. El tiempo se nos pasa sin darnos cuenta, como aquel fin de semana que algunos nos juntamos en la explanada que está cerca de la estación de trenes. Nos gusta recorrer toda la explanada hasta alejarnos de la estación y probar nuestros nervios a ver si nos animamos a caminar por el terraplén. Hasta ahora el que más aguantó es el de la nariz chata. Solo tiene unos agujeritos como orificios nasales y una cicatriz que cruza de lado a lado ese pequeño bulto que tiene como nariz. Tal vez por eso es que aguantó tanto. Con la nariz chata se demora la sensación de temor ante la embestida inminente de la locomotora. Aunque lo más seguro es que sea pura casualidad, o producto de su inconsciencia temeraria. Como aquella vez que allí mismo, en la explanada, se nos dió por tirarnos piedras; esas que están siempre debajo de las vías del tren. La que tiene los ojos de huevo, como salidos de sus órbitas, estaba hablando con el que tiene siempre la boca abierta producto de unos dientes gigantes y torcidos que apenas llegan a ser cubiertos por sus labios resquebrajados, cuando al de nariz chata se le ocurrió lanzarle una piedra que le fue a dar directo contra esos dientes tan grandes y expuestos. El bocón se puso a escupir la sangre que le chorreaba entre los labios y hasta, casi sin hacer fuerza, se arrancó uno de los dientes con los dedos, dejando un agujero en su dentadura ya torcida y desproporcionada. Lejos de enojarse, se largó a carcajear, y así también nos reímos todos. La de los ojos de huevo, apenas conteniendo la risa, se acercó al terraplén, tomó más piedras y se las tiró una tras otra sobre el cuerpo y la cara del de nariz chata. La última le dió de lleno al esternón, lo que le provocó un corte de aire tan grande que se cayó sobre el pasto seco de la explanada y rodó por la pendiente mientras recuperaba el aire y se destornillaba de la risa, hasta que la de los ojos de huevo se le tiró encima con una de las piedras en la mano y le golpeó el rostro una y otra vez mientras la sangre le brotaba de esa verruga que tenía por nariz y salpicaba el pasto seco por la risa estruendosa. Todos nos reíamos cuando se me ocurrió tomar uno de los palos que se habían acumulado al final de la explanada y me acerqué por detrás de la de los ojos de huevo que estaba inclinada sobre el rostro ensangrentado del de nariz chata, y sin advertirlo le estrellé el palo sobre una de las orejas, con tanta fuerza que cayó al suelo. Y hubiera sido divertido volver hacerlo mientras estaba tirada sobre el pasto, pero no llegué a hacerlo ya que el de la boca abierta también había pensado en lo divertido de tomar uno de los palos, pero en este caso lo partió sobre mi cabeza. Pero allí lo dejamos porque nuestras carcajadas fueron interrumpidas por el sonido de la locomotora que se acercaba, indicando que ya era momento de prepararse para esperar sobre la vía del tren a ver cuál de todos nosotros aguantaba más en el juego.
Una idea original y bien narrada. La historia deja un sabor desagradable a pesar del aparente buen humor del grupo. Se presiente que además de la supuesta fealdad física, su salud mental es algo desequilibrada por divertirse con tanta violencia.
Pucha que era un grupo de feos, pero que bueno que todos tenían un maravilloso buen humor. Muy bueno el cuento, linda imaginación.
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