Este ensayo se desprende del que publicó Guido la semana pasada: https://revistalaisla.com.ar//las-costuras-de-la-realidad/. Recomiendo que si no lo leyeron pasen por ahí primero y luego lean este. Intenta ser una expansión de aquel.
- Sensación de Infancia
Retomando la potencia que describe Guido sobre la infancia, creo que es fundamental. Pero a la vez se revela un resquicio que nos interpela. ¿Qué era lo que considerábamos feliz en esas fantasías? Está claro que esto lo puedo decir a mis 31 años. Ese Emiliano que se emocionaba con Dragon Ball Z, no se lo preguntaba. El recuerdo de felicidad a veces puede ser falso y verdadero a la vez. La re-visión de esas sensaciones parece una muy buena costumbre. Pero ojo, sin caer en la trampa del sobreanálisis. Haber pasado por momentos de felicidad fue aprender a pasarlos por el cuerpo, a que se manifieste su intensidad en cada centímetro de la piel.
Entrando en las sensaciones negativas, también hay una potencia. Obviamente sin banalizar, acá no pretendo justificar el hambre en un niñx, el maltrato y/o violencia. Ni a ir a los axiomas ultrapositivistas pedorros de “sacá de lo peor, lo mejor”. Sino que todxs tenemos de la infancia sensaciones negativas que sobreviven en nuestros actos. Pero a la vez, esas sensaciones de incomodidad, pueden ser una problematización que nos mueva. Como también esas sensaciones placenteras – y acá no puedo obviar que Placenta se hace sonoro- también pueden ser una guía. Ese acto de desprendimiento de la placenta, que podríamos interpretarlo como la primera angustia -tal como adán mordiendo la manzana-, también nos abrió la puerta a poder utilizar nuestro cuerpo de otra manera. No se trata de que de lo peor se pueda sacar lo mejor, sino que la problematización de un acto, nos abre una puerta indefinida. Podemos traer el futuro hacia el presente, pasándolo por el tamiz del pasado. “Ese fantasma que corre delante de ti, hermano mío, es más bello que tú; ¿por qué no le das tu carne y tus huesos?” (Así Habló Zaratustra)
- Aguja e hilo (Yo)
Muchas veces me pasó de mirar una foto mía de hace mucho tiempo, y decir “¿Ese soy yo?”. El tiempo presente de la pregunta despierta algo, ese “soy” hace alusión a algo que se mantiene. Y la frase “unx es lo que hace con lo que hicieron de unx” (Juan Pablo Sartre) se escucha de cerca. Pero a la vez, narrarlo en forma interrogativa también abre la extrañeza con sí mismo. Como si uno fuera atravesando distintos cuerpos, una oruga que muta de piel.
Este Yo que todos creemos poseer como algo permanente – con el peligro de pensar que unx no cambia- y variable a la vez, se compone de sensaciones, recuerdos. Como el replicante de Blade Runner, acaso haber estado frente a la TV de niñx ¿no estaría casi en un mismo plano que este ser, supuestamente vacío que se llena de sensaciones? La infancia es la fase que unx solo consume algo que le dan. Todo ese embrollo llega en un momento a manifestarse. Ese Yo unido por estas fantasías, si no cambia, queda enquistado en un estado de aparente permanencia, en una ficción donde lo único que no puede percibir, es su propio temblor. El decorado de esas fantasías flaquea. Y no se trata de que estemos en la Matrix, o the Truman Show, donde habría una revelación que nos saque de “este mundo de mierda” para luego entrar en un uno “mejor”. Seguramente el próximo paso sería entrar en la quietud “No podemos/puedo hacer nada”, con su contraposición bastante similar, aunque aparentemente opuesta “Si lo crees, podés”. Decantar en el escepticismo absoluto es la trampa. La seguridad de ese escepticismo es el decorado nuevo. ¿Acaso no deberíamos ser escépticos de ese escepticismo? Como también de un positivismo de autoayuda ingenuo que intenta adormecerse alrededor de la mejorabilidad de todo. (Dejo pendiente una reflexión sobre qué es esa mejorabilidad que intrínsecamente se cree como algo bueno en sí misma)
- Identidad
Todo estos recuerdos, sensaciones se van abroquelando, fusionando, recreando. Y ahí empezamos a vernos. A identificarnos con determinadas actitudes, costumbres.En un primer momento, diría el filósofo Checo Jan Patočka, el de la infancia, se produce lo que es el arraigo en el entorno. Nos viene un mundo ya dado, que nos precede. Un pasado que chupamos tal cual una esponja: la familia, escuela, amigos son las ventanas en donde nos llegan los constructos sociales. En un segundo momento (del Rol y la Función), donde unx ya sale de la esfera “familiar” se produce la despersonalización y alienación: para mi entorno social puedo ser un gasto económico, un número de afiliado, el jefe del departamento de recursos humanos; y después, con suerte, soy Emiliano.
La identidad, esa construcción que vamos haciendo, consciente o no, va marcando esas costuras que somos. ¿Cómo se articula mi identidad? ¿En pos de una fantasía de reconocimiento social, de un premio, de un amor? Cada unx tendrá su respuesta. Pero lo importante a remarcar es que esta identidad movible goza de un sentido, que queramos o no, va circulando. Articulamos y se articula en sí misma. Un acontecimiento (3er momento del movimiento de la vida Patočkiano: La Entrega), y 2020 nos muestra muy claro lo que es, puede articularla. Meternos en lugares impensados que nos muestran la fragilidad de nuestro futuro. Esta entrega que podemos hacer, la de sacrificarnos, pero no a la manera de un soldadx por su patria, o de romper el chanchito, sino una entrega completa y no utilitaria, simplemente porque sí: porque el futuro se nos reveló en su verdadera forma, como finitud de nuestra vida.
La cuestión que se desprende sería ¿Qué hacemos frente a estos acontecimientos? ¿Volvemos “a la nueva normalidad”?. Significando el término “nuevo” simplemente como la repetición del presente, cambiar el decorado. O entender que podemos realizar un movimiento, en que nos podemos cambiar lo ojos – que acaso van cambiando queramos o no-, y podamos pegar un salto ciego hacia ese fantasma nietzscheano, que pide nuestro cuerpo, nuestro sacrificio.
La pandemia nos quita el velo, sin mostrarnos “la verdad”. Nos invita a pensar, darnos cuenta de que lo que parecía “cerrado, sólido, concreto” no es tan así. En algún sentido muestra las costuras, lo que por ahí hasta este momento no nos detuvimos a pensar. Somos parte de una construcción colectiva. Por acción u omisión.
Me gusta la continuidad de las ideas…
Me resulta muy enriquecedora esta “manera” que tiene “La Isla” de ir articulando sus cuentos, relatos y notas con intervenciones varias. Completando, agregando, llenando los resquicios se produce una continuidad de la idea inicial a la que cada unx le agregó o le descubrió una nueva faceta, un atajo nuevo, un “adorno” imprescindible
Entonces se SIENTE que lo que escribimos es de TODOS. Y no de cada uno. Se rompe por un rato la soledad del acto de escribir. Y una se sienta más acompañada. Decía un poeta: “En la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”
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