El estaba en la casa y yo podía sentirlo. No era su respiración ni tampoco sus pasos. No se olía ese perfume suyo. Fuerte y extraño. Tan de él. Ni era por su manta que estaba como siempre sobre la silla de la entrada. Tampoco se escuchaba su voz caudalosa y firme. Sin embargo yo lo sabía. El estaba en la casa. Allí donde la sombra se ensancha en el hueco de la puerta o quizás en ese espacio que no se llega a ver, entre la heladera y el armario. Por ahí anda él.