Una noche de 1914, como lo hacía periódicamente, el poeta Georg Trakl se acercó a la pequeña habitación que Oskar Kokoschka utilizaba como taller y dormitorio. Había pintado sus paredes completamente de negro para que resaltaran los colores de la paleta. Durante los cinco años precedentes, el artista plástico realizaría algunos de los retratos más estremecedores de su larga carrera, los del llamado «período negro vienes». En ellos había plasmado la tensión psicológica de algunos de los intelectuales más destacados durante aquellos años finales del Imperio Austro-Húngaro, un contexto en proceso de degradación y crisis que culminaría en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Frenéticamente, Oskar cruzaba el lienzo de pinceladas. La pintura al óleo se desplazaba como en un remolino, desde el centro hasta los ángulos del cuadro. Un oleaje de estrías azules, verdes, violetas que amenazaba hundir la embarcación en la que dos amantes abrazados, naufragaban iluminados por la luna. Se trataba del último retrato doble de la pareja conformada por el pintor y su amante, la célebre Alma Malher. Retrato que refleja el desangelado final de su atormentada y vertiginosa relación. El alejamiento de Alma, la sumisión de Oskar en un estado depresivo que lo llevará a encargar una muñeca de felpa de tamaño real de su amada, de la que nunca se separaría hasta el día de su muerte. Pero también el naufragio de la sociedad vienesa, encaminada a la quiebra cultural y moral, el estertor de un pasado brillante envuelto en el torbellino de la crisis económico política que desembocará en la Guerra.
Según cuenta Kokoschka en sus memorias, Trakl vestido de luto, se puso de pie y apoyó su mano sobre el cuadro «su dolor era como la luna que se mueve delante del sol, oscureciéndolo. Y lentamente recitó para sí un poema(La Noche): Sobre lívidas rocas/se precipita, ebria de muerte/la ardiente novia del viento».
Tanto en la traducción del poema realizada por Jenaro Talens como en la de Aldo Pellegrini se soslaya la alusión a los inquietantes espíritus del aire que pueblan la imaginería popular germana. Las «novias del viento» o «Brujas de la tempestad» que según algunos tenían su origen en Herodías, condenada a rondar en las sombras eternamente, luego de entregar en bandeja la cabeza de San Juan Bautista. Para la tradición, estas presencias se trataban de ráfagas o torbellinos maléficos que raptaban a las doncellas en los bosques.
Cómo sostiene el propio Pellegrini en su «Introducción a la poesía de Georg Trakl» si bien en la obra del poeta es posible encontrar imágenes que se corresponden con las figuras retóricas tradicionales, «lo insólito aparece de un modo muy sutil surgiendo de la asociación de elementos heterogéneos, y terminando por invadir la totalidad del discurso poético». En Trakl encontramos el rechazo frente a la corrupción reinante, una forma de denuncia y reacción, donde el método de acción elegido es el camino poético. Una reaparición de elementos inquietantes de la cultura popular y la religiosidad campesinas. Los salmos, las campanas que tañen en la noche, las apariciones fantasmales.El poema en Trakl va adquiriendo una fisonomía particular, una trama que se va conformando a partir de palabras reiteradas obsesivamente. El color azul, lo pétreo, lo sombrío, el bosque. Pero también por la reincidencia en personajes alegóricos: «La extraña hermana reaparece en la pesadilla de alguien» de Salmo, «En el parque se contemplan temblorosos los hermanos» de Sueño del mal. Otras figuras que reaparecen a lo largo de sus poemas son el caminante y el solitario. Siempre como espectadores de un mundo que se les opone, en degradación; que pertenece a los farsantes, a los ruidosos.
Quizá, de pie frente al cuadro, pensaba en la distancia que lo separaba de su querida hermana Gretl, quien se hallaba en grave estado luego de sufrir un aborto en la ciudad de Berlín. Ambos habían sostenido una relación sospechada de incestuosa que reaparece velada a lo largo de toda su poesía. Quizá pensaba que esos dos amantes a la deriva, envueltos en la tormenta sintetizaban un poco la situación de todo el mundo. Él, Kokoschka, Europa, Occidente. La incomunicación, el ruido de los coches y las operaciones económicas, la marcha de las botas hacia el frente de guerra. Toda una cultura que se arrojaba hacia la eclosión que venía preparando desde siglos. Una embarcación sacudida bajo el ojo plateado de la luna, la esperanza en que el Arte al menos, pudiera salvar algo. Fragmentos aunque sea, vestigios. Pocos meses después, ambos creadores fueron llamados al frente de batalla. Trakl casi enloquece envuelto en la terrible visión de los cuerpos mutilados de la unidad sanitaria en que se reporta. Sucumbe y muere de sobredosis. Kokoschka se transformará en un cronista, que hasta el final de su carrera recreará los horrores del conflicto bélico, volcando en sus alegorías pictóricas el ensueño de un mundo de amantes libres, de fraternidad, de creación. Un amanecer calmo después de la tormenta.
La noche.
Trad. Aldo Pellegrini
Te canto, precipicio salvaje,
de montañas superpuestas
en la tormenta nocturna;
vosotras, torres grises
rebosantes de fachas infernales,
alimañas de fuego,
toscos helechos, pinos,
flores de cristal.
Tormento interminable
el que hayas dado caza a Dios,
espíritu manso
que suspira en la cascada,
en los pinos que cimbran.
Arden doradas las hogueras
de los pueblos en torno.
Sobre las negruzcas peñas
ebrio de muerte se precipita
el enardecido vendaval,
la onda azul del glaciar,
y potente resuena
la campana en el valle:
llamaradas, blasfemias,
y los oscuros
juegos de la sensualidad.
Una cabeza petrificada
toma el cielo por asalto.
Inquietante esta nota. Ese desmoronamiento del mundo rumbo a la Primera Guerra Mundial me resonó actual durante toda la lectura. 1914: Conflicto bélico mundial. 2020: Pandemia mundial. La palabra desmoronamiento siento que los iguala.
La pintura impresionante
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