La lógica Cambiemos del espejito rebotín es una de las clásicas formas discursivas del PRO. La otra es la que arguyen cuando en sus gobiernos las cosas no salen o no salieron bien. En esos casos la culpa fue de a) el kirchnerismo y Cristina b) de mi papa c) de los avatares del mundo d) de los votantes. De hecho, siempre fue bastante impresionante la capacidad PRO de echarle la culpa al otre. Cuando Jefe de Gobierno, Macri señalaba el ámbito de lo público y le echaba la culpa a Cristina por las cosas que no había podido hacer o resolver; sino apelaba (y apela) a lo privado y mandaba casi “literalmente” en cana al padre —de paso introducía un elemento telenovelesco en la escena y corría el eje del debate—. Cuando nada de eso era posible (ya en su gobierno) hacía uso del argumento del impotente que nada pueda hacer frente a los cambios en el “mundo” del que ahora si éramos parte (sin voz ni voto). Una última ya bizarra posibilidad fue la de culpar a los votantes por la boleta que habían metido en las urnas. Increíblemente, posteriormente tipos como Lenin Moreno han usado explicaciones similares (“En algún momento una persona me dijo ‘ojalá tuviéramos un mejor presidente’. Yo le dije: ‘Ojalá tuviera yo un mejor pueblo también”).
Cabe preguntarse acerca de la efectividad de dichas fórmulas. Echarle la culpa a Cristina cuando el PRO gobernaba solamente CABA demostró ser parte de una estrategia discursiva que terminó resultando efectiva. Seguramente calaba hondo en un prototipo porteño que parece experimentar todo lo que sucede como un obstáculo o un camino para lograr lo que quiere (especialmente lo público). Y esto en verdad vale para cualquiera de los subtipos de la lógica “fue culpa de” (en y más allá de la capital). El discurso que subyace es el de un protagonista que tiene todo para poder desarrollar su potencial pero que una serie de obstáculos no lo dejan realizarse. Incluso, tanto en el subtipo “fue culpa de Cristina” como el de “fue culpa de los votantes” lo que aparece es un sobredimensionamiento de la figura propia (la de alcalde porteño o la de presidente) respecto al obstáculo (la presidenta o el pueblo). A nadie que esté caminando por una zona montañosa se le ocurriría decir que una montaña le está obstaculizando el paso —a menos que sea San Martin cruzando los Andes—. Al echarle la culpa a Cristina, como por un acto de magia, comparaba la figura de un intendente de una ciudad privilegiada con la presidenta de todes les argentines. Toda lógica que se exacerbe en demasía puede terminar siendo bizarra y eso fue lo que pasó cuando el entonces presidente le echó la culpa al resultado de las PASO (y al pueblo votante) y después le echo la culpa de haberle echado la culpa a que había dormido mal (otra vez, el ámbito privado).
Pareciera que la clave para poder entender estos discursos es el fenómeno de la identificación. ¿Quién alguna vez no le ha echado la culpa al mundo de sus propios problemas? ¿Quién no siente que de poder barrer una serie de obstáculos podría ser más feliz y ahora sí desarrollar todo su potencial? ¿Quién no le ha echado la culpa de sus problemas a sus padres y en especial a su padre que es quien representa el super yo y la ley frente la casa-madre-cobijo? —no es casual que Miauricio se la pase contando que va al psicólogo—. Incluso si tomamos prestado la frase de Lenin Moreno podemos ver la esencia del subtipo “la culpa es del votante” que no hace otra cosa que decir que el pueblo no está a la altura de las propuestas y tareas que Macri se proponía. De hecho, la frase “’Ojalá tuviera yo un mejor pueblo también” traspasa las fronteras ideológicas realmente existentes. De alguna manera, estos discursos nos invitan generar empatía en nuestro interlocutor no porque nos solidaricemos con él sino porque a nosotres nos podría pasar lo mismo (que no es igual).
Por otra parte, más allá de que el ámbito donde se deposita la culpa sea el público o el privado, el argumento de la culpa ya es inherentemente privado. Qué sentido tiene echarle la culpa al votante que no te voto o a tu contrincante político. Al igual que lo que pasa con el perdón, la culpa pierde sentido cuando sale del ámbito de las relaciones personales que se caracterizan por tener una lógica distinta a la de la vida pública. Para echar la culpa tengo que suponer que quien considero responsable está de mi lado, sino más que responsable sería un contrincante que ha jugado bien sus fichas. Por ello el golpe de efecto de la culpa es corrernos de cancha, llevarnos a un terreno mucho más ameno para encubrir las verdaderas discusiones.
En estos casi dos años del gobierno del Frente de Todos, queda poco claro cuál es la estrategia discursiva. Tampoco se termina de perfilar hacia dónde vamos. Guitarra, Lito Nebbia y perro Dylan mediante, no es claro que el Frente de Todos tenga claro cuál es el ámbito de disputa que más le conviene. Tampoco podemos obviar la creciente incursión de lo privado en lo público (redes sociales y nombres de pila mediante) que, lamentablemente, no tiene un igual correlato de lo público en lo privado. A nadie se le ocurre indignarse por campañas políticas que nos muestran al candidate en su rol de padre/madre, pero si el ejecutivo dicta una cuarentena obligatoria por razones de salud pública, hacen tronar el escarmiento. Tampoco el problema es necesariamente la difuminación de las fronteras que separan ambos mundos, sino que aquello privado que trasciende a la esfera de lo público no se desgarre en este mismo movimiento. El patriarcado y la violencia de género ponen bajo la luz de lo público algo que se suponía del ámbito de lo privado; pero en ese propio emerger en lo público se constituyen a sí mismos como un problema que nos concierne a todes y que, cuando regresa a lo privado, lo hace para transformarlo de una manera que, aunque progresiva, tiende a ser radical. El paso de un tema o problemática de un ámbito a otro no puede ser inocuo. En cambio, cuando Guillermo Moreno nos muestra su rostro “paternal” en su spot de campaña lo único que hace es cosificar y legitimar en el ámbito de lo público al sentido común patriarcal que todes llevamos dentro.
Lo público en el capitalismo se caracteriza por la religazón falsamente real de lo que en lo privado está dividido. Yo con mi vida puedo hacer lo que se me canta, pero si pretendo tener voz sobre lo que nos concierne a todes se supone debo explicar mis ideas y argumentar de una manera racional lo suficientemente elocuente como para ser capaz de convencer a la mayoría. La falta de argumentación en las discusiones políticas que se ven en la tele, en donde vuelan improperios y no se entiende nada, es también una intromisión de lo privado en lo público: es el poder desnudo despojado de los artificios de la razón. Qué es lo que te puede volver capaz de ganar una discusión cuando la argumentación ha quedado en el olvido: es la capacidad de que el otre se identifique con vos, tengo que parecerme al que me escucha, tengo que representar alguien con el que comparta sus mismos problemas. Si lo que convence en cambio es una argumentación, es probable que, si realmente llamó la atención de sus interlocutores, haya algo nuevo en el discurso, algo de lo que hasta ese momento no se habían percatado. A pesar de lo ilusorio del ámbito político como espacio de decisión libre sobre todos los aspectos de la vida social, no obstante, es preferible al poder desnudo que es el que suele mostrarse en lo privado. Y esto sucede porque en la vida social, lo aparente es mucho más que lo meramente falso.
La estrategia del espejito rebotín
“Ellos van a intentar igual, inventar denuncias de todo tipo. Porque la única forma que tienen ellos de esconder un elefante en la calle Florida es llenarla de elefantes. Inventan siempre cosas creativas nuevas, como lo de Bolivia. Un golpe que no existió y un contrabando que no existió. Y ellos van con su denuncia y la repiten y la repiten”
Sobre su gobierno, negó las acusaciones de ser un “endeudador serial” y devolvió la pelota: “El kirchnerismo tiene un récord de deuda”.
Mauricio Macri también habló sobre la vicepresidenta Cristina Kirchner y dijo que “se la pasó hablando del lawfare, pero desde que asumió se dedicó” a perseguirlo. “Ella se pasó hablando del lawfare, pero desde que asumió con (el Procurador del Tesoro, Carlos) Zannini se dedicó a perseguir a mi familia por el Correo”, subrayó el líder del PRO.
“Ella dijo ´Yo no perdí y vos no vas a poder gobernar´. Y así fue, trabas desde el primer día”, dijo sobre la titular del Senado, y agregó: “Todos pensamos en ella, no hay un liderazgo claro del Presidente“.
Como se puede observar, se trata de un compendio de algunas de las frases de Miauri que reflejan la estrategia del espejito rebotín. Leerlas se siente como si nos hubiésemos comido un baldazo de indignación, la palabra que nuestro dialecto guarda para estos casos es “caradura”. No voy a gastar palabras en demostrar las falsedades de esas declaraciones, no creo que nadie que este leyendo lo necesite. Sí, por ahí puede tener sentido pensar en cómo digieren esas declaraciones los votantes PRO. Probablemente los cebe y les dé “argumentos” para “discutir” —las comillas intentan expresar que no hay verdadera discusión ya que es probable que estas opiniones no superen la barrera de su propio público y, a lo sumo, terminen siendo parte de la “discusión” twittera—. Pero de esto podemos inferir dos cuestiones: por un lado, nuevamente el espacio de la discusión pública ya no requiere de una argumentación más o menos aguda. Cuando Macri dice semejantes idioteces, de alguna manera da el “permiso” para que aparezca un coro de repetidores diciendo lo mismo y así se va corriendo el espacio de la discusión. Por el otro, cómo se ha transformado el ámbito de la discusión al compás de las tendencias a la segmentación del consumo, la discusión política pasa a ser un consumo más con las mismas reglas que cualquier otro tipo de consumo. No es un fenómeno que ocurra de una vez y para siempre, sino que se trata de una tendencia que en la última década probablemente se haya profundizado. Esto quiere decir que, en cierto sentido, la discusión política/pública se ha privatizado, ha pasado a ser un aspecto más de la mercantilización de la vida social. Entonces el efecto de las palabras de Macri no es aportar argumentaciones sino modificar el campo de acción que es el que en verdad estructura el sentido en que sus palabras van a ser interpretadas. Discutirle no tiene sentido, más importante es decodificar todas las implicancias y efectos que las mismas tienen. Aquí sucede lo mismo que nos puede pasar al escuchar un tema hiper berreta que, no obstante, se ha vuelto popular e incluso se nos pega (y nos pega) y de repente nos sorprendemos al encontrarnos tarareándolo: si es efectivo es porque algo tiene. Frente a eso lo mejor que podemos hacer es tratar de descubrir qué es lo que tiene de “especial”.
Sí, por un lado, con la estrategia del espejito rebotín, primero se erige en contrincante de igual jerarquía, infantiliza la discusión y mete a toda la dirigencia política en la misma bolsa; por el otro nos propone una polarización que no nos resulta ajena: divide el campo social entre peronistas/kirchneristas vs antiperonismo/antikirchnerismo. Lo que se suele entender bajo la lógica de la grieta, el espejito rebotín es también un loop, un círculo vicioso de reflejos, no abre sino que cierra más y más. En la medida en que tiende a remarcar una discusión que no nos resulta ajena, es un discurso que también es efectivo para el autodenominado arco “nacional y popular”. Nos indigna a la vez que nos envalentona, nos tienta a responder por lo primitivo que es sin darnos cuenta que nos está llevando poco a poco hacia su terreno. Ahora bien, el problema no es el antagonismo sino la grieta, la potencia de una contradicción implica necesariamente la existencia de una unidad contradictoria, el desarrollo de esa contradicción debería tender a la destrucción de esa unidad y el nacimiento de una nueva (también contradictoria, aunque distinta). Esto quiere decir que el “relato” peronismo-antiperonismo es un par inseparable, es parte de una unidad y, a la luz de la historia, habría que preguntarse cuáles son los resultados logrados mediante este diseño específico del campo de la disputa política.
El Frente de Todos (o al menos el kirchnerismo) debería responder mediante una batería de posibilidades: puede ser ignorarlo (fórmula que Cristina usó cuando era presidenta y que hoy parece ser más compleja) o bajarle el precio. La última opción implica tratar a Macri como lo que es: un títere ¿de quién? El problema es que dicha respuesta es como una espada de doble filo, mientras revela el verdadero significado detrás del expresidente pone en cuestión la propia unidad del Frente de Todos. Para explicarlo, qué mejor que remontarnos al momento de la asunción de Nestor Kirchner. El discurso kirchnerista (compartido en parte con el duhaldismo) fue el de la disputa entre la producción vs la especulación, había dos bandos antitéticos. Suponía por un lado al capital financiero internacional y, por el otro, a los grandes grupos económicos que ahora devenían en burguesía “nacional e industrial”. Lo cierto es que a la oligarquía diversificada esta estrategia discursiva no le venía para nada mal. Si, por un lado, se lavaban de culpa respecto a la crisis de 2001 (resultado de 10 años de convertibilidad y endeudamiento), por el otro, el último presidente electo se había ido en helicóptero y hasta Duhalde habían pasado varios presidentes al hilo. Hoy, el gobierno de Alberto Fernandez pretende reeditar el mismo tipo de lógica. Tiene un problema: Macri sacó el 41% de los votos en las elecciones de 2019. Tiene la alternativa de desenmascarar la careta de Miauricio pero eso lo lleva a confrontar directamente con los grupos económicos responsables y principales beneficiarios de todos los procesos históricos de endeudamiento (para que haya fuga tiene que haber una deuda que, de una u otra forma, siempre termina afrontando el Estado). Qué diría Sergio Massa si este fuera el caso…Las limitaciones del Frente de Todos son inherentes a su propia identidad, su propia identidad se entremezcla con la de su supuesto bando contrincante ¿después de todo no son los Macri fieles exponentes de la patria contratista? Detrás de la disputa peronismo/antiperonismo seguimos teniendo una fracción del capital que juega a dos bandas.
Algunas medias verdades
“Además, afirmó que “el populismo trabaja para generar resignación. Para que creas que no puede haber nada mejor”, y agregó que “el peronismo hoy representa a los que no trabajan”. “Cambiar 70 años de historia no era tan fácil como creímos”, se resignó.”
“(Hay que recuperar) la dignidad del trabajo, a eso hay que apuntar, que el peronismo vuelva a recuperar su esencia, que sea el partido de los trabajadores, hoy es el partido de los que no trabajan”
Si con las declaraciones anteriores, aunque se podía ridiculizarlas por lo primitivas y precarias, convenía posar la mirada más sobre las formas y sus posibles efectos; en el caso de estas últimas, el contenido pasa a ser clave.
La idea de que el peronismo/kirchnerismo/populismo “trabaja para generar resignación. Para que creas que no puede haber nada mejor” es, mal que le pese a muchos, relativamente cierta. Seguramente por eso tuvo menos respuestas desde el oficialismo si las comparamos con las vertidas cuando el ex-mandatorio comparó el proceso de endeudamiento actual respecto al de su mandato. Aunque es cierto que el kirchnerismo mejoró los índices de pobreza, indigencia, empleo y remuneraciones —entre otras cosas—, también lo es que su horizonte era el de los primeros gobiernos peronistas (especialmente el primero), etapa que ha quedado en el imaginario popular como aquella en la que la clase obrera llegó al paraíso. No viene al caso discutir ahora los aciertos y los defectos de aquellos gobiernos sino quedarse con un dato mucho más básico: ese futuro está en un pasado. Y si bien es cierto que cualquier idea de futuro implica en algún punto la recuperación de algún aspecto o momento del pasado, también lo es que un futuro realmente distinto requiere un ángulo de mirada novedoso sobre la historia que recupere muchos de esos aspectos o temas que han quedado debajo de la alfombra. Para ser justos, algo de esto sucedió durante el tercer gobierno kirchnerista. Creo igualmente que el elemento evocativo es el que abunda. Más aún si observamos la clave de lectura económica de carácter keynesiano que hace el kirchnerismo. Las ideas no son “nuevas”, son formas “light” de propuestas de hace 50 o 60 años y olvidan que, sea mediante dictaduras sanguinarias o derrotas socialdemócratas fragantes, si no han “fracasado”, al menos no han podido encontrar la forma de revertir la crisis en la que se metió el capitalismo a mediados de los 70´. Es por ello que las declaraciones del Miauri guardan un espacio de verdad que, además —y esto es central—, dice algo que hasta ese momento no se había dicho. De esta manera, el discurso revela un aspecto vedado y, a la vez, se arroga la potestad de ofrecer una explicación al respecto. Es efectivo porque pone sobre el tapete algo que tal vez había quedado guardado dentro del inconsciente colectivo, genera una modificación del espectro de discusión política que, a su vez, logra capitalizar por completo. El hecho de marcar el carácter evocativo y de supuesta “resignación” del peronismo no tiene por qué ser un elemento de utilización política de la derecha, sino que podría implicar la necesidad de que el arco nacional y popular le dé una vuelta de tuerca al proyecto peronista. No se trata de una suposición hipotética, basta con observar los procesos de radicalización de una parte del peronismo durante los años 60 y 70.
Cuando Miauricio observa que el peronismo representa hoy a los sectores que no trabajan, que el problema es que debería recuperar su esencia relacionada con la dignidad del trabajo, nuevamente dice algo hasta ese momento indecible y construye en el mismo acto el marco de sentido hegemónico de interpretación.
Que el peronismo represente a los que no trabajan es otra forma de decir que se hace cargo de la miseria y la pobreza generalizada a través de una serie de medidas paliativas. Es también comparar el peronismo del pleno empleo con su versión actual e incluso con la versión de los años kirchneristas que, a pesar de que une pueda recordarla con nostalgia, lejos estuvo de ser el paraíso de les desposeídos del mundo. Es también incluirse él (Macri) dentro del universo de los que trabajan, es dar por sentado que los capitalistas trabajan. Y a esto difícilmente pueda contestarle una tendencia política que aboga por la armonía de clases. Y, si se quisiera apuntar irónicamente que si el peronismo representa a los que no trabajan eso quiere decir que lo representa a él, ojo porque podríamos toparnos nuevamente con un resabio de verdad. Muchos de los que hoy son grupos económicos, fueron en su momento la burguesía nacional de los primeros gobiernos peronistas. No hace falta irse tan lejos, esos mismos grupos económicos han salido más que hechos de los 12 años kirchneristas. Nuevamente, la respuesta que el campo nacional y popular podría y debería dar terminaría siendo un arma de doble filo. En este caso la estrategia de la derecha también tiene una lógica especular, aunque mucho más sofísticada. Como una técnica de judo, golpea al adversario con su propia lógica argumentativa.
Al contrario de lo que podría sugerir la lógica del “peronómetro”, la vitalidad, recuperación y vigencia del peronismo está directamente relacionada con el fenómeno kirchnerista caracterizado por romper con la variante menemista de los años 90´. Si ahora de repente nos situásemos en los años 90´, podríamos decir exactamente lo mismo respecto al menemismo. De una u otra forma, lo que permite la vigencia del peronismo no es su inmovilidad sino todo lo contrario, la identidad pende del hilo de la transformación y el cambio. El tema pasa por tener en claro cuál pasado es el que se quiere recuperar, qué futuro que ha quedado trunco es el que se quiere reconstruir.