En el amanecer del nuevo milenio, en un país alejado de los meridianos, una humilde pero contundente voz disrumpe desde el corazón mismo del positivismo más pacato y embrutecido en los placebos del infame estado de bienestar. Esa voz es la de Andrés Carrasco y su equipo de investigación, que ante la previsión de un ataque del mundo académico, no dudaron en firmar su publicación en la revista científica Chemical Research in Toxicology.
A casi diez años de aquella publicación, se estrena el documental dirigido por la realizadora Valeria Tucci, en el que se propone la reconstrucción del proceso de investigación encabezado por Carrasco y las repercusiones científicas, sociales y políticas, así como las represalias de los gigantes del sector agroindustrial y sus facinerosos lobbistas de siempre.
En la Argentina se alcanzó el récord mundial de adaptación al paquete agroquímico proporcionado por la transnacional Monsanto. En ningún otro país del mundo se abandonó con tanta facilidad y en tan poco tiempo el modo de producción previo para pasar al paquete tecnológico de transgénicos y herbicidas propuesto por Monsanto. Las cifras son contundentes y abrumadoras; y esto gracias a la combinación del paquete tecnológico junto con el paquete social, político y económico de la Argentina que se enmarca en una tradición extractivista y agroexportadora con legislaciones tímidas y solo orientadas por la renta.
Es en este marco que la investigación liderada por el científico repatriado Andrés Carrasco asevera de forma contundente y minuciosamente demostrada, que el herbicida conocido como Glifosato produce malformaciones e inhibiciones en los embriones de los vertebrados. En pocas palabras: es veneno para los humanos. Pero esta afirmación no solo provoca la furia lógica de los capitales transnacionales y sus perros de caza, sino también la del mezquino mundo académico, que castiga a Carrasco por denunciar esta situación en medios masivos y en circuitos externos a este mundo tan deteriorado y apoltronado, provocando así la disrupción de fondo que obliga a replantear el para qué del estudio científico y del progreso tecnológico. Y es aquí, en esta ya vieja pero nunca tan pertinente disputa de saber y poder que el documental de Valeria Tucci decide plantearse. Lo que realmente nos interpela de la investigación de Andrés Carrasco, es la reconsideración del lugar de las comunidades -o de aquello que los voceros del poder suelen llamar como “la gente”-, deben tomar en los debates acerca del consumo de los alimentos y de los modos de producción de estos mismos. Y es de ahí que la directora propone una puesta en escena en que el material de archivo se nos muestra re encuadrado por la televisión, el medio masivo por excelencia, aunque no se pierde oportunidad para emplazar artefacto del televisor, también ocupando un espacio físico: el espacio de la universidad. Un momento ejemplar es cuando Carrasco le explica a Adrián Paenza en la Televisión Pública qué son los agroquímicos y eso lo vemos en el re encuadre de una televisión antigua ubicada en el escritorio de un aula magna de la prestigiosa Universidad de Buenos Aires.
Con un ritmo aletargado pero nunca cansino, y con una atmósfera intrigante construida por la banda sonora y una composición de primeros planos y travellings que recorren los pasillos de los laboratorios y la universidad, Valeria Tucci logra introducirnos en un policial documental que nos retrata la vida del científico argentino y sus últimos años de vida a partir de la publicación de su investigación más trascendental en términos sociales.
Con las cosas bien claras en términos ideológicos, la película no duda en centrar su interés en la disyuntiva clásica del por qué, para qué y para quién es la ciencia; preguntas que motivaron a Carrasco en sus últimos años de vida para resistir los embates de la mezquindad y estupidez humana desde los más variados sectores, incluyendo al entonces ministro de ciencia y tecnología Lino Barañao, pasando también por el espionaje perpetrado desde la embajada de los Estados Unidos (lo cual se dió a conocer en 2011 a partir de los Wikileaks).
La película de Valeria Tucci, entonces, narra la historia -a propósito trágica- de una persona que necesitó más años para profundizar su legado, pero que a pesar de todo logró plantear un debate central en sectores que antes ni se lo imaginaban. Intentó hacer partícipe a las personas de las decisiones que atañen a sus alimentos, sus cuerpos y sus vidas. Eso que en las ciencias sociales disfruta -o padece- de estar en boga desde hace algunas cuantas décadas, la biopolítica, Carrasco le dio materialidad en un hecho concreto, particular y actual. La película de Tucci pareciera proponernos eternizar a Carrasco como un científico y una persona que su mayor logro fue poner en crisis el pedestal moral de la neutralidad que se arroga la legitimación científica en nuestro país y en el mundo. Denunciar los silencios cómplices genocidas y ecocidas. Liberar al estudio científico y el progreso tecnológico del yugo de las corporaciones y dedicarla, al fin y de una vez por todas, al servicio de “la gente”; al servicio de las comunidades. En fin: al servicio de la vida.
Creo que es muy valioso rescatar a un hombre que entrego todo para desenmascara a los poderoso que no tienen ningun conflicto interno a pesar de saber que matan por dinero. Y que demostro cientificamente su denuncia a pesar de no contar con ningun respaldo.
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