“¿Y si las pesadillas fueran grietas del infierno?” J.L. Borges
Camino por una calle arbolada que parece José María Moreno. La soga colgada del
paraíso, que de nena me hamacó, roza mi cara. Voy rápido. Giro en el pasaje y un
hombre de negro con sombrero me saluda levemente. Me muevo levitando sobre
baldosas rojas descascaradas. No sé por qué gire. Quiero retroceder y no puedo
darme vuelta. Intento caminar para atrás. Me esfuerzo mucho mucho pero no
puedo. Estoy clavada en esas baldosas que ahora se estiran y me agarran los pies.
Me levantan y me impulsan. Grito ahogada y ya sin remedio suelta en el aire me
hundo hacia adelante. Cada vez más adentro de lo oscuro. Levanto los pies y dejo
que me arrastren. Entonces fantásticamente vuelo.
El planeta gira y yo lo veo. Estoy gravitando en una órbita extraña. Me acerco mucho
cuando paso por Africa y me alejo demasiado al pasar por los polos. Me desespero
buscando Buenos Aires pero desde acá no se ve. Mi cuello se estira en un sinfín y lo
recojo como una elástica manguera. En una de esas maravillosas vueltas mi órbita se
rompe y caigo caigo caigo en un vacío negro y burbujeante.
Entonces los tambores se escuchan cada vez más cerca y el aullido de este perro se
hace muy agudo. Quiero que se calle y con una piedra enorme le quiebro la cabeza.
Lo veo desangrarse y me entretengo en mirar sus ojos vacíos que no dejan de
observarme. Y me atraviesan. Ahora yo me desangro.
El animal moteado aparece entre los árboles desnudos y ya no puedo esconderme
porque mi cuerpo se ha hinchado y transformado en una masa informe donde los
ojos tratan de no quedar sumergidos. Creo que el llanto sigue saliendo pero no lo
siento. El animal se acerca y me husmea. Sus bigotes me acarician y yo me desinflo.
Desde allá se acerca una flor enorme con tentáculos enormes. Sufro su cercanía y
me asusto. Corro mucho tiempo sin detenerme y la flor empequeñece diluyéndose
en el fondo oscuro de uno de mis ojos. Me pierdo y pucha no encuentro la llave.
Me pierdo y ya frente a mi casa no encuentro la llave. El paraíso de primavera
proyecta sombras con sus ramas llenas de hojas recién nacidas sobre la entrada.
Arman una danza misteriosa. Me acarician la nuca con un susurro de amor. Mi mano
encuentra el agujero en el fondo de la cartera. Se ha desfondado y la llave se cayó
vaya a saber dónde. Quizás esa sea la causa de la tristeza infinita que brota de mis
ojos hasta atraparme y ahogarme.