¿Cómo se puede explicar que un candidato que hace campaña con una motosierra tenga altas chances de convertirse en presidente?

Es esa la verdadera pregunta que hay que tratar de contestar. Y para hacerlo, hay que jugar en su terreno, ir más allá de las propuestas y plan de gobierno, de las críticas respecto a su impracticabilidad y cómo el mero intento de su aplicación supondría la caída de una sombra sobre el pueblo argentino. Hay que jugar en el terreno de las formas en cuanto son ellas un contenido en si mismas. Hay que develar la verdad del humor de época que subyace al fenómeno y que, incluso, le impone su verdad.

Vayamos hacia adentro de nuestro inconsciente colectivo a ver qué se nos viene a la mente con la imagen de un loco revoleando una motosierra: Leatherfase de “La Masacre de Texas”. El argumento no viene al caso, se trata de un demente que va asesinando gente con o sin la susodicha motosierra. Entonces, una vez parados dentro de ese universo, la pregunta que sigue es la de ver cuál es la siguiente imagen mediadora que nos permitiría pasar a la dimensión de la política, a la propia esfera de la dominación social. El atajo asociativo más eficaz parece ser El Guasón, más precisamente el de Christopher Nolan en “The Dark Knight”. La figura del super héroe y de su némesis, el villano, pueden ser de gran utilidad en la medida en que introducen la cuestión del bien y del mal y, al mismo tiempo, su disociación/contradicción respecto a la lógica del deber ser. Si, por un lado, la figura del super héroe supone una disociación de la personalidad, un Bruce Wayne y un Batman, por el otro, la capacidad de hacer “el bien”, la potencia necesaria para hacer “justicia”, queda del lado de aquel que rompe las reglas, tanto respecto a sus capacidades cuasi de superhombre, como a una razón instrumental que señala que el camino de la justicia requiere necesariamente romper con las reglas, las normas, los procedimientos. Es evidente la contradicción: si la justicia se supone garantizada por el respeto a las normas y procedimientos legales, cómo es posible que la potencia del hacer justicia quede del otro lado del polo de la contradicción, de lo que se supone deberíamos entender como lo injusto o malvado. Bien visto, el género de superhéroes se erige como un intento bastante bien dirigido y digerido de suturar la contradicción inmanente al sistema capitalista entre lo que es y lo que se supone que es. Para poner un par de ejemplos:

Cada uno es libre de hacer lo que quiera —aunque si no trabajas de lo que puedas te morís de hambre—

Todos tenemos derecho a una legítima defensa -pero algunos pueden contratar un bufete de abogados mientras la mayoría tiene que contentarse con lo que tiene a mano (esto, en el mejor de los casos)

Frente a una nueva decepción respecto a un candidato votado y electo, a nadie se le ocurriría decir, como con la guita, “¿acaso mi dinero (voto) no vale?”

Y, ya que estamos, ¿la frase “¿acaso mi dinero no vale?” no pone sobre la mesa que, aunque todos seamos iguales la igualdad que verdaderamente importa es la de tener guita para ser igual al otro, a ese ser excepcional que ya tiene toda la mosca? De hecho, bajo esta luz, la especificidad del concepto de igualdad burgués que, probablemente, esté entre los hitos más progresivos alcanzados por este sistema social, puede ser reanalizada. Más allá de la dimensión histórica, la que señala que el mandato de la igualdad fue una forma de poner a los sectores cuasi obreros y campesinos a favor de la burguesía en su disputa con la aristocracia, es interesante detenerse en la significación de la igualdad para la subjetividad burguesa, en cuál es y cómo funciona su propia lógica. También porque, hegemonía mediante, se trata de una lógica que paulatinamente se va a ir extendiendo más allá de dicha clase. Para preguntarse por la motivación de la igualdad en el burgués, puede ser interesante remitirnos a “El burgués gentilhombre” de Moliere. Cito una parte del argumento que aparece en Wikipedia (no estoy en condiciones de hacer un mejor resumen)

“Monsieur Jourdain es un hombre de 40 años, bastante ridículo debido a su algidez e ingenuidad. Su padre se había enriquecido con su oficio de zapatero, de modo que le pudo dar la condición de burgués. Este pretende adquirir los modales de los aristócratas que frecuentan la corte, para así llegar él a ser un hombre distinguido, noble y de alto rango como sus ídolos. Invita a gente distinguida, dioses para él, a cenar en su casa, dándoles grandes banquetes y favores con la esperanza de que le den a cambio algún reconocimiento, lo cual sería un inmenso honor para él. También se dedica a aprender todo aquello que le parece indispensable: el manejo de las armas, el baile, la música, la filosofía, etc.; pero sin interesarle de veras, sino únicamente para imitar lo mejor posible a un elegante y distinguido noble. Debido a esto, sus maestros hablan desdeñosamente de este «nuevo e ignorante burgués que no aprecia el arte», pero que al menos entrega una generosa remuneración.”

Esta sátira da en el clavo a la hora de percibir qué es lo que se encuentra encerrado detrás del deseo de igualdad del burgués. Se trata de un deseo irrealizable, el burgués quiere ser igual al aristócrata, pero en la medida en que lo logre, la figura de aristócrata se desvanece y con ella la motivación del deseo. Si soy igual al otro, el otro como tal deja de existir; detrás de la igualdad subyace en las sombras el privilegio, “quiero ser igualmente privilegiado que vos” ¿no se encierra en esta proposición la piedra fundamental para la crítica del deseo de igualdad tal como lo experimentamos hoy en día? ¿no subyace a la arquitectura, a la forma en que está diseñado este mundo, este deseo de igualdad nunca satisfecho, siempre colocado en una nueva ambición? Nuestra actividad cotidiana, en lo que de burguesa se refiere, tiene detrás este principio de deseo inalcanzable de aristocracia ¿no somos un poco aristócratas obsequiando nuestros “me gusta” por las redes sociales? ¿acaso no hay un elemento aristócrata cada vez que defecamos sobre un “lago” de agua potable — popularmente conocido como inodoro— apretamos el botón y borramos de un plumazo, para siempre y rápidamente esa “cosa” poco digna de nosotros? ¿la división entre la vida pública y la vida privada, entre lo que es y lo que se supone que es, no es también un modelo heredado de la aristocracia?  

De esta forma, volvemos a colocarnos en la esfera del ser y del deber ser, de lo que es y de lo que se supone que es. Al menos hasta ahora, sin lograr superarla, el capitalismo ha tenido que recurrir a esta sutura de la herida, a esta religazón bajo el imperio de la norma, lo que implica la no consideración de la situación particular; a la abstracción que esconde, incluye para luego volver a esconder. Si por ejemplo se observa la reciente nueva ley de alquileres, en los papeles más progresiva que la anterior, prohíbe explícitamente la celebración de alquileres en dólares. No obstante ¿cuál de los legisladores que votaron la ley podría afirmar que el cumplimiento de la norma está 100% garantizado? Un ejemplo más cotidiano que remite a mi experiencia personal en la última votación presidencial PASO: un tipo con una nena de aproximadamente 10 años en brazos, utiliza a la niña para no tener que hacer la fila. Si nos esforzamos, vamos a encontrar miles de ejemplos —incluso en los que somos protagonistas—, donde encontramos la manera de salir beneficiados; la argucia para bajo el manto del universal, de la no consideración explícita de la situación particular, lograr salirnos con la nuestra. Como se ve, aunque se cristaliza en la lógica legal, se trata de una constitución que excede por mucho ese ámbito, casi como una forma específica de formateo cerebral. 

Entonces el género de superhéroes nos explica que sí, efectivamente hay que seguir las reglas, aunque para hacer justicia alguien tiene que romperlas. En cierto sentido, desde el Batman oscuro de Nolan, pasando por el Guasón de The Dark Knight, hasta el más reciente “The Jocker”; el personaje principal, aquel destinado a nuestro ejercicio de identificación se fue moviendo desde “el bien” a “el mal”. Ya no queremos ser superhombres, ahora nos interesa poner el mundo dado vuelta. Y aunque, dicho así, esto supone un tremendo poder subversivo no deja por eso de tener un contenido fascista y criminal.

El guasón no solo quiebra las reglas, sino que te dice “el problema son las reglas”. No le interesa el poder per se, su causa es la del caos. Ni siquiera es el mal en sí mismo, sino la propia destrucción del concepto del bien y del mal. Su causa es la de señalarte la hipocresía, allí donde se supone que hay luz y claridad, en realidad hay sombra y fetidez. Es un partidario del desgarramiento de la herida que, cual agujero negro, tiene que expandirse hasta devorarlo todo.

¿Esto quiere decir que Milei adscriba y represente electoralmente este tufo? No, el contenido explícito de Milei no es lo que realmente importa (al menos no en este contexto de palabras). Más bien, de lo que se trata es de extraer aquella verdad que bucea en las profundidades del fenómeno.

Capaz, a esta altura, algune haya notado que las referencias culturales expuestas para intentar narrar esta verdad son y se extraen de la cultura yanqui operacionalizada a través del engranaje audiovisual. Y sí, horas y horas de consumo de series, películas, propagandas, formatos televisivos importados y, más generalmente, el formato de consumo cultural, nos han traído hasta acá. Somos también lo que consumimos.

Yendo más específicamente al fenómeno en sí, hemos visto un Milei un “pelín” más racional. No es que haya perdido las mañas, las muestra relativamente seguido. No obstante, ha hecho un leve giro interpretado por la real politik como un intento de ganar votos que “no son suyos”. Aunque dicha explicación probablemente sea cierta, no agota el abanico explicativo. En realidad, también se vuelve más de carne y hueso ¿cuántos de nosotros frente a situaciones que nos resultan insoportables y que nos darían ganas de gritar como desquiciados y revolear piñas para todos lados, no obstante respiramos y hacemos lo que se supone que debemos hacer? Esa es la misma escenificación que llevó adelante Milei. Vivimos en un mundo donde nos representamos a nosotres mismos, tal como si fuésemos nuestros propios abogados, tratando de no pisar el palito, de no morder el anzuelo, de no sacarse nunca la careta. Se trata de un delicado equilibrio que el candidato debe lograr para, sin perder su carácter de superhombre, al mismo tiempo no perder ese corte estructural que todes llevamos constitutivamente adentro, entre lo que somos y lo que se supone que somos.

Se trata de un tema fundamental en la medida en que el candidato acierta justo ahí donde la izquierda falla. Para decirlo rápido, necesitamos menos estudiantes de notas excelentes comprometidos con “causas justas”, de esos que iban a los simulacros de naciones unidas (¿sigue existiendo?) y dialogaban con las autoridades en los términos de esas mismas autoridades frente a un reclamo justo; y más estudiantes tira piedras, rebeldes, detectores de la farsa; en definitiva, capaces de captar al poder y sus sutilezas. Porque, en definitiva, no tener una actitud contestaria y rebelde implica sucumbir a las arenas del control, del dominio, del poder; de esa idea implícita de que si hacés las cosas bien, te va a ir bien —nótese la cercanía con la meritocracia— tan propia también de película yanqui de abogados donde, al final, contra todo pronóstico y en contra de todo el status quo, termina triunfando la postura defendida por los oprimidos. ¡Mentira! Eso solo sucede en las películas.

¡Mentira! Si te rompes el alma, te tomas tres colectivos para ir a entrenar y tus viejos abnegados y heroicos dejan de comer a la noche para alimentarte, no vas a triunfar, jugar en la selección y ganar un mundial.

¡Mentira! Si terminas la secundaria en una nocturna no vas a conseguir un trabajo en un restaurant primero como lavaplatos y finalmente ascender a jefe de personal.

¡Mentira! Te vas a romper el orto laburando para que tu pibe pueda tener las oportunidades que vos no tuviste ¿te va a alcanzar? y si te alcanza, ¿no terminará manejando un Uber?

Este mundo no tiene nada —pero nada— que ofrecer, hay que hacerlo de vuelta. Ese tiene que ser el punto de partida.

Detrás del fenómeno Milei subyace la imagen de una gallina degollada. Corrió por su vida, la alcanzaron y la degollaron. Ya no tiene cabeza pero así y todo sigue corriendo, resiste casi como un acto reflejo. Ya no le interesa igualarse con el privilegiado, ya no se come el verso de que si estudia y se esfuerza como “el burgués gentilhombre” va a ser igual a esos otros. Esa ilusión ahora desvanecida era en parte una de las ideologías que permitía articular al conjunto social y, como tal, no era meramente falsa en la medida en que desplegaba su potencia sobre la realidad. Hoy, mediante la extrapolación de la neurosis gracias a las redes sociales, el otro está desapareciendo o, para ser más precisos, se está volviendo cada vez más un fetiche, una fantasía, un depósito de frustraciones.

Cuando en el debate presidencial un tipo como Schiaretti denuncia a Myriam Bregman por haber votado leyes con el kirchnerismo ¿realmente está suponiendo o queriendo que alguien suponga que la rusa es kirchnerista? Cuando Bullrich habla de aniquilar el kirchnerismo ¿qué es lo que realmente quiere decir? El atajo más fácil (y no por eso menos cierto) es el de la denuncia de la segregación del kirchnerismo de la vida política. Sin embargo, más interesante es pensarlo al revés: lo que se “cancela” no es el kirchnerismo sino lisa y llanamente al otro, a todo aquel diferente y distinto (por eso la diatriba del cordobés resulta reveladora). Milei, más inteligente y actual, se aparta de esta consigna y engloba al otro como la “casta política”. Los nombres cambian, pero detrás lo que realmente está en juego es la aniquilación del otro que no es otra cosa que la aniquilación de nosotros mismos, de nuestra dualidad. La diferencia que el simpatizante de la Libertad Avanza observa entre Milei y el resto de los candidatos no pasa por una supuesta buena voluntad, honestidad y conciencia de uno frente a los otros. La diferencia pasa por la “autenticidad”, mientras uno se “muestra tal cual es”, los otres siguen jugando al juego del como sí. Obviamente, se trata de un artificio ideológico apalancado en la ilusión de que el candidato ultraderechista no tiene trasfondo y que, en caso de ganar, los que van a dejar de tener trasfondo, dualidad y alienación van a ser sus votantes. Aniquilar al otro es aniquilar lo que del otro hay en mi mismo. Y aunque se trate de una falacia, claramente arroja a la luz la edificación estructural de una conciencia burguesa que nada tiene de natural y eterna sino que no es más que un producto históricamente determinado.

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