¿Qué es el Estado?

En la edición anterior de “Guía teórica para la Vida” habíamos llegado a dilucidar el carácter de relación social del capital: la que se da entre aquellos que tienen medios de producción y aquellos que sólo tienen su fuerza de trabajo. Como es evidente, no es posible categorizar al conjunto de la población mundial solamente con estas dos categorías. La clave aquí es entender que esa no es la finalidad de estos constructos conceptuales, sino que lo que se busca es “partir” a la sociedad capitalista por sus puntos neurálgicos, por las relaciones que le son fundamentales y le dan su carácter específico. El capital como relación social es central en la medida en que señala la especificidad del sistema económico social en el que vivimos. Esto se pone de relieve cuando se analizan formas de producción precapitalistas. Por ejemplo, en el caso del feudalismo, la relación señor feudal-siervo de la gleba reviste un carácter jurídico-político. El siervo trabaja en las tierras señoriales y entrega parte de su producción porque se ve obligado a ello, es el “precio” que tiene que pagar por la parcela que le toca y por la utilización de los bosques comunales. Además, el siervo está atado a la tierra, tampoco hay aquí una decisión genuina. En este sentido, la esfera jurídico-política determina a la esfera económica. Es más, uno podría cuestionar la escisión entre la esfera jurídico-política y la económica durante estos periodos pretéritos ya que la distinción cobra sentido cuando se analizan las formas de producción precapitalistas y no tanto en el estudio de dichos sistemas en sí mismos. O sea, la propia distinción teórica entre ambas esferas es una consecuencia del imperio y desarrollo del sistema capitalista de producción, aplicada al pasado no es más que una mirada autorreferencial.

El análisis y concepto de Estado ha sido y en gran parte sigue siendo motivo de fuertes controversias dentro de la tradición marxista. Esto, en parte, obedece al hecho de que el mismo Marx nunca llegó a desarrollarlo sistemáticamente. Es sabido que proyectaba un tomo del “El Capital” a tratar la cuestión del Estado que nunca llegó a escribir. En este sentido, para tomar su pensamiento en relación al Estado, es necesario remitirse a textos más políticos y de coyuntura. Especialmente se suele tomar “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. Por otra parte, también suele haber una tensión entre “historia” y “teoría o lógica dialéctica” en Marx y en los marxistas que le siguieron. Es como una suerte de engranaje complejo entre ambas cuestiones. El concepto de Estado no sólo no está exento de esta tensión, sino que en él el “conflicto” se acentúa.

Para empezar a exponer este concepto motivo de nuestras reflexiones, voy a tomar algunas de las reflexiones que se dieron en los años 70’ en lo que se conoció como el debate alemán de la derivación del Estado. Los distintos autores parte de esta corriente, intentaron construir el concepto de Estado a la manera en que Marx había construido el concepto de Capital, sin presuponer nada, avanzando paso a paso en la cadena de mediaciones conceptuales.

Un primer punto desde cual avanzar es, justamente, la noción de capital como relación social. Sería un error entender este concepto como meramente “económico” dado que las formas de producción material que las sociedades se dan exceden por lejos simples relaciones económicas. Se trata en definitiva de los fundamentos materiales de la vida social, un enfoque materialista no equivale a uno económico. Como se veía en el volumen 1 de esta serie de artículos, la relación entre poseedores de mercancías implica una igualdad: al mercado pueden ir todos porque todos tienen una mercancía para ofrecer. A su vez, desde el momento en que el obrero vende su fuerza de trabajo al capitalista, en la fábrica misma, es el capitalista quien dispone de la capacidad de trabajo del obrero. Es decir, en la esfera de circulación se trata de una relación entre iguales (lo público), pero en la de producción se produce una relación de dominio (lo privado). Aquí, es menester señalar el error de aquellas posturas que entienden que el Estado es quien se encarga de la esfera pública preservando el dominio de la esfera privada a cada individuo dado que, en verdad, lo público y lo privado son consecuencia del imperio de un Estado, no lo anteceden. Dejemos esto para más adelante y volvamos al mercado.

La pregunta de rigor es qué o quién me impide ir al mercado de la esquina, agarrarme un par de salchichas y algún bife de la carnicería y salir corriendo a los piques. Alguno podría contestar que si hago eso, el carnicero cuchillo en mano, me va a perseguir y es probable que la situación se ponga delicada. Ahora bien, un fisicoculturista no por ser dotado físicamente va a ir al almacén y chorearse todo lo que pueda. Esto quiere decir que como mínimo tiene que haber una fuerza extraeconómica capaz de garantizar la propiedad. Esto significa que debe contar con los medios de violencia necesarios para hacer cumplir el respeto a la propiedad y, a su vez, no solo garantizarla sino, en cierto sentido, hasta “crearla”. Esto recuerda la famosa frase de Rousseau:

“El primero que habiendo limitado un terreno dijo: “esto es mío” y encontró gente bastante ingenua para creerlo, aquél fue el verdadero fundador de la sociedad”

Si bien el elemento creencia es importante, es claro que no basta con creer, sino que alguien debe hacer cumplir. Este es el principio lógico desde donde se construye la noción de Estado. Bien visto, aquí ya aparece una tensión en el concepto porque el Estado garantiza la propiedad, pero como propietarios que somos (y si la capacidad de trabajo se vuelve una mercancía propietarios somos todos), frente al Estado, todos somos iguales. A su vez, en esta relación que para la economía política clásica es la más simple de todas (la de propietarios de mercancías) ya está implícita una prenoción de Estado.

A su vez, volviendo a esta idea de creencia, es claro que esa fuerza extraeconómica debe gozar de consenso entre los productores de mercancías. Esto nos remite a la idea desarrollada por el contractualismo en torno al contrato como la instancia donde los individuos de una sociedad se ponen de acuerdo y deciden ceder su derecho a protegerse y a hacer “justicia por mano propia” en pos de delegarla a una instancia externa, autónoma y superior, capaz de legislar acerca de sus diferencias y encargarse de ejecutar las medidas pertinentes en cada caso. El problema con esta visión es suponer al contrato como la génesis de una sociedad cuando, más bien, son la violencia primero, y la cultura después, quienes sientan las bases para la fundación de una determinada sociedad (que se cristalizan en un “contrato” como forma básica de lo legal). En este sentido, entonces, la sociedad de productores de mercancías requiere de, justamente, sujetos que realicen un producto con el objetivo de venderlos para comprar nuevas mercancías; una fuerza extraeconómica que goce de consenso generalizado capaz de hacer respetar la propiedad; por último —y acá ya estaríamos en condiciones de hablar de Estado— que esta instancia “externa” y “superior” que legisla y hace cumplir la ley, tenga el monopolio legal de la violencia. De esta manera, ya contamos con los dos elementos centrales de un Estado: el consenso y la coerción. 

Es interesante repasar brevemente la articulación histórica entre los Estados-naciones y el desarrollo del sistema capitalista. Marx se refiere a esto como “acumulación originaria”, la génesis, el “primer motor” que genera las condiciones para la acumulación del capital que recién ahí aparece como “independizada” de la esfera jurídico-política. Bajo este paraguas conceptual, podemos observar las asombrosas coincidencias en distintas regiones del mundo respecto a los procesos de desposesión que, bajo el mando del Estado, se llevaron adelante contra los campesinos en favor del Estado —quien detrás tenía al capital—. Notar la infinita serie de mediaciones y procesos históricos necesarios para sentar las bases para la acumulación de capital, para este mundo que hoy nos parece tan natural, es fundamental. Estamos hablando de la separación de los productores de sus medios de producción (fundamentalmente la tierra), la prohibición de utilización de las tierras y bosques comunales, la imposición del trabajo asalariado bajo amenaza de cárcel o envío al ejército, la parcelación de los terrenos. Todos elementos presentes en los cimientos del sistema capitalista que, no casualmente, se articulan históricamente con el surgimiento de los Estados-nación. Como señala David Harvey, cada tanto, volvemos a observar un nuevo “mini primer motor” que permite relanzar nuevamente la acumulación del capital luego de una crisis. Enrique Arceo en su libro “Argentina en la Periferia Próspera” recuerda los viajes de Darwin por estas latitudes señalando cómo la caravana en la que viajaba quedó varada varios días a causa de una infinita e interminable cantidad de ganado vacuno pasando durante días y noches frente suyo impidiéndoles el paso. Ganado del cual se alimentaban los gauchos, aquellos con los que Sarmiento aconsejaba “regar con su sangre la tierra”. Tuvo que suceder la Campaña del “Desierto”, la papeleta de conchabo, la elección forzada a la que se vieron obligados los gauchos entre el trabajo asalariado (en sus versiones más rudimentarias) o el ejército, las grandes olas inmigratorias, la inversión en infraestructura (principalmente ferrocarriles), la introducción del alambrado: todo lo necesario para generar un “ecosistema” donde el régimen de propiedad capitalista pudiese aflorar. El elemento principal de dicho “clima” es, como se apuntaba, el trabajo asalariado. Todas estas “invenciones”, todo este imperio del “progreso” y la “modernidad” tuvieron un actor protagónico: el Estado.

Sería un error suponer que el carácter ilusorio de la antinomia entre mercado y Estado es un dato del pasado. Qué es lo que vimos con el salvataje de los bancos durante la crisis del 2008, qué es lo que vemos hoy con la crisis mundial desatada por la pandemia del covid-19. Es el Estado niñera llevando de la mano a esta suerte de niño sádomasoquista y perverso que es el capital, un niño que es capaz de destrozar todo, inclusive poniendo en peligro su propia capacidad de acumular (que es su razón de ser). Relanzar la acumulación es siempre de una u otra forma, reeditar formas de desposesión de las clases subalternas. Pensemos en nuestra crisis hiperinflacionaria en el 89’, en el 2001 y la pulverización de los salarios con la devaluación. Pensemos en hoy mismo y comparemos nuestro salario promedio con el que gozábamos al principio de la pandemia (y eso que Macri ya había hecho la mayor parte del trabajo sucio), la desocupación, la pobreza y la indigencia. De alguna manera, con el país pasa algo parecido a lo que sucede en esas grandes empresas donde de repente aparece un agente externo (consultor u asesor) que tiene la tarea de hacer el “trabajo sucio” (léase reducción de personal). En general, dicho actor tiene fecha de vencimiento, una vez que hizo lo que vino a hacer, aparece un nuevo “gerente” que tiene la tarea de juntar y rearmar los pedazos de la empresa. Lógicamente, los arma desde un nuevo escalón. Esta es la tarea que viene encarando el kirchnerismo/peronismo desde el 2001, lo cual no significa que no haya tenido grandes aciertos y que la cosa siempre hubiese podido ser mucho peor. Pero a grandes rasgos su tarea fue y es la de recomponer la acumulación y la dominación (lo que se suele expresar, no casualmente, bajo el eufemismo de “rearmar el país”, “apagar el incendio” o “encender el motor de la economía”).

Por otro lado, la apariencia de un Estado árbitro imparcial, no por ser una apariencia, deja de revestir cierta verdad. Esto tiene su sustrato lógico en la igualdad formal sobre la que se basa y se construye un Estado capitalista, la igualdad que los productores de mercancías tienen como tales, igualdad que puede llegar a desembocar en la idea de ciudadano y en la democracia (un ciudadano, un voto). También no deja de ser cierta la tensión que se da entre mercado y Estado. Pero la clave es no perder de vista que el Estado capitalista es una forma política que adquiere la relación social capitalista. Esto no significa que esas tensiones no sean importantes y que no haya que entenderlas en sus múltiples determinaciones. Pero es bueno no olvidar los límites intrínsecos del accionar de un Estado capitalista. En la próxima edición nos vamos a enfocar en algunas de estas tensiones, principalmente la relación entre el Estado y la correlación de fuerzas sociales dentro de un marco capitalista.