La Chuki
“Ya la veo montada en el limbo,
frente a frente con los sueños blancos.
Inalcanzable”
Viene y va muchas veces al día por la misma cuadra. Silba. A veces cruza y la vemos caminar por la vereda de enfrente. No se sabe bien qué busca o que está esperando. Pero ella camina y si la miras te saluda. Lo que pasa es que pocos la miramos. Lo que pasa es que no querés que se te pegue como una estampilla. Entendes? Existe esa especie de… cómo llamarlo… de prurito. Así dicen los vecinos más benévolos y con buen nivel de lenguaje. Otros la desprecian y la consideran la única culpable de la vida que lleva. Y unos pocos si pudieran le tirarían aceite hirviendo como en las invasiones inglesas.
¿Qué cuando llegó? No tengo idea. Solo puedo decirte que hace mucho. Primero fue una ráfaga de desfachatez de la que aún conserva algunas pizcas. Con vinchas de colores y bermudas se lavaba el pelo en las canillas que aún quedaban en algunas veredas del barrio. Era muy joven. A veces tocaba timbre y te pedía una botella de agua. Se sentaba en el cordón y se lavaba con el jabón que le habían dado en la farmacia junto con los preservativos. Siempre limpia, eso sí. Y ahora? Querés saber? Mira, aún conserva la coquetería y la limpieza. Y eso que ya han pasado unos cuantos años y varios novios que compartieron su colchoncito en alguna de las esquinas del barrio.
Hubo un tiempo en el que pidió plata aprovechando el semáforo de José María Moreno y Cobo. Estimo que con poco éxito. En realidad con lo que mejor le ha ido fue con practicar “la manga” en los negocios del barrio. Siempre algo le dan. Pero no mucho. Porque si le das todos los días “se va a quedar para siempre”. Se escuchaba decir, viste? Y la Chuki parece haber entendido nuestra psicología barrial y ha logrado quedarse ya por mucho tiempo. Como cuando un perro se acerca y te dicen que no le des de comer porque se te va a pegar como goma de mascar. Pero después te da lástima y le tiras algún hueso. Porque pobrecito mira qué flaco qué está. Y ahí sonaste. No te lo sacas más de encima.
En fin, que estas situaciones como las de la Chuki muestran (al que las quiere ver) con cuántas contradicciones somos capaces de vivir los seres humanos. Sin darnos cuenta. Hasta que aparece alguien como ella. Y entonces pasas del miedo a la culpa como si nada. Andas a los tumbos bamboleándote entre los dos sentimientos. Un día la saludas y le das una ropita que le puede ir bien. Y al otro ni la miras. Si el colchón lo ubica en la esquina de enfrente y la miras cuando se acomoda para dormir en las noches frías casi tiritas junto con ella, pobrecita. Pero si se pone en la puerta de tu casa sentís que querrías volver a las invasiones inglesas. Por esa sonrisa socarrona creo que estás de acuerdo conmigo, cierto?
Sabes que el colmo fue cuando (no se sabe de dónde) consiguió un sillón de dos cuerpos que ubico en la esquina. Casi sobre el cordón pero mirando hacia adentro. Cuestión que todos los que pasaban por ahí atravesaban su mono ambiente sin pedirle permiso. Pero eso a ella poco le importaba. Acomodó el colchón contra la pared con una colcha rosa que todavía estaba bastante buena y completó el mobiliario. Te juro que si hacías abstracción de los colectivos, los bocinazos de los autos y el piso de vereda antigua parecía en serio un mono ambiente. Cuando terminó con la decoración la Chuki se peinó y se puso la vincha verde fluor. Se sentó a disfrutar el paisaje desde el sillón que aunque estaba medio ladeado porque le faltaban dos patas para ella estaba muy bueno. Un pucho en la boca y un suspiro de emoción completaron la escena. Le faltaba solo la televisión colgada del cable. Te reís, cierto? Y sí sí es una escena de una película under y créeme que no te exagero nada. Esa mañana feliz con un sol amable le duró poco. Cuando la Chuki se fue para la otra esquina la vecina que vivía ahí le prendió fuego a todo.
Y así es la gente. Muy desconsiderada. Salvo que seas vos el que vive ahí, claro. En ese caso deberíamos volver a reflexionar sobre ese calificativo. Máxime cuando la ventana que da justo al mono ambiente sea la de tu comedor. Y a que durante varias y sucesivas noches mientras cenabas y querías ver un poco de televisión hayas tenido que escuchar las peleas llenas de palabrotas soeces de la Chuki con el novio. Y no hayas tenido más remedio que oler el paco que se mezclaba con el aroma de tu cena y también oír los sonidos del amor cuando la pareja estaba pasándola bien. Entonces lógico, qué querés? La actitud de la vecina es muy comprensible. Estás de acuerdo con ella? Y sí, yo también! Me decís que vos hubieses hecho lo mismo..! Te creo hombre, te creo. Es comprensible que en esa situación esa vecina haya esperado que la Chuki se fuese. Y se entiende que después ella misma haya hecho una especie de pila con el sillón, el colchón y las otras cositas que la Chuki había dejado desparramadas por la vereda. Comprendo que haya rociado todo con el primer inflamable que tuviese a mano. Y que al final haya arrojado displicentemente un fósforo a ese montón de cosas inservibles. Y que entonces se haya encerrado en su casa a ver desde su ventana con cierta alegría revanchista cómo se prendían fuego las únicas pertenencias de la Chuki. Recordando tal vez aquellas hermosas fogatas de San Pedro y San Pablo que también armábamos ahí, casi en ese mismo lugar. Cuando éramos chicos y chicas. Vos sabes, que todos llevamos un incendiario adentro y el de ella se habrá despertado justo cuando vió el mono ambiente en su vereda. “Me sacó” diría luego al que la quisiese escuchar. Casi disculpándose. Pero a la vez fascinada con su fogata. Se comprende. Te lo dije hace un rato que son situaciones que no hacen más que mostrarte tus propias contradicciones. Pero llegado a un extremo, claro. Qué contradicciones ni qué contradicciones. Se elige y ahí aparece el fósforo y el kerosene.
Cuando la Chuki volvió dijo algunas malas palabras mirando las brasas aún prendidas de ese sueño del departamento propio. También todos y todas llevamos un propietario adentro. Inclusive ella. Pero no dijo tantas como seguro supusiste. Porque si algo ha desarrollado intensamente la Chuki en estos años es el desapego. El incendio hizo que se mudara de esa esquina por un tiempo. No tardó mucho en conseguir un nuevo colchón de algún vecino que ese día le tuvo lástima. Total ese colchón está viejo y lo único que hace es juntar mugre en el cuartito de la terraza. Pero sillón hasta ahora no tuvo nunca más. Se dice que el tren sólo pasa una vez por tu estación. Y capaz que esa fue la vez de la pobre Chuki.
Año va, año viene. La Chuki se ha hecho parte del barrio. Nos encariñamos y se encariñó. Ya no se sonreía tanto porque la droga le había llevado unos cuantos dientes. Pero conservaba la coquetería. Y su sentido de pertenencia fue en aumento. Muchas veces nos salvó de que fuésemos robados en la parada del 26. Me refiero a esa parada que está en Centenera y el pasaje. Viste que es un lugar muy oscuro. Propicio para que mientras esperas el colectivo te saquen el celular y los pocos pesos que llevas encima. Ahí fue que apareció la Chuki. Varias veces. A los gritos espantó a los ladrones diciendo que se dejen de joder y que no te roben porque vos eras su amigo o su amiga, según la ocasión. Y que por eso eras intocable. Y los “pibes chorros” le hacían caso. Podes creer? Y sí sí ya sé que ellos también tienen códigos y los respetan. Claro. Así fue ganando en el barrio cierto prestigio la Chuki. También si en la madrugada querían robarse la goma de auxilio de algún auto o abrir un baúl a ver si se podían llevar alguna cosita ella se ponía a gritar como loca junto con el novio de turno. Espantaba a los ladrones y hasta te tocaba timbre y si lograba despertarte te contaba con lujo de detalles todo lo sucedido. Esperando alguna recompensa, claro. Se entiende. Un par de zapatillas o unos pesos. Todo viene muy bien.
Lo que me conmovió fueron las pocas veces que apareció un hombre casi de su misma edad que trataba de convencerla por todos los medios para que volviese a la casa. Podes creer? Te lo cuento con exactitud porque una vez el encuentro sucedió en el umbral de mi casa y pude escuchar toda la conversación. “Que por qué no volvés a casa. Qué papá por suerte se fue y no apareció más. Y que mamá consiguió un trabajo de lunes a viernes en una casa con cama adentro, así que casi no jode. Que yo trabajo en la gomería y con las extras y las propinas gano bien. Que a mí me gustaría que volvieses. Que a mamá también porque a veces se pone triste cuando hace frío pensando en donde estarás en ese momento”. Increíble, cierto? Esta parte de la historia es como una de esas películas que te hacen llorar. Y así seguía la letanía del muchacho frente a una Chuki inmóvil y concentrada que miraba a un punto fijo de la vereda de enfrente. Que como hacía para verlos? Abrí apenas la persiana y los veía perfecto. Y no, no. Por suerte no se dieron cuenta. De vez en cuando ella negaba apenas con la cabeza. Y el muchacho seguía hablando. Después sobrevenía un silencio largo y profundo. Ahí se paraban y se despedían con un abrazo fuerte. Los habré visto dos o tres veces y la escena se repitió casi siempre igual. Y no, no, no se fue, viste que la calle tira.. y una vez que te acostumbras es difícil abandonarla …. por lo menos eso dicen los que saben.
Y te la hago corta para no aburrirte. La Chuki sigue en el barrio. Hay meses en los que desaparece y luego vuelve con su silbido inconfundible a vivir en las esquinas de siempre. No molesta a nadie. Sigue flaca fumando paco. Increíble que haya durado tanto porque dicen que te mata rápido, viste? Ella sigue vivita y coleando mangueando a todo el que se le cruza. No che, sabes que nunca me enteré que hubiese robado alguna cosa. Ahora ayuda a las señoras grandes a cruzar José María Moreno porque pusieron un semáforo complicado, con luz de giro. Y les lleva las bolsas de las compras por unos pocos pesos.
Y así son las cosas con la Chuki que sigue practicando el desapego porque cada vez que cambia de esquina vuelve a dejar casi todo. Se va con lo puesto. Dispuesta siempre a volver a vivir la aventura de conseguirse un colchón nuevo.
Preciosa tu manera de contarlo. Con una gran agudeza de observación, que nos permote viajar con la imaginación.
Soy del Barrio y conozco a La Chuky. Gran relato Noemí!
Con esto de #QuedateEnCasa estamos más tiempo “ubicables”, cada tanto pasa por casa, toca el timbre pidiendo una ayudita y algo se lleva: algo de ropa, un plato de comida o algún mango…
Hay un día especial en el año en que ella pasa, toca el timbre y te pregunta “¿Te acordás?”
Y a la cara de incertidumbre responde “hoy es mí cumpleaños! Vine a buscar el regalito” jajaja
La próxima vez, cuando pregunte, en vez de la cara de desconcierto le voy a tener preparado algo especial…
Gracias por contar una historia que representa la de muchxs.
Volviendo a vos, el cuento muy bueno, por momentos me he reído, me he puesto en el lugar de la incendiaria, de la la Chuchi y de cada uno de los personajes. Gracias.
Cuántas Chuchis y Chuchos existen en nuestra ciudad, lamentablemente productos de esta sociedad que no los puede contener. Culpables? De nada, Nacieron desprotegidos, con enormes falencias, durísimo!!! Y lo que habrán pasado en sus casas, para que no quieran volver. Triste, muy triste.
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