Diálogo de manos

El, casi 50 años, una arruga profunda en la frente, unos ojos gastados y un par de manos delgadas y tranquilas

Ella, casi 45 años, una frente pequeña cubierta por un flequillo con reflejos rojizos. Las ojeras disimuladas con una capa excesiva de maquillaje y unas manos chiquitas e inquietas.

La mesa, un mantel con cuadritos rojos y un vaso alto con dos claveles. Rosa y blanco. Una ventana amplia que da a Callao y los cafés recién servidos. Humeantes. El brazo derecho del hombre extendido sobre el mantel como sin querer. Con ligera displicencia. El brazo izquierdo de la mujer puesto con fuerza sobre la mesa, levemente curvado, como buscando evitar volcar el vaso con claveles.

La mano derecha del hombre casi abierta, casi esperando sin dar, casi dejada ahí porque no había otro lugar cómodo. La mano izquierda de la mujer sobre la de él, ahora golpeándola, después acariciándola, más tarde estrechándola, quizás mañana besándola. Sin recibir otra respuesta que la sonrisa permanente de los ojos gastados del otro lado del mantel a cuadritos.

De pronto la mano derecha de él parece desprenderse de la pereza que la abatía. Acaricia apenas con la punta de los dedos la mano de ella y luego la rechaza con dulzura, casi diríamos sin querer.

Él se reclina en la silla y su mano busca en un bolsillo de la campera. Saca dos billetes. Los  coloca junto a algunas monedas meticulosamente apiladas al costado del vaso con claveles. El brazo de ella continua depositado quieto en el mismo lugar. Él gira y toma la cartera que está sobre la silla. Se la alcanza a ella que la toma rápido, casi con rabia.

Él se levanta. Ella también.

Él se dirige a la puerta. Ella se detiene unos segundos como para tomar impulso y lo alcanza en el umbral. La mano derecha de ella toma, posesiva, el brazo de él. Este hombre es mío parece decir.

El frente del bar los tapa un momento. Aparecen de nuevo y de repente frente al mantel a cuadritos. Ella lo mira golpeándolo, estrechándolo, acariciándolo, casi besándolo. Sin recibir otra respuesta que esa sonrisa permanente, instalada parece que hace mucho en esos ojos gastados.

Los dos pares de ojos y de manos enfrentan al vaso con los claveles. Tres pasos más y le dan la espalda.