
La felicidad
Fingir, Fingir, Fingir, Hasta que la máscara se adapte a su cara. Se hunda en los poros y se ajuste a los bordes de sus ojos. Sabe que le va a costar trabajo. Es una tarea milimétrica. Pero todo estará bien mientras mantenga la boca libre para vomitar. Abrir la boca, meterse los dedos y vomitar en una bocanada la angustia. La tristeza y la bronca. Todo hasta la última gota de saliva, hasta el último quejido, hasta la última lágrima.
Entonces sin quererlo una vejez transparente se le acomoda entre los surcos de la cara. Y ella piensa asustada que esa vejez llegó para quedarse. Se resiste. No quiere. Todavía pretende ser feliz aunque siente que la felicidad se le está escapando de la bolsa de “posibles”.
Allí la vemos surcando el espejo con su cara vestida con una hilera de dientes blancos y parejos que asoman detrás de unos labios que son los suyos. Los reconoce. Y se dice, mejor en vez de pavear, practicar. A ver Julia cómo te sale hoy la sonrisa. Uno-Dos. Uno-Dos. Sonrío y me pongo seria. Me pongo seria y sonrío. Así practica ella con tesón y voluntad, como decía mamá cuando me sentaba al piano. Con tesón y voluntad todo se logra decía. Capaz que a pesar de estar muerta, mamá sigue teniendo razón. A ver Julita, ahora tendrías que lograr que aun estando seria te brillen los ojos. Y ella lo logra. Hoy vemos a Julia contenta. Los ejercicios matinales frente al espejo han dado sus frutos. Ha llegado a la imagen justa. Una cara feliz. Uno-Dos. Uno-Dos. Las calles de su ciudad la esperan.
Allí la vemos cerrando su casa con la llave que guarda rápido en el bolso. No pensar. En nada más que en lo que corresponde. Y sonreír. Una cara feliz. Uno-Dos. Pestañearle a los fantasmas que en las calles tratan de herirla. Le muestran cosas que no tienen remedio. Rolo y Nina a la salida del subte. Acompañándola en las vidrieras. Riéndose en las esquinas. Bailando debajo de los focos de luz mostrando sus desnudeces. Riéndose. Pero sobre todo besándose resguardados entre las luces y las sombras de las veredas mojadas por una llovizna otoñal.
Está bella la ciudad con esa niebla matinal que apenas la cubre y deja al descubierto las cúpulas de Avenida de Mayo. Mejor seguir practicando la sonrisa y no verlos, sepultarlos en el fondo de esta vidriera sin ojos y matarlos con sus dientes risueños. Pensar en qué va a preparar para la cena o abandonarse a lo que surja cuando ya tarde esté paseando frente a los puestos del mercado. Y si él no viene (como ayer no vino) sonreír mientras tira la comida a la basura. Y sigue. No importa, no importa, se dice. Y rápido se esconde en un baño y vomita hasta que no le quede nada y no pueda sonreír más.