Fotos: Marcos Kuperman https://instagram.com/markup19again

Lo que dura un semáforo

La vieja se me apareció nítida acodada sobre el balcón del primer piso. Adiviné un murmullo cansado en sus labios. Quien sabe rezaba

La luz de la tarde, ya madura, acariciaba apenas los bordes del balcón sin iluminarla. Encogida, recostada contra el borde de la ventana. Humilde y serena. Despeinada y sucia.

La imaginé mendigando en la puerta del mercado, sentada en un umbral. La mano extendida, la mirada lejos.

La imaginé tejiendo en la salita de su casa, una tarde lluviosa. Con frío. Una pañoleta gris sobre sus hombros.

La imaginé yendo al almacén con lo justo para comprar azúcar y quien sabe un poco de paleta.

La imaginé sola, en su cama sin lograr que el sueño la roce, charlando con fantasmas

La imaginé con nietos. Sonriendo y linda. Los chicos escondidos en su larga pollera y ella albergándolos feliz.

Cerré los ojos para atrapar esa última imagen y quedarme ahí.

El colectivo avanzó. Lento. Trastabillando. Pero aun así lo suficiente como para que el semáforo verde nos comiera en la esquina y ya sé, nunca más la voy a ver.

Quien sabe estaba rezando.

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