LO QUE NO FUE
Como el que desvelado
Que a eso de las cuatro
mira con ojos tristes
a su amante que duerme
descifrando la vieja estafa
Idea Vilariño
BRUNO
Cerró la puerta del ascensor con delicadeza. Se acomodó los anteojos que habían quedado un poco ladeados y suspiro encantado. El perfume de ella aleteó sobre su nariz y lo aspiro con avidez. El whisky aún permanecía en su boca pero más atrás fue encontrando también otros sabores que lo marearon gratamente. Apoyó el cuerpo contra el espejo y sonrío. Tenía ganas de volver. Tocar el timbre. Simular haberse olvidado algo. O simplemente decirle que tenía ganas de verla de nuevo. El golpe seco del ascensor al llegar a planta baja lo despertó y descartó la idea. Ya en el palier Bruno escuchó que Alma desde arriba le abría la puerta de entrada. Sólo el ruido agudo e impersonal del portero eléctrico. Sin palabras. Le extraño la ausencia de su voz grave. Esperaba un saludo. Algo más. Despejo una sombra que se le había instalado en la frente y camino unos pasos hasta el auto por una vereda amarilla de aromos. Respiro profundo la madrugada que se iba insinuando y subió al auto. Una rosa roja se había quedado rebelde sobre el asiento. La olió profundo. Y encendió el motor. Avanzó despacio por Belaústegui hacia la avenida vacía. Una silueta se recortó sobre el puesto de flores y reconoció a la florista que le había vendido el ramo. Tan amable y cálida; le recomendó las rosas rojas. No fallan, le aseguro.
No quiso pensar en la mañana. Menos en su agenda. “Solo quiero dormir sin que nada se borre. Que todo permanezca igual cuando me despierte, por favor.”
EMA
El último ramo de la tarde se lo vendió a un señor escondido detrás de una bufanda gris. Le recomendó rosas rojas porque en sus ojos chispeaban estrellitas. Y ella era muy novelera. Quiso ayudarlo a que se le cumpliese el sueño. El pagó sin bajar del auto. Lo vio colocar el ramo con delicadeza sobre el asiento de al lado para luego avanzar hasta estacionar a mitad de cuadra. Entró al edificio de cerámicas rojas.
Ema se atrevió a armar posibles historias siempre con final feliz. Suspiro mientras iba guardando las flores y cerraba el kiosco. Espió las ventanas del edificio donde lo había visto entrar, tratando de adivinar cuál sería el balcón que correspondía a la cita. ¿Dónde estarían sus rosas? ¿Olvidadas sobre una mesada o dentro de un lindo jarrón? A ella le habrán gustado? Las rosas rojas tienen perfume intenso. Estimulan el romance. Ojalá no me haya equivocado, pensó mientras cerraba el candado y se encaminó hacia la avenida.
Cuando Ema llego a su casa descubrió que se había olvidado el monedero con el dinero recaudado. Decidió volver a buscarlo, no era cosa que se lo robasen. Seguro lo habría apoyado en la repisa antes de cerrar con el candado. Era ya muy tarde cuando bajo del colectivo y caminó hacia el kiosco. Mientras avanzaba trató de agudizar la vista para distinguir si el monedero estaba donde ella creía haberlo dejado. Apenas alcanzó la esquina suspiro aliviada. Ahí estaba! Tal cual lo había imaginado. Ahora a volver rápido. Ojala el colectivo venga pronto, circula durante toda la noche pero es cierto que más espaciado.
Unos focos iluminaron la calle y se sintió descubierta. El coche avanzó despacio y giro frente a ella. Distinguió al señor de la bufanda gris. Se está yendo, pensó Ema. Le hubiese gustado preguntar cómo le había ido. Se moría de ganas, pero desistió. Se cruzaron las miradas. A ella le pareció no ver en sus ojos las estrellitas chispeantes. La duda se instaló en sus románticos sueños y se encaminó hacia la avenida.
¿Lo que pudo ser no habrá sido? ¿Las rosas rojas me habrán fallado esta vez? Floto la pregunta sobre su frente como una molesta estampilla. Segura que le iba a ser difícil conciliar el sueño con desgano estiro el brazo para parar al colectivo que avanzaba despacio por la avenida vacía.
ALMA
Quedo su cuerpo dibujado en la sábana y se apresuró a estirarla. A acomodarla. A tender la colcha con prolijidad. A empezar a borrar su presencia con gestos vagos pero precisos. Tan vagos que parecía una tarea imposible. ¿Cómo borrar con una goma algo escrito con marcador indeleble? Un gracioso absurdo. Se sonrío apenas y estiro con mucha dedicación desde los cuatro ángulos. Presentía que ese era su salvavidas. Simular. Borrar. Que en la cama no quedaran rastros. Eso era lo importante y a la vez lo más difícil. Con los otros rastros sabía que también tendría que lidiar. Pero después. Quizás mañana. Capaz que nunca. Ya vería cómo hacer. El tiempo es buen acompañante en estas lides, se dijo
El hielo se disolvía sin apuro mezclándose con el whisky. Se veía desdoblada corriendo por el cuarto. Una corría y la otra la observaba con una cierta desesperada ternura. Fue a la cocina con la respiración entrecortada y decidida lavó el vaso. Primera acción certera. Nadie sabe que Bruno estuvo. Una mirada rápida sobre los rincones la tranquilizó. En el florero acomodó las rosas rojas que él le había regalado y se sentó en el silloncito azul. Un paneo general la tranquilizó. No quedaba rastro alguno de su irreverente y perturbadora presencia. Sólo dentro mío y para eso no hay gomas que alcancen. Me ocuparé más tarde. En el baño frente al espejo se acomodó el flequillo. Limpió con dedicación la sombra azul y los restos del rouge colorado. El perfume de él aleteaba sobre su nariz. Roció todo el dormitorio con otro que olía a jazmín. Horrible. No lo usaba nunca, pero hoy venía bien porque era intenso.
La madrugada seguía oscureciendo el balcón. Todavía quedaba un tiempo para descansar. Seguramente la pastilla le regalaría un sueño profundo. Ajusto el despertador. Tengo mucho que hacer mañana. Entrecerrando los ojos y con la respiración ya más calmada vio que una nueva flor se acababa de abrir en su balcón.