La Terraza

Era muchos paisajes superpuestos. Fuerte le pegaba el sol en los veranos. Sin guantes, gorro y bufanda los inviernos la transformaban en un lugar imposible. El agua de lluvia la refrescaba con inocencia. Y entonces la envolvía el olor a pasto mojado. A veces, sólo a veces (baldearla demandaba mucho esfuerzo) la visitaba el poet lavanda. Hormigas voladoras a menudo. Hamaca como castillo de princesas. Solarium de lujo en las tardes calientes del verano adolescente buscando ese bronceado que prometía la publicidad. Antes juegos de carnaval desde su baranda adornada de barrotes antiguos. Baldazos fríos y bombitas con incierto destino cumplían su cometido de compartir picardías y romances infantiles. La pileta de lona (todo un acontecimiento) la convirtió en un paisaje muy preciado. Fiesta de 15 aguada. Los cuchillos clavados en las macetas no lograron espantar la lluvia. Olorcito grato de los asados familiares. Otras veces la carne a la parrilla y el fuego cómplice con amigos y amigas. Útil para la quema de libros “subversivos” en un tiempo negro. Durante muchos años brindis generosos en fines de años sucesivos hasta el cambio de siglo que sucedió sin la hecatombe anunciada. Después su estrellato fue decayendo al compás de los años cumplidos sin piedad. Mucho después puerta con varios candados. Malvones desfallecientes en macetas cascadas. Visitas esporádicas como las de los médicos sólo para detectar molestas grietas causantes de humedades. Sin miradas cómplices ni carcajadas como las de antes. Un día la puerta no se pudo abrir. Tendrá que venir un cerrajero. Pero nunca llego. Olvido y recuerdos hasta el final anunciado de muerte y adiós.

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