Tomar la Comunión

A continuación les cuento que van a leer una serie de flashes referidos a cuando tomé la primera comunión. Como en un recopilado rápido de fotos instantáneas. Algo así como si el disparador de la máquina se hubiese trabado y las imágenes se fuesen sucediendo en un fluir continuo. A veces superponiéndose. En otros párrafos la acción se hará más lenta hasta que este recuerdo llegue a su fin. Son diez flashes como los diez mandamientos pero cuentan otra historia.

1er Flash: Los milagros y las almas puras

El catecismo era un librito de tapas blancas y pocas hojas. Tenía muchas ilustraciones en blanco y negro y todas las “oraciones” debían memorizarse. Sin que nadie se hubiese dedicado a explicarme nada sabía desde el principio que iba a tener que recordar todo ese libro de memoria, para que me dejaran tomar la comunión. Es decir, reconocía que la cosa no era fácil y que había que ganarse el lugar para recibir “el cuerpo de dios” en aquel muy lejano 8 de diciembre de 1956.

La comunión se tomaba a los 8 años en la Iglesia que tus papás elegían. Casi siempre era la que estaba más cerca porque sabían que te iban a tener que llevar una vez por semana a una clase con la catequista y con los otros chicos y chicas que estaban en la misma situación que vos. Salvo que tus papás fueran muy devotos de una virgen como le paso a mi amiga Adriana que tenía que viajar en colectivo hasta Boedo. Pero bueno esa sería otra historia.

Teníamos una catequista buena pero distante. Vestía con ropa oscura y se reía poco. Yo estaba convencida que así debía ser y la admiraba. Las clases sucedían en un estudio fotográfico de la calle Curapaligüe. Pensaba que el dueño de ese estudio hacía una buena acción al prestarle el lugar a la iglesia. Estaba segura que más tarde o más temprano esa acción le sería recompensada con algún milagro. Porque según se comentaba así procedían las vírgenes milagrosas. Por eso las personas les pedían cosas que si bien parecían imposibles ellas siempre que podían las cumplían. Sobre todo salud y trabajo. Eso era lo que más pedían los grandes que yo conocía. A los chicos no nos estaba permitido pedir milagros hasta que no tomásemos la primera comunión. Obvio.

Parece que la iglesia de la Medalla Milagrosa no disponía de un lugar apropiado para dictar las clases porque éramos cientos de chicos y chicas del barrio de Parque Chacabuco que queríamos tomar la comunión ahí. Pasaba que esa Iglesia era muy bonita. Y se comentaba que para esa ocasión la decoraban más hermosa y la llenaban de flores blancas. Como nuestras almas inocentes que eran puras y blancas. Por lo menos esa es la idea que guardo en mi memoria. Que en definitiva es la que vale.

2do Flash: El ángel de la guarda y el diablo

Volviendo a las clases en realidad no eran clases porque no recuerdo ninguna en la que me hayan explicado algo. Todo consistía en saber las siete/ocho preguntas con sus correspondientes respuestas. Después salíamos a jugar al patio. Así estudié como lora parlanchina los diez mandamientos, el padre nuestro y el credo. También aprendí qué era lo que debía y no debía hacer para ser una “buena niña”.

El librito tenía muchas ilustraciones en blanco y negro. Dios sentado en unas nubes blancas observándonos. Cristo en la cruz y en el otro cuadradito la cruz vacía. Había textos debajo de cada ilustración que explicaban todo. Adán y Eva en el paraíso con la serpiente y lejos la lustrosa manzana. Acechando. Algunos dibujos de vírgenes con la reseña de dónde habían aparecido. La última cena. Y otras más que ahora ya no me acuerdo.

La que más me impresionaba y que aún hoy sí recuerdo era una especie de historieta. En el primer cuadradito había una nena con cara de buena con su ángel de la guarda tomándola por los hombros y sonriendo. Muy muy lejos un diablo horrible mirando la escena escondido detrás de un árbol. En el medio del pecho la nena tenía un corazón que titilaba. Brillante, blanco y limpio. En la segunda escena el ángel sólo le tocaba un hombro y el diablo se había acercado. Se debía a que la nena había mentido. En la tercera el diablo estaba muchísimo más cerca con una cara de alegría que aunque quisiese no podía ocultar. El ángel estaba un poco más lejos. Lo más importante para mí era que el corazón de la nena aparecía mitad negro y mitad blanco y ella había perdido esa sonrisa bondadosa. Yo pensaba que la nena debía haberse portado muy mal y seguro habría dicho más de una mentira. Me enojaba mucho con el ángel de la guarda porque no hacía nada para protegerla. En la cuarta escena ya el triunfo del diablo era más que evidente. Había tomado a la nena de los hombros. Ella tenía una mirada de terror, una mueca triste y todo el corazón negro. El ángel estaba  lejísimo y parecía muy apenado. Las manos le colgaban a los lados del cuerpo en un gesto que indicaba que ya nada podía hacer para salvarla. El diablo “poseía” a la nena que desde ese momento no iba a hacer otra  cosa que maldades o diabluras. Como muy bien solían decir los grandes cuando una se portaba mal durante un largo rato. Está “endiablado” le decían a Jorgito y yo recién ahí entendí bien. Abajo el texto explicaba cómo el pecado se había adueñado de la nena sin salvación posible. Comentaba qué significaba “pecar” en cuanto a robar alguna cosa en la escuela, maltratar y mentirle a los padres. La conclusión era que para mantener nuestro corazón limpio y al ángel de la guarda cerca tenía que portarme bien. No tenía que tener malos pensamientos y jamás debía mentir. A mi esta historia me producía terror  sobre todo porque me parecía que las cosas sucedían demasiado rápido y la nena estaba muy expuesta al diablo. Por otro lado y muy a mi pesar entendí que no se podía confiar mucho en nuestro ángel de la guarda.

Así según transcurrían mis días hacía el tan ansiado 8 de diciembre en el medio de buenas y malas acciones mi corazón se ensuciaba o se limpiaba con rapidez. El ángel se acercaba o se alejaba y el diablo estaba siempre esperando que yo me equivocara. Todo esto en el máximo secreto ya que no tenía con quién charlar sobre estos temas. Intenté hacerlo con una amiguita “del catecismo” que no pareció darme mucha bolilla y me dijo para mi consuelo que decían todo eso para asustarnos. Que dios y las vírgenes eran bondadosos y que siempre te perdonaban si vos se lo pedías. Me quedé pensando y me tranquilice bastante.

3er Flash: Los varones, la bicicleta y el aliento celestial

Este tema del catecismo se fue poniendo más pesado. Resulta que también la catequista nos dijo que nos convenía no juntarnos con los varones que jugaban muy “a lo bruto” y decían malas palabras. Eso me creó un nuevo conflicto porque yo tenía más amigos que amigas. Jugaba a todos los juegos de los varones. Andaba en bicicleta con ellos y me divertía mucho. Las nenas y sus juegos me parecían tontos y aburridos.

MI mamá empezó a estar contenta porque no me ensuciaba tanto la ropa y parecía que “había sentado cabeza”. Dejé de jugar con ellos por miedo a que el diablo se me acercara demasiado. Trataba de poner buena cara sentada en el umbral de mi casa mirándolos pasar a toda velocidad tomando la curva de la esquina con la bici, manejar sin manos o poner las piernas encima del manubrio. Parecía que era a propósito que hacían todas las cosas que más me gustaban justo cuando los estaba viendo. Por qué no jugas? Estás en penitencia?. Preguntas que obvio evitaba responder poniendo cara “de pocos amigos”.

Le pregunté a todos y todas los que pude por qué estaba mal juntarse con los varones y recibí las más variadas respuestas. Desde algunos que aprobaban que ya a determinada edad había que ir dejando los juegos masculinos hasta otros que me preguntaban quién me había dicho semejante tontería. Entre ellos mi abuela que me dijo que no hiciera caso y que jugase con quien quisiera. Así que yo, que fui muy lógica desde chica, terminé pensando que jugar con los varones no me iba a producir más que una pequeña manchita y que bien valía tener esa manchita si a cambio podía andar en bicicleta con ellos. Además pensaba que como dios estaba al tanto de lo mucho que a mí me gustaba andar en bicicleta y también que ningún adulto me había contestado correctamente la pregunta de por qué no podía jugar con los varones, quien sabe me perdonaba y me borraba la manchita con un soplido fuerte de su aliento celestial. Igualmente aunque dios no me perdonara yo me prometí a mí misma portarme lo mejor posible. Y hacer un esfuerzo para que mi corazón se mantuviese limpio. Sin manchas.

4to Flash: El cura y la motoneta

La primera desilusión que sufrí en mi iniciación religiosa fue conocer al cura que nos iba a tomar las pruebas finales del catecismo. Para mí el cura debía ser un hombre grande muy serio, ante el cual estaba prohibido decir bromas, hablar fuerte, y mascar chiclets. Tenía que tener barba blanca y ojos azules. Alguien parecido a dios pero más terrenal. Tenía que hablar lentamente y en voz muy baja. Tenía que ser cuidadoso en sus movimientos y en sus gestos cariñosos. En realidad mi imagen correspondía a una ilustración del libro de catecismo donde estaba dios sentado en una nube. Y como me habían dicho que los curas son los emisarios de dios sobre la tierra creía que se le tenían que parecer. Cuando vi que el cura que le había tocado en suerte a mi grupo era joven y venía en motoneta, no lo pude creer. Y cuando lo vi hablando y sonriendo con las mamás que nos esperaban en la puerta tuve ganas de recordarle ese tema de “no juntarse con los varones”. Pero su sotana me detuvo. La imagen que recuerdo de él es la de una pollera larga y negra que flamea a ambos lados de una motoneta.

5to Flash: La confesión y el yo pecador me confieso

Por supuesto que mi libro de catecismo estaba lleno de excelentes y mbien10. Así llego el día de nuestra primera confesión para poder “tomar la comunión”. Yo estaba tan nerviosa como cuando la dentista me había sacado una muela de leche que estaba impidiendo que la muela definitiva apareciese. Los y las psicoanalistas que me estén leyendo podrán sacar sus propias conclusiones. Durante varios días estuve pensando todo lo malo que había hecho en mi corta vida. Traté de memorizarlo para no olvidarme de nada. Fui esa tarde con mi mamá. La Iglesia estaba en penumbras y en silencio. Habrán notado que los silencios de las iglesias son muy profundos. En un rincón estaban mis compañeros y compañeras que también fueron a confesarse. Obvio. Por supuesto separados los chicos de las chicas. Nos hicieron hacer dos hileras frente a los confesionarios (en ese momento yo todavía los llamaba casitas). Pensé que estaba muy bien ya que si nos hubiesen juntado delante de la virgen hubiera sido doble pecado. Una por una nos fuimos arrodillando en los costados del confesionario mirando hacia adentro, donde se adivinaba que estaba el cura. Pero no se lo veía. Solo su voz me recibió con un “Ave María Purísima”. A lo que contesté con voz temblorosa: “Sin pecado concebida”. Había visto que algunas chicas se largaban a llorar por miedo o por vergüenza. Pero yo estaba con la adrenalina tan alta que empecé a decir casi sin respirar mi lista preparada y memorizada de cosas malas que había hecho durante mis 8 años. El cura mudo debe haber quedado asombrado. Hubo un silencio que me pareció eterno y al fin me dijo que tenía que rezar 10 padres nuestros y 8 aves maría. Sentí que había salido bien parada porque se había comentado que si tenías muchos pecados te daban credos a rezar porque eran más difíciles y cotizaban más. Cuando terminabas tu confesión y antes de la penitencia rezabas junto con el cura el “Yo pecador me confieso….”. Y en ese momento me di cuenta que esa justo no la sabía tan bien. El cura empezó con una voz alta que después se convirtió en un murmullo y me aterroricé porque se iba a dar cuenta. Quien sabe no me dejaban tomar la comunión al otro día. Y qué iba a hacer mi mamá con mi vestido tan lindo y la fiesta familiar que ya estaba toda preparada. El lunch comprado. Además se iban a enterar  todos mis parientes y mis amigos y amigas que estaban invitados. Así que hice “tripas corazón” y rezaba cada vez más bajito murmurando la parte del yo pecador que sabía y cuando llegaba a las partes que no me acordaba las salteaba. Salió todo bien por suerte. Igual cuando hice la penitencia le pedí a dios perdón por la mentira además dicha en un lugar sagrado y rece unos cuantos padres nuestros más para compensar. Así me quede tranquila y lista para el gran día.

La sensación más fea que me quedó fue sentir a través de esa tela que hay en los confesionarios el aliento caliente del cura y no poder verle la cara mientras le contaba mis pecados. Siempre es bueno ver las caras porque una sabe a qué atenerse. Según la cara que pusiese sería la penitencia que me iba a mandar. Por eso envidié a los varones que se arrodillaban delante de él y se despachaban a gusto.

6to Flash: La comunión, el limosnero y la bicicleta

Esa noche no pude dormir. Me desperté temprano. Y mamá me vistió cuidando mucho los detalles. Estaba realmente hermosa.  Por lo menos eso fue lo que dijeron las vecinas que me vieron salir hacia la iglesia. Parece una novia. Y sí, en miniatura, pero eso era lo que parecía. La verdad que lo único que me importaba en esos momentos era el limosnero. Una bolsita que colgaba de mi brazo derecho. Me había dicho mi abuela que todas y todos los que me querían podían poner dinero en el limosnero. Como un regalo porque había llegado a tomar la comunión. También mi abuela me dijo que quedaba mal que yo estuviese mirando a cada momento cuánto me ponían. No era cuestión de estar midiendo. Que eso no se hacía. Cada uno y una pondrían lo que pudiesen o quisiesen. Y que yo tenía que estar siempre muy agradecida. Que de vez en cuando fuese al baño para contar la plata y en todo caso se la diese a mi papá para que la guardara porque en una de esas yo podía perder el limosnero. Y ahí sí que íbamos a estar en problemas.

Como no  podía dormir a la noche había estado calculando cuanto necesitaba para cambiar la bici por un rodado más grande y las cuentas me habían salido bien (no como a la farolera). Eso me tenía muy ansiosa. Cuando salí para ir a la iglesia unas cuantas vecinas se acercaron a darme un beso y me pusieron dinero en el limosnero. Pero no podía mirar. Sentía que estaba pesadito. Capaz que eran monedas. Imposible calcular. Mi mamá me preguntó varias veces si me sentía bien porque estaba pálida y muy distraída. Yo ni le conté porque era muy largo de explicar. Y claro que estaba preocupada y ansiosa buscando algún lugar donde esconderme para contar la plata y dársela a mi papá al que trataba de no perder de vista. Además hacía mucho calor y yo llevaba mucha ropa y el miriñaque me molestaba bastante. En fin, que esto de la comunión tenía algunas cosas buenas pero también te costaba sangre, sudor y lágrimas. Pero no me quejaba porque estaba convencida, después de casi un año de catecismo, que nada era gratis. Y que el sufrimiento en la tierra nos sería recompensado en el cielo. Por ahora yo me conformaba con tal de conseguir la plata para cambiar la bici.

7mo Flash: La hostia, el milagro y los gladiolos blancos

Primero nos juntaron en el patio durante un largo rato. Las mamás de las nenas protestaban porque los vestidos podrían arruinarse y los rulos que con tanta dedicación nos habían armado terminarían deshaciéndose antes de las fotografías.  No podíamos ni movernos. Y el sol picaba fuerte. Qué calor. Los varones como si nada le dieron el librito de nácar a  sus papás y jugaban tranquilamente. Claro ellos no tenían esos terribles vestidos. Como siempre salían beneficiados. Como me hubiese gustado nacer varón. Siempre la pasaban mejor.

Al final fuimos a la iglesia. Qué frescura dios mío. Y nos hicieron sentar a las nenas de un lado y a los nenes del otro. Qué alivio que sentí. Como mi papá estaba al lado mío le pasé sigilosamente el dinero del limosnero para que me lo guardase y ahí ya pude por fin empezar a disfrutar un poco.

La iglesia estaba repleta con todas las familias y las nenas y los nenes ocupábamos cerca de treinta hileras de un lado y del otro de la nave central (que así se decía). Empezó una música celestial y se prendieron todas las luces. La medalla milagrosa estaba hermosa. Los gladiolos blancos adornaban el altar. Y muchos claveles blancos decoraban el principio de cada hilera. Todas las luces de todas las naves estaban prendidas. El cura también  todo vestido de blanco hizo su entrada triunfal acompañado por un séquito de monaguillos. Después él solo subió despacio al púlpito para decir el sermón. Ya empezaba a usar estas nuevas palabras y me sentía muy orgullosa de mí misma.

Nuestra catequista tan seria y discreta como siempre estaba parada cerca. El cura dijo un sermón sobre el  milagro de la comunión y acerca de nuestras almas limpias de pecado que por fin iban a poder acceder a ese milagro. Hablo mucho más pero yo me distraje porque vi que nos hacían parar en el centro del pasillo y que cada nena iba a caminar con un nene al lado. En hilera y hacía el altar. Ahí nos arrodillamos. Abrimos la boca y el cura iba haciendo una rápida señal de la cruz sobre cada cara. Yo saqué la lengua y me puso ahí la hostia. Cuando la guarde se me pego al paladar. Ya sabía que eso podía pasarme y que no podía masticarla, ni escupirla. Aunque a una le diera asco se la tenía que aguantar. Nada de estar haciendo arcadas. Dios me libre.

Todo salió bastante bien aun cuando habían juntado a los varones con las nenas. Yo pensé que dios distraído con todos los detalles de tan hermosa ceremonia ni se enojó “ni hizo tronar el escarmiento” como en uno de los dibujos del librito del catecismo. Eso me tranquilizo mientras la hostia se iba disolviendo y mi estómago agradecido la iba recibiendo como si fuese la más rica de las galletitas.

La ceremonia terminó con un lunch (pagado los padres) en el mismo patio de la iglesia. Por suerte ya había más espacio con sombra. Comimos sandwichitos de miga con coca cola y yo pude jugar bastante dentro de lo que se podía hacer con ese vestido. En ese momento varios parientes se acercaron a llenar mi limosnero. Con mucha discreción se lo iba pasando a mi papá. Y como no aguantaba en un momento le pregunté si alcanzaba para cambiar la bici. Y él me dijo que sí con una sonrisa. Un ángel mi papá. Qué tranquilidad dios mío.

De la fiesta a la noche en mi casa no me acuerdo mucho. Que no pudimos usar la terraza porque llovió todo el tiempo por más que mi abuela había clavado varios cuchillos en la tierra de las macetas. Pero no le resultó. Así que armaron la mesa larga abajo. Y todos contentos. Que el limosnero siguió llenándose. Que me compenetré bastante en el papel y el fotógrafo pudo sacarme fotos emocionantes. Y que en la mitad de la fiesta pedí sacarme el vestido y me fue concedido porque me había portado como una santa. Así dijo mi tía Lita y mi mamá asintió. Después pude correr y saltar. La ceremonia juntando chicos con chicas demostró que mi catequista era muy antigua y que nuevos aires habían entrado a la iglesia. Comprendí más al cura con la motoneta y que no era pecado juntarme con los varones.

8vo Flash: Los curas, las relaciones carnales y los chicos lindos

Pude cambiar la bici y me vino muy bien porque la que tenía me quedo rápidamente muy chica. Creo que volví a la iglesia  dos o tres veces durante el año siguiente. Para confesarme y comulgar. Traté de ir a misa los domingos. Si bien mi familia era “católica” no era “practicante” y yo me fui olvidando a medida que otras cosas empezaron a llamar más mi atención.

Volví a los 14 ó 15 años. Creí sentir una fe fuerte. Siempre me ha gustado mucho el silencio, la frescura y la música de las iglesias. En ese entonces me confesé para poder comulgar y el cura me hizo preguntas que me dieron vergüenza sobre relaciones carnales y pecados que jamás se me hubiesen ocurrido. Dije todo que no. Rece la penitencia y nunca más me confesé con un cura. Cuando quise comulgar lo hice ante dios y comulgué segura de no cometer ningún pecado. 

Pronto me di cuenta por qué me gustaba ese ambiente de soledad y penumbra. Por la música y también para verle la cara a la gente que rezaba. Además podía contarle a alguien mis problemas y ese alguien me respondía lo que yo quería. Salía  más contenta y liviana que como había entrado. Quedaba bien decir que iba a misa de 11 los domingos y algunos chicos que iban a esa hora eran lindos. Cuando fui razonando todo eso supe que mi devoción no iba a durar mucho tiempo

9no Flash: La mantilla y el escote en v

Pasaron unos pocos años y una tarde calurosa al pasar de casualidad cerca de la medalla milagrosa me dieron ganas de entrar. Yo tendría 16 años y estaba vestida con un solero que me gustaba mucho. Tenía un pequeño escote en v en la espalda. Sin mangas y cerradito adelante. Un lindo modelo que me había hecho mi prima que era modista. La iglesia estaba vacía y casi a oscuras. Me senté en los últimos bancos. Hice la señal de la cruz y empecé a contar mis cuitas. Problemitas sencillos con mi mamá, alguna amiga y seguro un amor contrariado. Un cura viejito arrugado como una pasa estaba sentado unas hileras delante mío. Se dio vuelta y me miró. En esa época aún se llevaba mantilla, una especie de tul que te cubría la cabeza. Yo no la tenía porque no pensaba  ir a la iglesia. Ese cura pasita de uva se acercó lo más rápido que le permitieron sus achacosas piernas y me empezó a gritar. Que por qué estaba con los brazos desnudos, con ese escote descocado y sin mantilla. Mientras él miraba de reojo al altar donde estaba la virgen como pidiendo perdón por mi desfachatez. Yo salí casi huyendo. Primero avergonzada pero a medida que me alejaba de la iglesia me fue creciendo una indignación enorme. Tuve ganas de volver para defenderme de semejante idiotez. Me miré los brazos desnudos y pensé en el escote en v. No vi nada de malo en ello. Pensé que había entrado sin mantilla y no me pareció que estuviera mal. Me di vuelta para ver la silueta de la iglesia que se estiraba hacía un cielo encapotado. Le dije un adiós con la cabeza y no volví a pisar esa ni ninguna otra.

10mo Flash: El final anunciado

Mucho después también me di vuelta, mire a dios y le hice chau con la cabeza.

1 COMENTARIO

  1. Muy vivida y conmovedora la evocación de Noemí Corbo sobre su primera comunión. Muchos podemos reconocernos en ella.
    El temor a caer en el pecado, en tensión con los deseos propios de la infancia.
    La paz de las iglesias, alterada por la rigidez de algunos que cuidan solo las formas , dejando fuera lo esencial.

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