A cien años del nacimiento del maestro sanjuanino
Según el decir de Hernandez-Arregui los pueblos gestan desde lo profundo a sus poetas y a sus líderes. Como modulaciones de una misma voz que se expresa desde las entrañas de la tierra, tomando todo lo que está en el aire de la época para articularlo en un lenguaje singular. Jorge Leónidas Escudero nació en San Juan en 1920 y moriría en esa misma ciudad en 2016. Comenzó a interesarse por la poesía cuando cursaba la escuela primaria, según dejó dicho en varias entrevistas, se complacía en memorizar poemas que la maestra les daba para trabajar y luego los recitaba en voz alta. Hasta que un día se dijo y por qué no recitar sus propios poemas y así fue. En su proceso de escritura siempre estuvo presente el fenómeno oral. Solía decir de su singular poética, que se debía a que escribía como hablando con una voz interna, un «nosotros» que le leía los versos mientras los escribía.
Escudero supo dedicarse durante un tiempo a la búsqueda de minerales preciosos, a lomo de burro, por las montañas Sanjuaninas. De esa actividad le quedará un conocimiento íntimo de las profundidades terrestres, sus fenómenos y cualidades; cosa que reaparecerá en diversos momentos de su escritura.
“Todo esto vi cuando lo saqué
de entre las piedras
escarbando como quirquincho”.
La itinerancia por los pueblos del valle y las alturas, donde se cultiva la amistad y la contemplación de la naturaleza es otra de las vivencias que impregnan su poesía.
En sus versos podemos hallar un gusto por la indagación metafísica desplegada a partir de eventos comunes y lenguaje coloquial.
“Una pluma de pájaro en el patio alcé.
Maravillado
quise ahí ver el misterio de la vida pero
¿quién sabe eso?”
El paso del tiempo, el amor y la muerte son algunos de los temas recurrentes en la obra del poeta. En la soledad de un bar de parroquianos, o contemplando el paño percudido de un pool. Los objetos del contorno estimulan las reminiscencias, el eco de las ausencias, los desdoblamientos en que Escudero se reencuentra con su pasado.
“Mozo, no traiga, no, tiza de tacos,
tenemos todavía en los bolsillos
pedacitos azules desde la partida esa en que
como despedida, Victor, tiraste de lujo y
rajaste el paño del horizonte”.
A los 50 años inició Jorge Leónidas Escudero la publicación de sus libros de poemas, en la mayoría de los casos ediciones de autor, humildes y de poca distribución. Hasta el día de su muerte sumaron veintiséis libros que afortunadamente fueron recuperados en la edición de la Obra Completa que realizó Ediciones En Danza en 2011. Dos veces le fue negado el primer premio nacional de poesía, a este que fue quizá, junto a Bustriazo Ortíz, la voz más «originaria» de nuestra lírica. Un poeta que escribió con el habla popular los grandes temas universales, contemplados desde una mesa y un vino para compartir.
EL VINO TRISTE
Agazapada casa m’ está sperando
en que vuelva a allá y voy ya voy
digo pero no voy sino me hundo
cada vez más en este bar.
(Tráigame lo de siempre.)
Casa qu’ en preguntarme insiste. No
sé respondo sólo hice allá
un adiós como decir tal vez, no sé.
¿Y qué pretendo aquí?
¿Salvarme del pasado cerme el sordo?
Late
la casa y acecha ver qué hago.
Sí, debo tener cuidado, hoy
estaba entre los aburridos aquí
y de repente hice un ademán así
como a tomar el ómnibus de vuelta a, y
lastimosamente derrame el vaso de vino.
Avergonzado
salí a la calle para como siempre
seguir quedándome.
Soy el desaparecido de allá.
VIENTO DOLORIDO
Ese viento nel campo anda llorando
porque se ha ido la mujer que estuvo
un solo verano allá en los tiempos de
¿de qué estoy hablando?
Viento que anda triste por costumbre
y a veces canta para olvidar
hasta que lo alcanza otra vez el delirio
y solloza fuerte.
Oigámoslo llamar en la noche
mientras aquella mujer ausente, claro,
jamás ha de volver.
En la gran soledá de lejos campos
anda el que te conté
viento colgado de los sauces llorones y
¿de qué estoy hablando?
LAVANDERITA
Chit, chit, le dije,
y perdió el equilibrio:
de la soga de tender cayó a mi vida.
Venía yo grave descifrando arena
escrita por la cola de las lagartijas,
venía revolviendo la nuez de la garganta
en el mar de la siesta,
registrando debajo de cada yuyo,
bajo cada piedra;
y chit, chit, la tomé de las alitas.
Donde setiembre pasa por los álamos
se me escapó al volver la cabeza,
y aunque mi chistido encarga,
no encuentra lavanderita.
Pero ando,
y va perder pie alguna.