En 1981 se crea el mundialmente famoso e hiper exitoso videojuego Pac-man. Da para preguntarse el porqué de esta popularidad. Las respuestas googleables —al menos las que pude encontrar— ponen el foco en cuestiones coyunturales relacionadas a la situación del por entonces incipiente mercado de videojuegos. Yo estoy en la búsqueda de un hilo que me permita llegar a algo más profundo. Una cosa es que haya tenido éxito en aquél momento y otra muy distinta es el halo de universalidad con el que ha quedado recubierto.
En Pac-man, nosotres somos el pac-man. Somos el Capital. Cual jóvenes emprendedores vamos a la búsqueda de saciar nuestra literalmente infinita necesidad de alimentarnos-valorizarnos. Hay puntos pequeños, premios y frutas. Debemos devorarlo todo. Esto ya se deja ver en la gráfica dado que en nuestra anatomía solamente se distingue una boca y un ojo. Es cierto que también están los fantasmas que recorren el laberinto con el objetivo de quitarnos las vidas y eliminarnos del juego. Pero, al llegar a las esquinas, nos encontramos con los “Power Pellets”, puntos de mayor tamaño que por un tiempo limitado nos permiten alimentarnos de los fantasmas. De esta manera, el juego consiste en, mordida mediante, borrar todo lo que existe dejando un espacio vacío (aún más vacío). Al hilar más fino, vemos que no es que simplemente estemos sembrando un desierto tras nuestro paso. Nuestra única arma/objetivo/interés/misión es comer y esto no sólo significa hacer desaparecer lo existente sino también asimilarlo y volverlo propio. De esta manera el pac-man capital acumula puntos y se valoriza.
También vale la pena detenerse en los fantasmas. Distintos comportamientos, distintas “personalidades”, presentan una identidad con diversidades en su interior. A su vez, el concepto de fantasma señala la noción de un ente o un algo que está y a la vez no está, algo de otro tiempo. En general, las historias de fantasmas reposan sobre la idea de que la aparición del espectro está relacionada con una tarea o misión inconclusa, algo que no terminó de resolverse. Así, suelen presentarse cuando tienen una necesidad consciente o inconsciente de que alguien los ayude a redimirse, a encontrar finalmente la paz. El tema es que, en la medida en que no hay un sujeto capaz de ayudarlo, el destino del fantasma será vagar por el limbo-laberinto hasta el final de los tiempos (o hasta que el pac-man lo devore). Mientras nosotres —sujetos— personifiquemos al pac-man, nuestra relación con los fantasmas va adquirir la forma de un antagonismo mortal (“yo o ellos”). De esta forma, pareciera ser que estos espectros son el único atisbo de resistencia frente al pac-man capital, un recuerdo efervescente de nuestro inconsciente que surge y se atreve a poner en cuestión su dominio total. Recordemos, 1981 es el año de creación de este juego, neoliberalismo al palo. La “solución” frente a la amenaza espectral que va a encontrar el capital es hacer lo único que sabe hacer: volverlo una mercancía que le permita valorizarse. Este es el significado preciso que reviste aquí el verbo deglutir. Entonces, frente al fantasma rojo, qué mejor que una remera del che e iconografía típica de la unión soviética. Contra el rosa, publicidades que permitan asociar la liberación femenina con determinadas pautas de consumo. En el caso del verde, productos con packaging biodegradable. El naranja podría ser la separación entre una forma artística y el contenido específico que alguna vez supo tener. Aquí abundan ejemplos como el surrealismo, el punk o cualquier movimiento artístico que haya tenido orígenes estéticos contestatarios (la gran mayoría), algo que se observa en la retromanía cultural con la que convivimos día a día. En síntesis, mediante la mercantilización de la identidad y su consiguiente segmentación del consumo, el capital esboza una “solución” contundente y ¿final?
Por último, es necesario tener en mente que, dado que no hay otros pac-mans competidores, el juego observa desde el punto de vista del Capital como un todo. En este sentido, se trata de una perspectiva abstracta ya que en los fenómenos económicos (y políticos) el capital se deja observar a través y mediante las luchas intra-capitales (la guerra competitiva). No obstante, esta abstracción puede llegar a ser útil en la medida en que permite que nos centremos en la guerra entre clases.
¿Y el laberinto qué?
Estamos ante un laberinto vaciado. Es que nadie parece estar interesado en lograr irse de él. No hay nada que resolver, no hay ningún lugar a dónde ir. Tal vez éste sea el elemento más llamativo del videojuego, se construye sobre la escenografía de otro (el laberinto como concepto no cumple ninguna función). Al compararlo con otros videojuegos, una diferencia es que mientras la mayoría evoca una temporalidad mediante una especie de línea de montaje dada por el personaje recorriendo un determinado espacio, en este caso toda la acción sucede en un mismo lugar. Esto funciona generando una sensación de ausencia de tiempo, el Pac-man está suspendido en un limbo espacial ¿fin de la historia?
No hay ningún lugar a dónde ir ni nada nuevo que hacer.
Dónde hay que pegar.
Frente a la hegemonía del pac-man, propongo una contrahegemonía desde el pac-man. Un juego donde ahora seamos los fantasmas, donde nuestra misión sea derrotarlo y con su derrota emanciparnos de nuestra condición de espectros para volver a ser sujetos. Un juego colectivo, lleno de diversidades pero con una premisa en común: liberarse es desarrollar una potencialidad inherente que implica sí o sí el desgarramiento de la propia identidad. Ningún fantasma quiere ser fantasma y es esto justamente lo rico de esta figura porque pone en evidencia que el desarrollo de una identidad conlleva necesariamente su superación. El laberinto como concepto también resulta revitalizado ya que derrotar al capital también quiere decir descifrar el laberinto y finalmente salir. Y descifrar no es un mero ejercicio teórico sino un aprendizaje práctico constante, es la capacidad de construir desde una diversidad. En este sentido, ganar el juego es también poder construir la unidad de lo diverso.
Vamos a necesitar ayuda
En este último tiempo descubrí a Mark Fisher y me puse contento. No solo desarrolla la vital noción de realismo capitalista sino que su prosa abunda en ideas geniales que nos regala para que las pensemos y desarrollemos. A su vez, es también una ventana hacia otros autores. Algunas de sus ideas nos van a servir para buscar los puntos nodales del capital, lugares neurálgicos donde podamos pegar sin que la piña se nos vuelva en contra. Porque recordemos que el poder del pac-man capital es la capacidad de asimilación dentro de su lógica de valoración. Toda pelota que no clavemos justo justo ahí es papita pal loro. Esto significa, además, que estamos en una lucha situada y situante. Ser precisos es también ser capaces de identificar los puntos nodales del capital hoy en día, los ejes desde los que construye la telaraña/laberinto en la que estamos atrapados. Lo “nuevo” en su sentido literal siempre denota lo específico de determinada circunstancia, qué es lo que lo separa de lo precedente. Esto implica que a lo novedoso hay que descubrirlo ya que dista de ser lo que aparenta.
1. La salida individual
Somos muches quienes puteamos cada mañana y pensamos “qué verga tener que hablar con este sujeto, atravesar aquella situación, fumarme a este personaje, no tener ganas de ir a laburar, no tener ganas de buscar laburo, pasar la instancia asquerosa de una entrevista laboral o de un final, no mostrar los dientes a ver si se dan cuenta de que te falta uno y los demás los tenés chuecos, tener que ponerse obligada cierta pollerita porque sos moza en un bar de caca en Palermo Hollywood, estar todo dolorido y tener que ir igual a la obra porque sino no hay para comer”. En fin… Situaciones que se nos aparecen como la imposición de lo social sobre lo individual cual edificio que se nos viene encima cada mañana y cada jornada es otra vez levantar ladrillo por ladrillo. Frente a esto, nuestra vida pasa a ser una suerte de escapatoria hacia algún lugar donde podamos estar tranquiles y hacer lo que tengamos ganas, un sitio donde la “sociedad” no nos encuentre. El esquema debería empezar a hacernos ruido si traemos a colación la taberna de Moe en los Simpson: típica situación de los obreros escabiando después de la jornada de trabajo (asimilable también al famoso “happy hour” oficinista) ¿esta situación no es social? ¿esa bebida que consumis —vas por la tercera birra— no es una mercancía ergo una necesidad social? Y por ahí te juntaste con les compañeres de la oficina y de repente te das cuenta de que estás hablando de trabajo… es más ¡en el fondo seguís trabajando y nadie te lo está pagando! Entonces un día recurrís al yoga, a la buena alimentación, incurrís en el veganismo y te ponés un compost en el balcón. Ahora sentís que podés decir “el cambio empieza por dentro” o “la energía que das es la energía que recibís”. O, cuando todo empieza un poco a irse a la mierda, al principio pensás “al mal tiempo, buena cara”. Al final todo va a depender de tu capacidad de negación que suele parecerse mucho a la capacidad de aguantar y no terminar de volverse loco. En algún momento puede que te empieces a dar cuenta que la salida individual no existe, es una colectora que vuelve a la misma autopista (la individualidad es un imperativo social). Es más: todas las “salidas” por el mismo hecho de ser tales, siempre conducen de nuevo a la misma ruta y, además, solo podemos tomarlas los “privilegiados”. No hay calendario lunar que, ni por un instante, te aleje del inminente devoramiento del pac-man capital. El problema no es entonces la sociedad en abstracto sino las relaciones sociales de producción que son el cimiento de una sociedad determinada y concreta. Y a “problemas” sociales, respuestas igual de sociales.
2. La privatización del stress
Término acuñado por Mark Fisher, viene a colación respecto a la posibilidad mencionada anteriormente de volverse completamente loco. Típico ejemplo de un tratamiento individual para una problemática con causas sociales. El proyecto del par precarización laboral/emprendedurismo como alternativa a la estabilidad laboral y la previsibilidad de cada día típica de los esquemas fordistas de producción, genera stress, ansiedad y, finalmente, una completa identificación con la mercancía que te toca vender. Hay dos maneras de acceder a la precariedad. La más evidente es la falta de alternativas laborales, el que termina laburando para y a través de plataformas como rappi, glovo o uber porque está en la lona y algo tiene que hacer. La otra, más compleja, funciona más o menos así:
“¿no querés tener un jefe? Bueno, entonces, preparate para venderte en cuanta red social puedas macho. Y andá olvidándote de la diferencia entre el momento en que trabajás y el que no. Si lo necesitás, siempre podés recurrir a tu psiquiatra más cercano para que te recete la pastillita esa que funciona fenómeno y —neurociencia mediante— permite atacar esa zona del cerebro que genera las endorfinas que hace que estés deprimido todo el puto día”
Otro punto neurálgico que debemos atacar. No podemos permitir que el pac-man capital nos venda las soluciones a los problemas que él mismo genera. Acá pasa algo similar a la forma en que la industria avícola da de comer a los pollos: reprocesan su propia mierda y se la dan de comer de vuelta. Algo similar hace el capital. Primero su proceso digestivo nos deja hechos una piltrafa y después, aún no conforme, se alimenta del estado decrépito en que nos dejó.
El proyecto, a su vez, nunca puede ser volver al anterior estado fordista de producción. El fordismo como sistema generaba la enfermedad del aburrimiento además de las secuelas que la repetición de tareas monocordes dejaba sobre los cuerpos de los obreros y obreras. No obstante, con el aburrimiento se abría el espacio para la creación, esa nada necesaria para que surja la creatividad. Como señala Fisher, hoy “Nadie está aburrido. Todo es aburrido”. La pantalla táctil de nuestro celular nos pone frente a una secuencia interminable de posteos en muros sociales donde nuestra mente divaga y el descanso toma la curiosa forma del ejercicio que, rueda mediante, hace un ratón o hamster enjaulado. Una baja intensidad de concentración permite que nuestra mente/dedo índice se deslice por la pantalla, moviéndose sin moverse. En estado vegetativo. Y esto es algo inscripto en la tecnología misma o al menos en la lógica de red social. No tiene que ver con un uso “responsable” o con los objetivos específicos que nos hacen “ser parte” de estas redes sociales. Suponernos empoderados frente a esta tecnología es todavía estar inmersos en una lógica de salvación individual. Hay que construir nuevas formas de interacción social-virtual.
3. IA y zona de confort
Dado que alguien ya ha escrito sobre inteligencia artificial en la revista de una forma mucho más satisfactoria de la que estoy en condiciones de esbozar (https://revistalaisla.com.ar//la-culpa-no-es-de-la-ia/), es interesante entender su funcionamiento bajo el esquema de segmentación identitaria del consumo al que estamos sometidos permanentemente. El desarrollo de la forma neoliberal que adoptó el capitalismo desde mediados de los años ‘70, encontró en la IA una gran herramienta. Como todes ya hemos experimentado, cada búsqueda en Google que realizamos es casi como un estigma que vamos a arrastrar en cuanta red social entremos. Es gracioso que algunes (como yo) nos preocupemos por impedir la función de escucha de nuestro celular (“ok Google”) ya que estamos admitiendo implícitamente que todo el resto del tiempo que pasamos con nuestro tamagochi contemporáneo no nos pertenece o, para ser más precisos, es información privada privatizada por una serie de compañías que la utilizan como medio para cumplir con estrategias específicas de valorización. La inteligencia artificial viene a ser una forma de organizar el cúmulo de conocimientos colectivos y sociales de manera tal de permitir la acumulación de capital de un puñado de holdings empresariales. En una fase capitalista donde el acento está puesto en encontrar la forma de realizar el plusvalor generado en la producción (poder vender lo que se produce), la IA toma centralidad. Desde el punto de vista del sujeto lo que sucede es que, por ejemplo Netflix, nos ofrece una serie o película porque vimos otra. Es un ejemplo elegido adrede porque en esta plataforma dicho mecanismo no sólo es explícito (“porque viste X te ofrezco Y”) sino también poco efectivo. Quiero decir: nos pueden ofrecer algo que para nosotres es mierda porque vimos algo que no nos pareció para nada una mierda. Paradójicamente, el funcionamiento mediocre vuelve más patente el ejercicio manipulador al que estamos sometides. En Spotify es muy probable que alguien diga “Conocí la banda Dirty Projectors gracias a Spotify y me encantó”. Sin embargo, en ambos casos, la lógica que subyace es la misma: apropiarse de mis gustos y consumos para venderte “nuevos” productos a vos y al resto. De esta manera, nuestro desarrollo y nutrición cultural, se parece bastante a caminar por un pasillo que, a cada paso, se vuelve cada vez más estrecho. Lo dicho tiene relación directa con la fachistización global que estamos experimentando en los últimos años. En el contexto argentino, la manera invertida en que “emerge” esta problemática suele expresarse bajo la idea de la famosa grieta y la increpación al “diálogo”. El reclamo de diálogo nace muerto en la medida en que son sus impulsores los representantes políticos del gran capital que es quien desarrolla estrategias de segmentación del consumo. Así las pautas de consumo se trastocan en pautas identitarias (y viceversa) que a su vez se definen en su contradicción con otras. Y así no hay diálogo que aguante. Se hace entonces necesario encontrar formas de interacción casuales e inesperadas, que nos sacudan la modorra del “nadie se esta aburriendo. Todo es aburrido”. Podríamos decir, un modo Cortázar de vida.
4. Instantaneidad e inasimilación
Es curioso que cuanto mayores y más desarrolladas son las formas de asimilación del pac-man capital sobre las subjetividades, mayor incapacidad demuestra el sujeto de poder integrar los cúmulos infinitos de información que lo invaden cotidianamente. Esto también se relaciona con la lógica de la especialización que abunda en los ámbitos profesionales y académicos. Cuanto más nos especializamos, menos capacidad tenemos de lograr un conocimiento integral sobre el tema en cuestión. Lo dicho reviste la forma subjetiva del imperativo de la instantaneidad. Desde el punto de vista del tiempo, la velocidad deviene o es el reverso de la incapacidad de poder construir una linealidad entre los distintos sucesos, o deberíamos decir posteos, que van apareciendo y desapareciendo bajo la tiranía de nuestro dedo índice. Emerge entonces el problema de la falta de concentración (y el fosfovita lejos está de ser la solución). Las contraposiciones posibles deberían pasar por la generación de instancias individuales y colectivas de meditación (en un sentido general del término) que no pasen necesariamente por una imposición social como podría ser la necesidad de estudiar para un examen. Incluso, concentrarse sin propósito alguno previo, simplemente dejarse estar en un objeto determinado y vagar sin rumbo en él. En definitiva, redescubrir el goce y la potencia de la concentración.
El nivel 256
Como habrán podido observar, más que respuestas, esta serie de premisas deja sólo un vago mapa anatómico de los puntos donde el capital puede sufrir. Y, como de yapa, alguna que otra precaria idea de cómo llegar a alcanzarlos. En nuestro juego, esto se simboliza en el nivel 256. Se trata del último nivel del Pac-man en la que la zona derecha de la pantalla comienza a marcar una serie de errores (caracteres encimados, desaparición del laberinto y otras yerbas). No me voy a meter con las razones de programación que hacen que esto suceda básicamente porque es una temática que excede ampliamente mis competencias.
Empecemos por resaltar que tanto el Pac-man tradicional como el contrahegemónico terminan en el mismo lugar: la destrucción del juego. Mientras el primero expresa el aspecto objetivo o inmanente de este desenlace, el segundo viene a resaltar el aspecto subjetivo e indeterminado. Podríamos decir entonces que, aunque el capital construye su propia fosa al socavar permanentemente las condiciones que le permiten valorizarse (algo observable tanto en las dificultades de la realización de la producción así como en la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia desarrollada por Marx y también en el deterioro permanente del ecosistema), no obstante, nunca encuentra por si solo el fondo del pozo ya que las situaciones que atravesamos como humanidad siempre pueden ser peores, la decadencia “ya llegó, hace rato”. Entonces, depende del aspecto subjetivo, de nosotres, cambiar el futuro distópico al que las pelis de ciencia ficción nos tienen acostumbrades. Ciertamente, este es y ha sido un escollo significativo para todos aquellos proyectos emancipatorios. Los intereses de la clase obrera (fantasma rojo) difieren de los movimientos feministas (fantasma rosa) o de los sectores ecologistas (fantasma verde), pueblos originarios, campesinos y otros. La clave es, en definitiva, entender que el sostenimiento de la propia identidad tiene que derivar sí o sí en su propia superación. Es esto o el destino de ser devorados por el Pac-man capital y chau identidad. Luchar para resistir es luchar para cambiar.
La verdadera hermandad entre los distintos intereses y diversidades es justamente la lucha por la conservación de la diversidad en sí, es reaccionar contra la asimilación y fagocitación que el Pac-Man capital pretende lograr. Se trata de ponerle un límite a la mercantilización de la vida, a la expansión ilimitada del capital que deja detrás suyo un tiempo y espacio abstractos. Pero a la vez, para lograr esto es necesario quebrar los cimientos en los que se basa dicha sociedad y, por ende, quebrar las identidades que se fueron construyendo en base a dichos cimientos y que, en cierto nivel, lo reflejan. Qué sentido tendría ser de clase obrera en una sociedad sin clases, ser feminista habiendo hecho desaparecer al patriarcado, ecologista en un sistema autosustentable que recupere y ya no degrade el medio ambiente, cuál sería la resistencia de los pueblos originarios en un mundo donde la tierra sea algo radicalmente distinto a una propiedad privada susceptible de generar renta. Y esto lejos está de suponer un desenvolvimiento hacia una identidad monocorde. Más bien, es lo contrario: se trata de la posibilidad de desarrollar nuevas diversidades de una manera completamente distinta a la sucedida en el resto de la historia humana y que se basen sobre fundamentos donde los elementos decididos y elegidos sean mucho más potentes que los que podrían derivarse de tradiciones o condicionantes tanto espaciales como temporales.
Como alguna vez dijo Woody Allen en un ejercicio de sincericidio
“El único obstáculo entre la grandeza y yo, soy yo.”
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