Unas semanas atrás se publicó una nota en el periódico español EL PAÍS, donde se hacía referencia a la poca visibilidad con la que Francia está llevando adelante las celebraciones de los doscientos años del nacimiento de Charles Baudelaire, el artículo con firma de Álex Vicente llevaba como título “No es país para poetas subversivos”, y advertía a través del análisis de varios especialistas, la notable incomodidad que aun genera el poeta de Las flores del mal en el panteón de escritores nacionales del país galo. Y es que Baudelaire no es un autor apto para tiempos donde la corrección política se practica hasta extremos que rozan la censura y aplican la “cultura de la cancelación”. Misógino, misántropo, provocador excepcional, el autor sigue encarnando la esencia del malditismo del siglo XIX no apta para el puritanismo en boga. Según la opinión de Henri Scepi, profesor de la Sorbonne vertida en la mencionada nota “Baudelaire nunca ha sido un escritor de consenso y, como tal, pone difícil que se le pueda celebrar (…) No es como Victor Hugo, un escritor nacional que transmite un mensaje universal. El único mensaje que puede dar Baudelaire es negativo y pesimista: que la humanidad está corroída por el mal, sin perspectiva de superación dialéctica”. La calidad literaria de los escritos del poeta y crítico del arte parisino, sin lugar a dudas merecerían una celebración a la altura de los grandes genios de la literatura universal. No quedan dudas que Las Flores del Mal es una de las más rigurosas y exquisitas obras de la poesía. Su libro, Pequeños poemas en prosa, o el spleen de parís: una obra maestra de la prosa poética y del espíritu flaneur. Ese espíritu que según Walter Benjamin definirá la impronta del siglo XX; el caminante urbano, el “pasajero en trance” de las desmesuradas ciudades de la sociedad industrial y posteriormente de la sociedad de consumo. ¿Por qué entonces esa predisposición amarreta del gobierno francés hacia el bicentenario de tamaño escritor? A continuación algunas líneas referidas al por qué de la vigencia del carácter irritante y problematizador del gran poeta parisino, quizá más vigente que nunca en su estatus de “poeta maldito”.
Hay un momento que indudablemente divide aguas en la vida de Charles Baudelaire, al poco tiempo de la muerte de su padre biológico, su madre Caroline Archenbaut-Defayis contrae segundas nupcias con el coronel Jacques Aupick que a los pocos años sería ascendido a general. La enemistad permanente entre Charles que en ese entonces tenía siete años y su padrastro militar será legendaria. La tensión permanente en el núcleo familiar se “resuelve” más tarde internando al joven como pupilo en un colegio y más tarde, luego de su expulsión casi al finalizar la carrera, enviándolo a un viaje en barco entre Burdeos y Calcuta que tiene más de exilio forzado que de estímulo. Al regreso, Baudelaire, que cuenta ya con 22 años, comienza a entrar en contacto con los círculos bohemios de la ciudad. Frecuenta los fumaderos de opio y las casas de citas, participa como redactor en revistas insurgentes. Estamos en los años previos a los levantamientos de la Revolución de 1848. Escribe en una publicación de carácter anarquista llamada Corsario Satán (de la que participa también el padre de Marcel Schwob), la crisis social y económica se agudiza. El poeta, que ya para entonces y pese a su juventud es reconocido como un crítico de arte destacado, es apartado por decisión de su padrastro de la herencia familiar. Para entonces estamos en el año 1845 y en la contracubierta de L´Agiotage de Pierre Dupont se anuncia la inminente publicación de un libro de poemas llamado Las lesbianas, firmado por Charles Baudelaire. Será esta la primer tentativa de publicación de Las Flores del Mal, a razón de las cuales irá sufriendo modificaciones y continuamente sumará nuevos poemas. A la versión anunciada le seguirá en 1848 una nueva versión llamada «Los Limbos». Enriquecida esta vez por una serie de poemas de temática urbana, marginal, absolutamente modernos.
Entre la primera serie y la tercera una experiencia fundamental había modificado la visión mundana del autor. Durante las sublevaciones de Febrero de ese mismo año, Baudelaire fue visto en las barricadas combatiendo junto a los insurrectos. Posteriormente publicará un panfleto de tendencia socialista «La Salud Pública» que durará solamente dos números. Finalmente en junio de 1857 se pone en venta la primera edición de «Las Flores del Mal» con el título definitivo. Dicha edición sería confiscada por el Estado francés, el autor y el editor sometidos a un juicio bajo el delito de «ofensa a la moral y las buenas costumbres» y a una multa económica. Posteriormente se realizó una nueva publicación de la obra en 1861 pero con seis poemas censurados. Prohibición que no se levantó sino hasta 1949.
Según el análisis de la obra realizado por el ensayista Félix de Azúa, en esas primeras tres tentativas de edición ya se encontraba el programa de «Las Flores» como una obra orgánica, con un orden premeditado de acuerdo a una composición y un sentido. No como era común hasta ese momento, como un conjunto de poemas autónomos.
En palabras de Azúa, se puede determinar el sentido que da orden al libro de acuerdo a cinco momentos. Cinco vías de rebelión contra los poderes. En la primera sección «Spleen e ideal» podríamos encontrar un intento inicial de rebelión a través del arte y del amor. Demostrada la inviabilidad de esta tentativa en una segunda sección «Cuadros parisinos» hallaríamos el intento de huida hacia el anonimato de la masa. La tercera tentativa «El vino» nuclearía todos aquellos mecanismos de evasión dirigidos hacia «paraísos artificiales» y en la cuarta sección «Las Flores del Mal» encontramos la posibilidad de redención en el mal. La perversión, el vampirismo, el sadismo, etc. Cada una de estas vías da lugar a la siguiente luego de fracasar, y finalmente la quinta opción «Rebelión» representa una lucha frontal contra el poder de Dios y todas las vías de salvación ortodoxas. Fracasada también esta vía solo queda la disolución en la nada, la Muerte, la imposibilidad de toda redención.
En su reacción revulsiva al Romanticismo, Baudelaire transforma al poeta en un observador de la masa informe que transita la ciudad. Una imagen fugaz como el instante en que un rostro hace un gesto en el andén, junto al vapor de la locomotora. En palabras de Azúa «El artista no es un inspirado, como soñaron los románticos, ni un sabio, un moralista, como querían los clásicos, ni tan siquiera un filósofo, un político, un observador de la naturaleza…el artista es un poeta, redundancia cargada de sentido, pero vacía de contenido».
Sin lugar a dudas Las Flores del Mal es la obra maestra de Baudelaire, sin embargo es en sus “carnets” o escritos personales donde podemos encontrar otras razones por las cuales el poeta mantiene su aura de “maldito”. En esas páginas encontramos definiciones que en su momento indudablemente generaban escándalo pero que incluso en la actualidad continúan siendo problemáticas. Los últimos escritos de Baudelaire “Cohetes” y “Mi corazón al desnudo” sufrieron una censura aún mayor que la padecida por su poemario. A duras penas fueron salvados de la destrucción, con un trabajo de años y sucesivas ediciones a partir de la primera, en el año 1887 se logró restituir contenidos que en esa primera publicación se encontraban omitidos o modificados para hacerlos más potables al criterio de la época.
Como el historiador del arte Mario de Michelis señalará en su obra clásica Las vanguardias artísticas del siglo XX, luego del aplastamiento de la insurrección del año 48 se produjo un reflujo revolucionario (que duró décadas) caracterizado por la dispersión, la fuga hacia horizontes lejanos de las urbes occidentales y en muchos casos un sentimiento de desmoralización. Esto llevó a algunos de sus participantes del ámbito intelectual a girar hacia posiciones conservadoras y hacia un marcado cinismo respecto a las posibilidades de redención revolucionaria del género humano. Así es que Baudelaire padece un período de proscripción por su participación de aquellas publicaciones rebeldes y en las barricadas insurrectas, que sumado a los padecimientos físicos por la sífilis y el clima de la época de triunfalismo burgués, se va replegando hacia posiciones políticas conservadoras (siempre anti burguesas). En esos papeles encontrados en su último domicilio, el Hotel du Grand Miroir en Bruselas, y que luego de la internación del poeta fueron recuperadas por su madre en una valija, abundan los testimonios que anuncian el derrumbe causado por la enfermedad pero que no podemos dejar de leer en clave de clima social y político de época.
“Tanto en lo moral como en lo físico, tengo siempre la sensación del abismo, no solamente del abismo del sueño, sino del abismo de la acción, del sueño, del recuerdo, del deseo, del remordimiento, de lo bello, del número, etc.
He cultivado mi histeria con placer y terror./Hoy/Ahora, siempre tengo vértigo y hoy; 23 de enero de 1862, he recibido una advertencia singular: sentí pasar sobre mí el soplo del ala de la imbecilidad”.
Este es uno de los pasajes que Nietzsche, quien hoy sabemos leyó los manuscritos póstumos del poeta entre el fin del invierno y la primavera de 1888, calificó como “inestimables entre las Psicologías de la decadencia” quizá pudiendo entrever su propio derrumbe físico y psicológico que guardaría una estremecedora similitud con el ocaso de Baudelaire. Pero hay otras entradas de estos cuadernos que detonaron la alarma moral de su época y estimularon el pensamiento del filósofo alemán.
“Las naciones no tienen grandes hombres más que a su pesar; como las familias, hacen toda clase de esfuerzos para no tenerlos. Por eso, el gran hombre necesita poseer-para poder existir-una fuerza de ataque más grande que la fuerza de resistencia desarrollada por millones de individuos.
“La imaginación humana puede concebir, sin demasiado esfuerzo, repúblicas u otros estados comunitarios dignos de cierta gloria, siempre que estén dirigidos por hombres sagrados, por ciertos aristócratas. Pero es por las instituciones políticas que se manifestará la ruina universal, o el progreso universal porque poco me importa la palabra/nombre. Lo hará por el envilecimiento de los corazones ¿Tengo necesidad de decir que, lo poco que quedará de la política se debatirá penosamente en la opresión de la animalidad general y que los gobernantes serán forzados, para mantenerse y para crear un fantasma de orden, a recurrir a medios que harían escalofriar a nuestra humanidad actual por más endurecida que ella esté?
-Entonces el hijo escapará de su familia, no a los dieciocho años, sino a los doce, emancipado por su precocidad glotona; escapará, pero no para buscar aventuras heroicas, no para liberar una bella prisionera en una torre, o para/ejercer en una buhardilla el sublime oficio de escritor/inmortalizar una buhardilla con pensamientos sublimes, sino para fundar un comercio, para enriquecerse y para hacerle competencia/a papá/a su infame papá,-fundador y accionista de un periódico que pregonará la ilustración y que hará considerar al Siecle de esa época como un agente de la superstición”.
Acá vemos como se sintetiza, de una manera descarnada, el pensamiento anti Ilustración de Baudelaire; el afán mercantil como un rastro de decadencia de la revolución burguesa, de un modo que no resulta muy alejado a cómo Nietzsche caracterizará el semblante de “los últimos hombres”, como figura fantasmal y decadente que anuncia la llegada del superhombre o transhumano; los últimos hombres para el filósofo alemán, seríamos aquellos que al final de esta civilización “titilando desaparecen en la bruma”.
Otra consideración interesante y polémica del poeta es la que respecta a la pena de muerte:
“La pena de Muerte es el resultado de una idea mística totalmente incomprendida actualmente. La pena de muerte no tiene por objetivo salvar a la sociedad, materialmente al menos. Su propósito es el de salvar (espiritualmente) a la sociedad y al culpable. Para que el sacrificio sea perfecto es necesario que haya consentimiento y regocijo de parte de la víctima. Darle cloroformo a un condenado a muerte sería una impiedad, porque sería privarle de la conciencia de su grandeza como víctima y suprimir su chance de ganar el Paraíso”.
En otro párrafo Baudelaire profundiza la idea, lo interesante es que no se transforma en un defensor de la pena de muerte por una cuestión de escarnio respecto al críminal, por un razonamiento del tipo “ojo por ojo” como el que suelen esgrimir los actuales adalides del punitivismo, sino que se muestra preocupado por el honor del criminal y entonces considera que la pena de muerte lo libera de tener que arrepentirse. La pena de muerte es para él una manera de salvaguardar el honor del criminal. Por otra parte:
“No hay más que tres seres respetables:
El sacerdote, el guerrero, el poeta. Saber, matar y crear.
Los otros son hombres maleables y serviles; hechos para la caballeriza, es decir, para ejercer eso que llaman profesiones”.
Particularmente interesante y quizá profético es el siguiente párrafo teniendo en cuenta que fue escrito a finales del XIX, probablemente se adelantó un siglo.
“Teoría de la verdadera civilización.
La civilización no está en el gas, ni en el vapor, ni en las mesas giratorias sino en la disminución de las huellas del pecado original.
Pueblos nómades, pastores, cazadores, agricultores y aún antropófagos, todos pueden ser superiores-por la energía, por la dignidad personal-a nuestras razas de Occidente.
Quizás estas serán destruidas.
Teocracia y comunismo”.
Respecto al comercio, el escritor es tajante y lo categoriza como satánico, porque “es una de las formas del egoísmo; la más baja y vil”. Podríamos continuar páginas y páginas, capítulo aparte merecería las opiniones respecto al género femenino; en la actualidad bastaría una sola de ellas para ser lapidado y cancelado, sus libros quemados en la “hoguera”, sus retratos disueltos en ácido y el apellido Baudelaire retirado de las enciclopedias y manuales. No pretendemos contribuir a ello así que esos párrafos serán omitidos en esta nota… A modo de síntesis, podemos concluir y afirmar a Charles Baudelaire como el mayor de los poetas malditos, el que mejor continua haciendo honor a esa caracterización. El hecho maldito de la literatura burguesa. Un hierro al rojo en la palma de la cultura europea, sin lugar a dudas sus ideas serían capaces de desencadenar profundas problematizaciones; por ejemplo ciertas intuiciones planteadas en esos escritos respecto a la teoría del valor, de la estética o de la polaridad metafísica entre el Bién y el Mal, entre lo sagrado y el ateísmo radical. Quizá estas ideas serán retomadas en algún momento, enfrentadas con seriedad y sin puritanismos por una sociedad donde el juicio sobre la persona y no sobre la obra no se encuentre tan a flor de piel. Y que no esté predispuesta a rasgarse la camisa cada segundo para demostrar una superioridad moral inexistente. Desde estas páginas saludamos y recordamos al cumplirse 200 años de su nacimiento, al gran Baudelaire, príncipe de los malditos.