Como una loba en busca de su aullido, escribo. La crueldad me habla y yo sigo aguardando gorriones. La hipersensibilidad me hace sentirme grieta, más que herida. Soy hueco de la pared -cúbreme de musgo, si quieres, pero todavía no soy estatua, mientras siga sien- do saliva-. Ante la barbarie, la escritura (como la nieve pisada por la pata de un pájaro), amortigua. Pero… …el fruto del espino nace de mí. Totalmente doloroso (vida hecha de fracciones), inconcluso deliberadamente, este poemario concluye en infinito.
Hace dos años, hablaba en esta revista del poemario La flor de su frente. Al igual que El fruto del espino, La flor de su frente era también un poemario ilustrado. Era, en cierto modo, el paso que conducía al siguiente. Porque a la par que escritora, he sido siempre dibujante. Mi forma de protegerme del mundo, no distingue imagen de palabra.
El título es El fruto del espino (publicado en la editorial Pájaro Verde ). El espino crea la llaga. La poesía es una llaga, que se cura con cada poema y vuelve a escocer hasta que se escribe el siguiente. El que escribe muere. Muere muchas veces, en un acto en cierto modo de cobardía. El poema es la resurrección, la metáfora de vida. El fruto del espino es la vida. La vida duele. A todos nos duele. Los frutos del espino, sin embargo, son dulces.
III Juzgar. Meter la voz en el cajón forrado de espinos negros. La mora es el fruto de tanto dolor. Yo busco lamer el terciopelo rojo, en busca de la sensación en las uñas. Busco ser como un gato viejo y cansado, que solo quiere dormir, sin importar más que el brillo tras los párpados. Y la vida, se desarrolla tras los párpados. Y la vida es un campo visual… Yo soy todos los animales que esperan. Todos los que no tienen voz. La rabia sigue en las uñas. La mujer en mí grita a diario… La mano se me hace hueso. Pienso en los huesos, pienso en el rito. Mi abuela removiendo la sangre de tantos inocentes muertos. Y yo, pequeña bruja que observa como todo abre o cierra el ojo. Hablo de pasados y presentes. Hablo de mis 5 y mis 40 años.
V Palabras del tiempo, rostros extraños. El papel de la madre, balanceándose en su asiento; Tira, tira, tira… tira del brazo hacia la otra orilla. Nadie baila mi baile de manos manchadas de negro; de la suciedad del lápiz y el tacto del papel… Me dieron a comer sangre con barro. La devoré toda y me volví loca. Nadie debería comer alimento tan cruel. Anida en mí la bestia en las tripas, la palabra precisa que define el llanto en los manicomios. Hay tantos pájaros que no vuelan… Pueden verse, en mayo, estrellados en las aceras… Una vez recogí un ala reseca y la guardé en mi bolso. La paseé, la llevé conmigo, por toda la ciudad. ¿Quién podría pensarlo? Nadie, ni yo misma. Un ala en mi bolso… ¿qué clase de símbolo?
XXVII En el tiempo de la noche, Los pájaros sobrevuelan. Y las garras tras las matas hablan de ojos y desvelos. Un precioso animal acecha en las esquinas del sueño. Y yo quiero estar desnuda, bajo su cuerpo, presa. Dominada por la fiera. Dominando yo a la fiera. En la noche, presa de mis párpados. El desamor se palpa en cada esquina y yo estoy en todas ellas. Tan pura como una virgen. Tan puta como la más vieja.