El 27 de octubre de 2010 estaba censando en un barrio cheto de capital. Casas enormes con uno o dos habitantes solamente. En una de ellas, luego de tocar el timbre, sale un ricachón con media sonrisa en la cara “¿te enteraste que se murió el pingüino?”, me tiró. Me hizo pasar y entonces pude ver los zócalos de TN que casi con fanfarrias lo anunciaban. No me lo creí. Pensé que sería todo una operación más de los medios. Clarín, Magnetto. Que en minutos saldría alguien a desmentirlos. Entonces me empezaron a llegar mensajes de los compañeros. La mayoría también estaba censando, algunos tuvieron que ver como otros ricachones descorchaban champán frente a sus caras. Otros compartieron el llanto con familias humildes que les abrían las puertas y los brazos. Nunca se me hizo tan larga una jornada de trabajo, quería tirar al piso todas las planillas y salir corriendo para la Plaza. Siempre la Plaza, el lugar de las interrogaciones y respuestas populares. Seguían llegando los mensajes, las llamadas, los llantos de compañeros y compañeras. Esa tarde finalmente pude llegar a La Plaza y ya se empezaba a conformar una multitud. Con antorchas, velas encendidas, altares espontáneos aguardamos la noche. Nos reconocíamos entre la muchedumbre. Gente con la que quizá habíamos compartido alguna actividad militante, una pintada, una jornada solidaria. Todavía era temprano, recién comenzaba a atardecer. La multitud se iba haciendo cada vez más apabullante. Caminando entre la gente se me acerca un desconocido. Es un hombre de aproximadamente unos sesenta años “¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Por qué estás acá, por qué viniste?” Por Néstor, le contesté. Por qué él me devolvió la esperanza en el país, la fé de que se puede cambiar la realidad. Que no está todo dicho y que se puede lograr un poco más de felicidad para el pueblo. El
hombre se quedó unos segundos en silencio. Después comenzó a hablar. “Yo era anti, no lo voté a él ni a la mujer. Siempre pensé que movían a la gente por plata. Pero ví que un montón salió a la calle hoy y que venían para acá. Mucha gente joven, me dice lo mismo que vos. Me parece que estaba equivocado”. Néstor seguía ganando conversos, pensé, aun muerto. Durante tres días no volví a mi casa, no me moví de “La Plaza” de Néstor. La noche que llovió dormimos entre las columnas de la catedral metropolitana, el mausoleo de San Martín. No queríamos irnos, no queríamos abandonar al compañero que nos cambió la vida, que llegó para cambiar todo. Corrimos detrás del auto que lo llevaba a aeroparque, nos colgamos de las rejas mientras el avión despegaba. Por la cara nos corrían las gotas de llanto y de lluvia. Nos abrazamos con gente que nunca volveríamos a ver. Nadie era completamente desconocido. Todos éramos un poco los hijos de Néstor, todos éramos un poco hermanos entre las banderas que se levantaban bajo la lluvia. Todos cantábamos “Néstor no se murió, Néstor vive en el pueblo”