En estas últimas semanas, Alfredo Zaiat publicó en Página 12 dos notas muy interesantes sobre el modelo de desarrollo “nacional” que trataría de llevar adelante el gobierno de Alberto Fernández y la “vacancia” de un sujeto político capaz y dispuesto a llevarlo adelante.

(Link de las notas)

https://www.pagina12.com.ar/277959-la-conduccion-politica-del-poder-economico

https://www.pagina12.com.ar/279441-el-poder-economico-bajo-la-lupa

Los artículos merecen un reconocimiento en la medida en que ponen el foco sobre puntos neurálgicos necesarios para el entendimiento de al menos los últimos 40 años de la historia argentina. Además, comparadas con la mayor parte de las publicaciones periodísticas de temas económicos-políticos, se destacan cual pepita de oro en un río gris y monocorde. A su vez, el reconocimiento público que Cristina hizo sobre la primera de estas publicaciones no solo contribuyó a su difusión sino que es un dato en sí mismo. Ahora bien, la idea aquí es contribuir a un análisis crítico de lo que se expone y desarrolla en ellas.

La primera de estas notas comienza por señalar la convocatoria a los empresarios del G-6 al acto del 9 de julio como “una apuesta oficial fuerte dirigida al mundo empresario concentrado, que desde hace más de 40 años ha intensificado el combate contra el proyecto de desarrollo nacional que hoy aspira a desplegar el frente político que gobierna”.  Nótese que de un lado habría un empresariado concentrado en combate permanente contra -del otro- el “proyecto de desarrollo nacional”, una antítesis entre polos opuestos y externos entre sí.

Describe a este empresariado concentrado como:

  • Un poder económico que se ha transformado en las últimas décadas y que por ello “Ir a su búsqueda con la expectativa de encontrar lo que alguna vez fue para sumarlo a un proyecto de desarrollo nacional, como si nada hubiera pasado en este tiempo, sólo entregará otra decepción”.
  • Un bloque de poder concentrado cada vez más alejado del destino del mercado interno, operando en áreas monopólicas y subordinado a la valorización financiera de sus excedentes. Todo lo cual alejaría sus propios intereses de los de la sociedad.
  • Marca como una excepción el caso de Arcor, a quien aún le resulta relevante el mercado interno para la colocación de sus producciones.
  • Señala que gran parte del patrimonio de este núcleo empresario está en el exterior “ya sea en propiedades, empresas, activos bursátiles o capitales líquidos”.
  • Su posición privilegiada los coloca como protagonistas de las grandes y recurrentes crisis argentinas a la vez que sus principales beneficiarios, mediante el aumento de la centralización y concentración del capital.
  • Lo califica como un “poder económico conservador, ideologizado al extremo y contaminado de los lugares comunes de la ortodoxia económica, además de ser conducido políticamente por los grupos Techint y Clarín”.

El señalamiento sobre la conducción política de Techint y Clarín del Bloque en el Poder (BeP), aunque un poco tosca, parece tener fundamentos. En verdad, aquí es necesario señalar a las corporaciones empresarias -especialmente AEA- como conducción política del BeP. Lo cual muy probablemente nos termine conduciendo a los grupos económicos que señala. A lo que es necesario prestar atención es al énfasis que pone sobre la conducción política y al carácter ideologizado del BeP. En ambas notas Zaiat pareciera intentar “disolver” el BeP, tanto respecto a sus determinantes políticos como a sus determinaciones económicas. De allí la cuestión del mercado interno y el carácter ideologizado.

Para avanzar más necesitamos explicitar el concepto de Hegemonía y el de BeP.

Un poco de teoría

En el modo de producción capitalista, la clase burguesa estáa constitutivamente dividida en fracciones de clase que se constituyen en base a el lugar que ocupan en el proceso productivo. El concepto de Bloque en el Poder refiere a la unidad contradictoria particular de las clases o fracciones de clase dominantes en su relación con una forma particular del Estado capitalista, bajo la égida de una fracción hegemónica (Poulantzas, 2007).

La relación del Estado capitalista y de las clases o fracciones dominantes actúa en el sentido de su unidad política bajo la égida de una clase o fracción hegemónica. La clase o fracción hegemónica polariza los intereses contradictorios específicos de las diversas clases o fracciones del Bloque en el Poder, constituyendo sus intereses económicos en intereses políticos que representan el interés general, común de las clases o fracciones del BEP: interés general que consiste en la explotación económica y el dominio político” (Poulantzas, 2007, p. 309). 

De esta manera, se podría esquematizar dos tipos de hegemonía relacionadas íntimamente entre sí y con respecto al papel del Estado y del BeP. Una “hacia dentro”, caracterizada por la capacidad de una fracción de la clase dominante de retraducir sus intereses económicos en intereses políticos que tengan la capacidad no sólo de satisfacer sus intereses económicos -al menos a mediano o largo plazo- sino de encontrar una forma de incluir intereses del resto de las clases o fracciones dominantes. Poulantzas cita a Marx para ilustrar el punto:

En un país como Francia….Es preciso que una masa innumerable de gentes de todas las clases burguesas…participen de la deuda pública en el juego de la bolsa en la finanza ¿Todos estos participantes subalternos no encuentran su sostén y sus jefes naturales en la fracción que representa esos intereses en las proporciones más formidables, que los representa en su totalidad?” (p. 310)

Esta “inclusión” es entonces, mucho más que una mera concesión en la medida en que implica una transformación de los intereses del resto de las clases y fracciones dominantes. De alguna manera, bajo “la égida de la fracción hegemónica” quiere decir no solo que “invita” al resto de las clases y fracciones del BeP a participar del juego que propone, sino que también ese juego es su juego: la fracción hegemónica marca las reglas, límites y objetivos del mismo.

Ciertamente, esta posibilidad tiene como último fundamento el lugar que todas las clases dominantes ocupan en el proceso productivo: el lugar de explotadoras. A su vez, para convertirse en hegemónica, la fracción en cuestión debe lograr “trascender” sus intereses económicos constituyendo un interés político inclusivo. Y en esto también es clave el papel que juega el Estado.

Sobre esta base y, en un único y mismo proceso, se constituye la hegemonía “hacia fuera”: la capacidad de presentar un interés particular como universal no sólo ya para el conjunto de las clases dominantes sino también para las dominadas. Según Poulantzas, por regla general, la función de hegemonía en el BeP y la función de hegemonía respecto de las clases dominadas se concentran en una misma clase o fracción. Esta se erige en el lugar hegemónico del BeP constituyéndose políticamente en clase o fracción hegemónica del conjunto de la sociedad. No obstante, el autor concibe la posibilidad de desajustes, desplazamientos y disociaciones de la hegemonía en clases o fracciones diferente. Lo cierto es que cabe preguntarse si la idea de desviación o desplazamiento es suficiente para conceptualizar las situaciones históricas realmente existentes en donde se da o se ha dado dicho fenómeno. Esto es especialmente cierto en el caso de formaciones económicamente dependientes y periféricas como la argentina. De hecho, esto explica en parte la trascendencia que han logrado teorizaciones como las de empate hegemónico en el estudio de nuestra historia. En este sentido, pareciera que la existencia de una hegemonía consolidada es más una excepción que una regla.

Evidentemente entonces, el señalamiento del carácter político del poder económico encontraría “eco” dentro de los análisis y construcción de conceptos desarrollados por Poulantzas. Otro tanto, podría decirse respecto a su carácter ideologizado (aunque el término ideología en Zaiat parece tener mucho de sentido común y poco de concepto científicamente determinado). Así, es menester señalar que el BeP es el resultado de una unidad contradictoria y particular de clases o fracciones de clase dominantes, no es un bloque monolítico. El carácter político de la conducción implica una superación de la inmediatez del interés económico de cada fracción de clase que compone el BeP, tanto en relación a la fracción hegemónica así como respecto al resto. En este sentido, todos los elementos que lo componen hacen concesiones pero la naturaleza de las mismas es divergente. Zaiat intenta escarbar en esas potenciales contradicciones porque sigue buscando EL sujeto capaz de llevar adelante un modelo de desarrollo “nacional”.

Es en este sentido es que señala la cuestión acerca de dónde se realiza la producción, si en el mercado externo o el interno. Por ello el señalamiento al grupo Arcor. Pero, sin embargo, también recalca que el grupo Techint “para tratar de preservar privilegios y cuotas de mercado de su producción de tubos con y sin costura exige protección para su actividad y, sin pudor, promueve apertura importadora para el resto. Opera en sectores con cuasirrentas monopólicas y millonarios subsidios fiscales.(….) A lo largo de varias décadas, las fabulosas ganancias obtenidas en el mercado argentino, conseguidas por medidas públicas específicas para supuestamente inducirlo a un aumento de la inversión local y a entregar productos a precios competitivos al mercado doméstico, fueron utilizadas en gran parte para financiar la expansión internacional”.

De modo que entonces la distinción no pasa tanto por dónde se coloca la producción sino en si se trata de bienes salario o no. Tampoco podríamos suponer una diferenciación respecto del carácter oligopolizado de los mercados, ya que ambos dos poseen dicha característica. En el caso del alimenticio, basta con observar las pujas distributivas durante el kirchnerismo cuando los aumentos salariales redundaban en aumentos de precios. Esto resiente la idea presentada en los artículos respecto a que la condición para compatibilizar los intereses de la clase dominante para con el resto de la sociedad, estarían supeditados al destino que se le da a la producción. Es decir, el salario como costo o el salario como demanda. Evidentemente, ambas características son distintivas del salario y la mayor o menor determinación del mismo respecto a dónde se realiza la producción, podría ser un eventual motivo de conciliación de intereses entre capital y trabajo. Aquí es donde Zaiat pone el foco. No obstante, no se puede olvidar que el costo es la principal determinación del salario en la medida en que cuanto menor sea, mayor será la diferencia entre el trabajo pago y no pago, el excedente y el nivel de explotación que son el sustrato material desde donde emana la ganancia capitalista. Esta es justamente la condición objetiva que posibilita la conjunción de un BeP. A su vez, también resultan ilustrativos los años kirchneristas en la medida en que el Estado canalizaba recursos que funcionaban como salario indirecto para los trabajadores, lo cual repercutía en el costo laboral pagado por el capital. Me refiero al subsidio a los servicios públicos, al transporte, entre otros. A esto debería sumársele los múltiples mecanismos directos e indirectos que, como bien señala Zaiat, el Estado transfiere al capital concentrado en particular y a la burguesía en general. Por ello, la capacidad coyuntural de compatibilizar intereses excede la cuestión de en dónde se realiza el producto. Ciertamente, en el caso de una formación dependiente y periférica como la argentina, la capacidad del Estado de trasferir recursos queda supeditada a la generación de divisas. Mientras haya superávit esto puede realizarse sin tener que recurrir a la deuda. A su vez, los principales componentes del capital concentrado son los grandes responsables de la fuga de capitales en sus diferentes variantes. Se trata de dólares que salen y se van del país (compra de dólares, sobrefacturación de importaciones) o que directamente nunca entran (deudas intra-firmas, subfacturación de exportaciones, entre otras). Por último es menester señalar que todos los integrantes del BeP, de forma subordinada o protagónica, participan de estos mecanismos de “valorización financiera”; es este justamente el “juego” que la fracción hegemónica les invita a jugar. Luego de este panorama, podemos afirmar: “que tire la primera piedra el que este exento de pecado”.

En este punto, es necesario recordar algunos de los planteos del “primer” O´Donnell a cerca de la constitutiva ambigüedad de la burguesía local ya que “…es incorporada, como portadora y coimpulsora independiente de su subjetividad, al proceso de transnacionalización del capital” (O, Donell, 1978, p 11). La condición de éxito pasa entonces por coimpulsar el estilo de desarrollo que está predeterminado desde el centro y así se va expandiendo la trasnacionalización del capital. Entonces “…la condición de éxito de aquella empresa es también la continua reproducción de su debilidad orgánica frente a las filiales que las ET´s (empresas trasnacionales) han implantado en “su” mercado” (p. 17). Desde un punto de vista macroeconómico, esto se expresa en que el desarrollo industrial local así caracterizado, termina por impactar sobre la balanza comercial y se produce el fenómeno recurrente de restricción externa. Ténganse en cuenta entonces que no se trata de un mero mecanismo ideológico, sino que esta cuestión no es más que uno de los aspectos del creciente proceso de trasnacionalización del capital. Evidentemente, tendrá su correlato sobre las subjetividades del conjunto de la sociedad, no es casual que hablemos de los “runners” en vez de los corredores…

Así, las principales exportadoras de productos industriales son también las que explican gran parte de la cuantía de la entrada de productos importados. Cuanto mayor es la tecnificación y la elaboración del producto que se exporta mayor es su componente importado. Por eso es de vital importancia el peso de aquellas producciones de materias primas o derivados que tienen saldo superavitario para poder mantener los mecanismos de transferencia de ingresos hacia los sectores populares y el capital concentrado. 

Lo dicho hasta aquí funciona como una suerte de panorama general que explicita las tendencias y contra tendencias que atraviesan el conjunto social.

Queda por traer la cuestión acerca del Sujeto que se “calce” el zapato de cenicienta para llevar adelante el proyecto de desarrollo nacional. Aquellos que vean a las Pymes como posible candidato deberían ponerse los “anteojos repelentes” de ideología para volver a redimensionar peso, tamaño e incidencia de dicha fracción en relación al resto. A su vez, observar el entramado que las mismas tienen con el capital concentrado (otra expresión del proceso creciente de trasnacionalización). Como bien señala Zaiat (y Cristina), suponer que los conductores políticos del BeP tienen algún interés en calzarse ese  zapato -para seguir con la analogía- es propio de aquellos que andan con anteojos de sol en medio de una noche oscura, nublada y sin luna. Por último, los que aún no se dieron cuenta que el problema está en la pregunta y no en la respuesta, son como caballos con anteojeras, carentes de una mirada periférica que les permita tener una visión integradora y totalizante. Este es el quid de la cuestión ¿qué sentido tiene llevar adelante un proyecto burgués y capitalista cuando no hay ningún sujeto burgués interesado? Es más ¿qué sentido tiene este proyecto burgués cuando el sujeto que debería llevarlo adelante no sólo no está interesado sino directamente en franca y opuesta oposición?

Aquí aparece el argumento del Estado como el “sujeto” capaz de disciplinar a la fracción hegemónica y llevar adelante el ansiado proyecto de desarrollo nacional. Y acá sí que posiciones como la de Zaiat, entran en franca contradicción con los desarrollos teóricos que hasta aquí podían sustentar sus posiciones. Excede a este artículo (y a su autor) desarrollar todas las determinaciones teóricas e históricas que caracterizan al Estado capitalista. Solo señalaremos algunas cuestiones.

En primer lugar, la caracterización del Estado como sujeto es problemática en sí misma siendo que se trata, principalmente,  de un garante de la reproducción de las relaciones sociales de producción capitalistas. Al garantizar una relación es, en cierto sentido, árbitro de la misma y una especie de sujeto que se asienta sobre la existencia de dicha relación. Es esa su razón de ser. Por ello, a lo largo de la historia, se encarga de generar las condiciones para el desarrollo del capitalismo (pensemos en los ferrocarriles durante el modelo agroexportador, las campañas del desierto, las diferentes formas de “ley de vagos” que obligaban a la relación asalariada). Esto también implica garantizar la existencia de la clase obrera en sí (desde donde emerge el plusvalor). Aquí pueden señalarse todas aquellas legislaciones sobre el mercado de trabajo y las condiciones de trabajo mismas, los subsidios al transporte y a los servicios públicos, AUH, entre otras.

La idea del Estado como instrumento ha sido lo suficientemente criticada tanto por Poulantzas como por la corriente del debate alemán de la derivación del Estado. En definitiva, la capacidad del Estado de representar distintos tipos de intereses se ve limitada por la existencia de la reproducción del capital. Es decir, de la fuente desde donde emanan los recursos para llevar adelante su carácter “interventor” sobre la economía.

El Estado visto desde el punto de vista del derecho, la igualdad y libertad formal, al negar la desigualdad y la conflictividad inmanente entre el capital y el trabajo, la naturaliza y esconde.

Por último, la naturaleza hegemónica de una clase o fracción se desarrolla con, mediante, en y a través del Estado. Por esto, plantear la existencia de una fracción enfrentada a los lineamientos generales llevados adelante por una política económica no parece tener mucho sentido. O dicha fracción no tiene el carácter hegemónico que se pretende o la política económica no es lo que se supone. O bien, se trata de una situación pasajera y transitoria.

Esto último denota la necesidad de ser cuidadosos con los términos que se utilizan. Una cosa es la hegemonía propiamente dicha y otra es la de proyecto u estrategia hegemónica.

El último contraargumento que suele ser dirigido a posiciones como las que aquí se defienden, reside en el carácter utópico que se derivaría de los preceptos lógicos e históricos señalados. Es decir, la coherencia conceptual e histórica estaría indicándonos la necesidad de conjugar un desarrollo “nacional”, de distribución del ingreso, “progresista”, con un proyecto que tenga entre sus principales intenciones arribar a un proceso de organización de la producción -y de la sociedad en sí misma- anticapitalista (donde la explotación del hombre por el hombre quede abolida como forma estructurante y central de las relaciones sociales). La naturaleza de la tarea y las dimensiones de su magnitud llevan a muchos a caracterizarla como utópica, históricamente pasada de moda y prácticamente imposible. Lo paradójico es que quienes sostienen esas posiciones son los que dedican su tiempo a perseguir un sujeto que, cada vez que piensan que han logrado capturar, se les desvanece en el aire cual fantasma. La pregunta de rigor es ¿pensamos desde/para los sectores populares, por y para la clase obrera? ¿Hemos experimentado a lo largo de la historia la tragedia del sujeto ausente, de una burguesía “nacional” con intereses de desarrollo nacional? ¿Por qué entonces seguimos sosteniendo un capitalismo con “rostro humano”? ¿Acaso no sabemos que el fundamento del capitalismo reside en el trabajo asalariado y en el plusvalor, o sea, en la explotación? ¿Por qué no sacarse de una buena vez las “anteojeras” y empezar a pensar sobre nosotrxs mismxs? ¿Cuáles son las razones que hacen que un mundo radicalmente distinto nos parezca imposible y utópico?

Se trata de preguntas que pueden -y deben- ser encaradas desde múltiples ángulos y puntos de vista. Y situaciones “anormales” como la actual pueden representar momentos propicios para la tarea en la medida en que, al modificar necesariamente nuestras prácticas, potencialmente pueden ampliar los márgenes de nuestros pensamientos y de nuestras formas de concebir.

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