Se sabe, en los conteiners de basura que están en la cuadra de los restoranes se rescata algo. Por eso anoche, como todos los días, fui bajando por el boulevard en dirección al río, juntando algún que otro cuarto de libra a medio empezar, fonditos de gaseosas y sanguches rancios. Al final del paseo está el boliche de Aldo. Ahí por unos billetes de los que junté me puedo tomar unos vinos y pasar la peor parte de la noche. La calle está densa, más ahora con esto de la ola polar y encima lo del tráfico de órganos. Pedazo de hijo de puta ese al que se le ocurrió permitir que cualquier cajetudo pueda comprar un hígado o un pulmón como si se tratara de un kilo de asado en la carnicería. En fin, así estamos. Por eso me cuido más que nunca del lugar en el que paso la noche, y acá en lo de Aldo me dejan estar a un costado, con mí vinito, siempre que no me meta con nadie. Y yo claro que no me meto con nadie, con la rosca que hace afuera. Pero anoche resulta que Aldo andaba con ganas de hablar, o eso pensé en el momento, porque cuando entré y me fui a sentar al lugar de siempre, es decir al rincón más apartado y menos iluminado del antro, me hizo seña para que me siente en la barra. Este es el muchacho del que te estaba hablando, le dijo Aldo a un tipo que estaba en la barra y que yo no había visto ¿Ernesto era tu nombre, no? Mirá Ernesto acá el señor anda buscando gente para una changa, sentate, vení.
No era la primera vez que Aldo me ponía en contacto con alguno para hacer un trabajito, incluso él mismo, más de una vez, me había encargado un afano. El tipo se me sentó al lado y me empezó a hablar de la casa que un empresario tenía en un country, del arreglo con los de seguridad y de lo fácil que me iba a resultar entrar por una de las ventanas. Aldo, servile una copa al muchacho, que tiene la boca seca, dijo y se largaron a reír. Yo no le hago asco a nada, y menos si se me invita, pero ese vino no sé bien qué tendría, porque antes de terminar el vaso me empecé a sentir mareado. Cuando me quise acordar, me costaba sostener la cabeza sobre los hombros. La vista se me nublaba. Ahora lo vamos a sacar bueno al ciruja este, escuché que decían entre risas. Hígado y riñones olvidate, pero con suerte los pulmones, el corazón y las córneas. Al final vas a servir para algo flaco. Viste, en el mercado hay lugar para todos.