Esta vez el quilombo, la tensión y la escalada antidemocrática de la clase dominante argentina nos va a servir como contexto, como el paisaje de estas palabras. Cada unx dibújelo en su mente.
Quiero hablar de la dispersión, de mi dispersión en aproximadamente 96 metros cuadrados —cifra nada desdeñable para la paradoja de una ciudad que tiene la misma población que en 1948 pero ¿el triple de edificios y construcciones? —. De cómo mi actividad diaria adquiere una forma similar a la de alguna vacación donde nos toca atravesar el típico río montañoso: vamos saltando de piedra en piedra con máxima concentración, no sea cosa que vayamos a meter las zapas en el agua. Eventualmente siempre termina por suceder, pero nos concentramos para no mojarnos como si de eso dependiera nuestro destino. Entre cada piedra, entre cada salto, el abismo del empantanamiento, de la pérdida de ritmo, del parate obligado. La analogía acaba cuando se observa que en casa cada piedra es una estación, algo que tengo o quiero hacer. En el río las piedras son parte del camino, el objetivo siempre está más allá y en general no colocado sobre un objeto en específico.
Puede parecer una rutina agobiante, pero en la medida en que las tareas no me desagraden, en general me gusta y a veces hasta me da placer. Tampoco me quejo de la cuarentena. Sinceramente, me alegro que el deber ser tenga la forma de #QuedateEnCasa, me permite tener un grado de distanciamiento social donde, en general, puedo darme el lujo de elaborar una membrana más resistente respecto a los distintos objetos sociales que periódicamente amenazan con invadirme y, sin que me sean indiferentes, puedo entenderlos mejor y a partir de allí estar más claro a la hora de tratarlos. Puede fallar diría Tusam, la tensión me puede y, por ejemplo, guerrear me fascina al punto de pensar si en alguna otra vida no habré sido un vikingo o algún general oriental fascinado con la planificación, la táctica y la estrategia: el arte de la guerra. La obsesión es un camino de ida, un peligro que podés aplacar solo rebobinando o directamente cortando la cinta.
En el medio de esta productividad —que es en parte de lo que estamos hablando—, tomé un par de herramientas prestadas y me inventé una piedra donde la tarea es la no tarea, donde la misión es la no misión, una piedra sin intenciones ni proyecciones. Se llama meditación y aunque no sea lisa y muchas veces me tambalee mucho más de lo que me asiente, por lo menos tengo la libertad de la nada, la atracción del vacío y el silencio. Piedra clave si las hay, recupera el motor de hacer y la necesidad de decir.
Odio la parcelación del conocimiento, soy adscripto a la filosofía de que “todo tiene que ver con todo” y me mueve la fascinación por la potencia de la integralidad. En este sentido, me es bastante natural cambiar de tema como cambiar de menú en cada comida. La visión performativa te permite atravesar temas como si en verdad no los estuvieses atravesando y fueses un simple pez en lo ilimitado del océano. Esto por la positiva porque —quién sabe— tal vez se trate de un movimiento de fuga saltando de contenido en contenido en un intento desesperado por zafar de la red forma. Seguramente ambas cosas sean ciertas.
El cerebro funciona y se autogobierna, las palabras se miden y estructuran sobre un conjunto de reglas y procedimientos y eso sí que es agotador: extraño caminar. Podría hacerlo, pero elijo cumplir con el deber ser de no salir al pedo, y pensar en caminar media hora con una tela rozándome la cara y devolviéndome el aliento la verdad que… no gracias. Pienso en Dostoyevski, en Poe, en Cortázar y hasta me acuerdo del Ulises de Joyce. Extraño el divague mental de la caminata urbana. Ciertamente, hasta marzo, caminar era siempre ir de un lugar a otro, pero de repente elegías hacer 30 cuadras caminando en vez de tomarte ese bondi infumable hinchado de gente cual granos de un joven puberto. El cerebro funca distinto. Caminás con una mirada limitada por un ángulo de 90 grados que parte desde tus caderas, disfrutás del anonimato, estás desconectado y a la vez conectado con lo que sucede a tu alrededor, los acontecimientos con los que te topás son fácilmente asimilables al fluido que surge sin esfuerzo en tu mente. Este sí que es un invento moderno y uno de los puntos más interesantes de una vida urbana cada día puesta más en jaque. Ni que hablar si le agregamos música auricular, otro fluido que se ensambla con el tempo mental —o viceversa—.
Vuelvo a Dostoyevski y a la potencia de ese siglo XIX combinado con esa locura rusa que es a nuestro gusto algo medio italiano pero ¿más grotesco? El Raskólnikov de “Crimen y Castigo”, caminando por ese escenario lúgubre y bien lumpen de San Petersburgo, subsumido en sus propios divagues mentales, ajeno a todo a la vez que sensible a un tipo que le pega a su caballo raquítico para que siga caminando al punto tal de matarlo de tanto rebencazo. El anonimato urbano es casi como caminar adentro de una película, es el privilegio de tener la potestad de observar sin ser observado o de la indiferencia sobre la mirada ajena.
Pensar caminando no tiene nada que ver con pensar sentado o acostado. Será tal vez por el hecho de que la energía se distribuye mejor, caminar es una actividad activa en el límite con lo pasivo, la cabeza funciona mejor, tiene una mayor capacidad de concebir sus propios límites —lo que a veces puede llamarse reflexividad o re-conocimiento—. Esto sí que se extraña.
Este es un poco el collage de mi mente pegoteada de mi hogar, un empaste que hace imposible la diferenciación. Somos lo que hacemos y nuestras casas seguramente han cambiado en este tiempo. En abril hicimos todo ese orden que veníamos dilatando, limpiamos, pintamos reacondicionamos. Nos sentimos bien y satisfechxs, aunque nada quita el hecho de que seguimos siendo nosotrxs encerrados en nosotrxs. Nos queremos pero tampoco para tanto.
Vuelvo a la paradoja de volver a la…
Dispersión es el sol que entra por tu ventana y viene en forma de espectros hechos con polvo de estrellas que ahora tus narices van a aspirar, es el mate muerto frio y tieso, la tensión latente de derrame de buque petrolero sobre la psiquis, el insomnio de las ideas y de la desesperación, los episodios de guerrillas mentales de una guerra de trincheras loopeada, los sedimentos de los consumos culturales que de repente hacen click y son como un fósforo que ahora sí conecta con la idea-hornalla, un medioevo reactualizado que vuelve a poner la autoridad en la persona y no en la idea, la cancelación de un cerebro que chapotea sobre un código binario que conoce solo de nombre pero sabe que queda lindo de decir, IG y FB en el poder tiránico de nuestro dedo índice sobre la pantalla, indignante indignación indignada, la bandera de la distopía capitalista hecha de caca y pus flameando sobre el basural donde se levantan chozas precarias de aquellxs que todavía no se resignan a morir.
Dispersión “cuarentenosa” qué viaje!!!
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