Ella sabía cantarme mansamente ante el reclamo de mis cadáveres de mis accidentes ella me sostenía en silencio con la paciencia del agua me partía por la mitad en el centro lo necesario: una aldea para sostener el mundo la tierra que me era negada el agua para lavar mis vestidos un nombre para llamarme cuando nadie me llamara. Vestida de escarcha negra vestida de furia y roca inmóvil en la nieve mi forma mi religión mi casa la apariencia de mi nombre la puse entre naftalina a ella ángel de nostalgia de verdad blanca ella pasmada en la negritud de ser negada apagada pequeña amortajada dejó de mirarme de crecerme. Me rehice en grises boca y lengua ceniza las manos de acariciar cemento el cuerpo de amar antología de dolores los pies de avanzar raíces en tierra enferma. Yo la até con cascabeles yo la eché desnuda a los lobos la ungí con venenos perfumados la sometí con cien esquinas de silencio la olvidé en la caja de cosas para olvidar. Así este mirar congelado nubló la palabra del poema brotaron exigentes flores negras que me secaron volvieron mis cadáveres con sus razones. Pero le crecieron uñas colmillos otra piel convirtió la tumba en santuario le creció un grito: ven deprisa ven te extraño ven es la hora ven deprisa ven ya te quiero en mí es tiempo soy el fruto soy pan ¿no ves que soy la savia de las calles del mundo? ¿no ves que sin mí eres la perra más triste? soy el vientre la raíz las paredes ven soy el panal de la tristeza la miel la abeja la víscera y el homenaje ven soy tú nunca dejé de ser tú.