“Decir un chiste sobre algo malo no es lo mismo que hacerlo, ni justificarlo. Podría estar en contra de eso malo. Depende del chiste”
El Humanity de Ricky Gervais funciona como un “espejito rebotín”: Ricky pone el constructo del mandato social del deber ser, de lo que se supone que está bien y lo que está mal, frente a un espejo que le devuelve una imagen enrarecida y filtrada, no casualmente, por la misma medicina con la que lo “correcto” se construye. Una a una va derribando toda una serie de huecas formalidades sociales utilizando la mirada estigmatizante y estereotipada como propia autoafirmación. Si, por ejemplo, se lo caracteriza como un nuevo rico ególatra y carente de empatía social, se pone en ese personaje exagerándolo al punto de llevarlo al plano de lo ridículo. Casualmente, tiene algo de ejercicio familiar al observar cómo sectores postergados de nuestra sociedad también pasan a afirmarse en la mirada discriminadora (villeros, cabecitas negras, descamisados, etcétera). Este mecanismo de auto ridiculizarse a través del punto de vista estereotipado que el otro lanza y comunica mediante su mirada juzgadora, lo que logra es justamente ridiculizar al estereotipo (y a su emisor). Me recuerda a la escena de “El Club de la Pelea” cuando Lou, el mafioso dueño del bar, descubre que están utilizando el sótano para llevar adelante los encuentros de box y los insta a retirarse (con sus patovas arma en mano). Tyler no se defiende y casi que lo incita a que le pegue (y vaya que lo logra…). Cuando por su cara maltrecha fluyen cantidades adecuadas de sangre y fluidos, lo único que hace Tyler es poner su jeta en primerísimo primer plano de Lou, para que la vea, la sienta y la experimente. Con eso consigue que el tipo no los joda más. La clave pasa por el hecho de que en ambos casos, se invierte la relación de poder. Si el otro —en vez de negarlo y resistirse— se afirma en el estereotipo que le envío y expone en vez de ocultar el resultado de esta mirada, termina por poner en jaque el poder constructor de mundo de mi mirada: qué sentido tiene un estereotipo negativo si es experimentado por su objeto como lo contrario. A su vez, con este simple pase se invierte la dinámica sujeto-objeto. El objeto del chiste pasa a ser el que se suponía sujeto-emisor y el objeto, un sujeto que se construye a partir de la negatividad o diferencia respecto a aquél.
El monólogo de Gervais es un manifiesto en contra de la mirada de lo políticamente correcto. En este sentido, la lógica del chiste no deja lugar a la naturaleza externa del juzgamiento en base a convencionalismos sociales de lo que se supone que es correcto y lo que no lo es. Primero, porque el chiste, más o menos implícitamente, se estructura sobre ellos, los lleva “hechos carne”. Segundo, porque el chiste lleva en sí su instancia normativa: es o no es gracioso. Si funciona, si es gracioso —aun incluso cuando baja un mensaje de mierda—, lo último que tenemos que hacer es matar al mensajerx que, por lo menos, pone de relieve los problemitas/problemones que tenemos como sociedad. En todo caso, estaríamos ante un comediante gracioso aunque chato y sin vuelo. Lo genial del veredicto “me rio, no me rio” es que es por definición visceral, real e indisimulable a la vez.
El laboratorio de estereotipos
Otro ejercicio interesante se da en la contraposición entre estereotipos. Como se decía, Ricky sería un nuevo rico narcisista y desconsiderado que, además, no quiere tener hijxs. La mirada social (dicha o no dicha) tiende a considerar a aquellos que deciden no procrear como egoístas, como gente que no quiere compartir —porque bajo esta mirada lo que es diferente siempre puede ser motivo de enjuiciamiento—. Gervais responde de tres formas distintas: ya hay demasiadxs niñxs en el mundo, viviría preocupado por él/ella y —la que nos interesa— como nacería ricx, necesariamente tendría que ser un niñitx rico bien mierdita. Así responde a un estereotipo —egoísmo— con otro —si es ricx es garca—, demostrando una vez más el absurdo social. Tengamos en cuenta, además, que Ricky Gervais no nació en cuna de oro. Lo cual también pone de relieve cómo por un lado tenemos una sociedad ideológicamente basada en la ilusión del ascenso social, de la meritocracia, de la idea de que si te esforzás lo podés lograr; pero, si en una de esas y por puta casualidad, te convertís en rico, automáticamente te volvés un garca. Y como se apuntaba antes, esto va más allá de que hagas beneficencia, muestres compromiso social o dones alimento para lxs niñxs pobres del África. En el caso de que lo hicieses, la mirada envidiosa opinaría “está lavando sus culpas”.
¿Estoy haciendo un discurso pro-ricos?
Terminantemente NO. Lo que se está haciendo es aportar alguna que otra idea crítica a un cuerpo ideológico hegemónico típico de las sociedades capitalistas. Y que sea hegemónico pasa justamente por el hecho de que trasciende el horizonte de clase social. Al final del día, cuando se terminan de hacer todas las cuentas, esa ideología termina por favorecer —justamente— a dichos sectores pudientes.
Ricky nos cuenta que pensó en la opción de adoptar, ya que de esta manera contribuiría al problema de la sobrepoblación acogiendo a un niño pobre. A su vez, al tener un origen pobre sería agradecido dado que se encargaría personalmente de recordarle sus orígenes y la suerte excepcional que tuvo de que un cómico multimillonario se apiadara de él y lo adoptara. Aquí nuevamente demuestra cómo para que seas agradecido, alguien tiene que haberte refregado todo lo que hizo por vos y que si no fuese por él, probablemente no existirías. O sea, un sentimiento “bien” (el agradecimiento) es producto de uno “mal” (hacer un bien para pasar factura luego). Remata el chiste observando la ventaja de que podría ponerlo a trabajar desde los seis en una fábrica de Nike. Y si se muere, tendría la opción de decir “no es mío, entró a robar”. De esta manera, pone de relieve el imaginario social que supone a los negros/pobres como naturalmente fuertes y delincuentes. De paso le recuerda a tu conciencia el pequeñísimo incidente de las Nike que estas usando.
Siguiendo con los “problemas comunes de un hombre millonario”, Gervais nos cuenta que en primera clase suelen darle unas nueces bañadas que le fascinan. En un vuelo reciente no pudo hacerse de ellas debido a que en la primera viajaba una señora alérgica a las nueces y que, de estar en contacto con ellas, podía morir. Si bien se contuvo, esta situación lo exasperó porque “…la riqueza te vuelve caprichoso, la oportunidad y el privilegio te exponen a eso (…) sentía que por culpa de la señora alérgica a las nueces, al no poder comerlas, estaban infringiendo mis derechos”. La anécdota es muy jugosa porque pone sobre relieve la relación entre el derecho y el privilegio. Aun tratándose de una cuestión que excede largamente estas palabras, resulta interesante observarla desde dos ángulos posibles. Por un lado, la relación derecho-privilegio puede ser pensada desde una mirada que contemple cómo lo que se supone que es derecho es, en verdad, privilegio. La lista sería interminable, salud, educación, trabajo… todos aspectos que, concretamente, resultan ser un privilegio y no un derecho. Por otro lado, la mirada histórica probablemente nos daría una perspectiva de ensamble entre el privilegio primero y el derecho después ¿No fueron, la mayoría de los derechos consagrados en la ley, primero privilegios de algunos sectores? Este punto de vista aporta un aspecto a explorar a la hora de hacer un análisis crítico del llamado “enfoque de derechos”, en la medida en que lo vincula con la lógica del ascenso social. Por mucho que nos pese, parece que dentro de la historia rica de la conquista de derechos hay cierto aspecto subterráneo ¿No será que, ya sea como foto o como movimiento, accediendo y consiguiendo derechos no nos volvemos privilegiados? Esto nos permite ver cómo la contraposición entre estos dos conceptos no es externa sino interna, siendo que uno deviene en el otro y viceversa.
Rompiendo hasta el tabú de explicar un chiste
Como sabemos, explicar un chiste suele estar contraindicado. Por suerte Gervais está de nuestro lado del ring y no tiene ningún tapujo en hacerlo (sin perder un ápice de gracia). Se mete con el anterior Bruce y la actual Caitlyn (ambos Jenner). Para quienes no saben a quién se refiere, se trata de un atleta olímpico estadounidense consagrado que hace un par de años decidió cambiar su sexo y que, además, atropelló y mató a una mujer con su auto. El chiste de Ricky es más o menos el que sigue:
“Bruce Jenner, ahora Caitlyn Jenner, ¡Que año ha tenido! Se convirtió en modelo a seguir para los trans, rompiendo barreras y acabando con estereotipos. Pero no mejoró la fama de las mujeres al volante.”
Nos explica:
“El sujeto de los chistes son los estereotipos. Estoy jugando con la idea de los estereotipos. Parto diciendo que es una verdadera mujer con una actitud liberal y progresista. Si es una mujer verdadera, les lanzo un estereotipo muy viejo. Entonces debe ser mala para manejar ¿No? El objetivo del chiste es una celebridad que mató a alguien con su auto. No olvidemos eso ¿Sí? Una celebridad que corrió a su casa y se puso un vestido.”
La exposición de Ricky es casi como un laboratorio de estereotipos. Los va poniendo frente a distintas situaciones para ver cómo reaccionan, enfrenta a unos con los otros y los estudia para llegar a una conclusión racionalmente determinada: cada uno de ellos tiene un precepto ético y moral socialmente construido que, en todos los casos, es prácticamente imposible de seguir sin que los estereotipos y sus mandatos sociales no entren en conflicto y contradicción. El resultado es el absurdo social.
La peluca
La historia del tío Reginald y su peluca es genial porque en este elemento fascinante termina por sintetizarse todo el tema de su monólogo.
Primero y antes que nada: hasta el día de hoy todo el desarrollo tecnológico, la ciencia y la técnica aplicada han fallado sistemáticamente una y otra vez en lograr engañarnos y encubrir que eso que vemos sobre una cabeza X no es lo que es: no hay nada más evidente que una peluca, se ve a las leguas. Con solo tener en cuenta esto, podemos darnos cuenta que la peluca es como una punta de iceberg bizarra. Pero no nos adelantemos, volvamos hacia la historia que Ricky nos relata.
De repente, siendo nuestro protagonista pequeño, El tío Reginald (hasta ahí pelado) comenzó a usar una peluca de pelo negro. Frente a la sorpresa del pequeño Ricky, la familia le contestó con la explicación —no explicación— de “es un milagro, el pelo le ha crecido otra vez”. Toda la familia participaba de la mentira, en los cumpleaños no podían tener globos ya que el tío temía que un globo volador le vuele la pelu. No solo eso, sino que Reginald dejaba de hacer todo un abanico de cosas por miedo a que se “descubriese” el artificio y lo que hacía quedaba también transfigurado bajo el mismo temor. Gervais ejemplifica con la particular forma de sostener a los bebes de su tío, brazos extendidos, la criatura lo más lejos posible de su cabeza. Es difícil de imaginar una situación tan ridícula y veraz a la vez. Analicémoslo: tenemos un tío que cree recuperar su ¿dignidad? ¿belleza? mediante una peluca, que a la vez vive alienado por y para ella como si se tratase de un tamagochi que aterrizó sobre su cabeza, le gustó el terreno y ahí la quedó. Por otro lado una familia que, desde el más pequeño hasta el más grande, consiente el carácter “exitoso” del elemento artificial. Porque si el tío aparece con eso y todos se hacen los boludxs, están con sus acciones y omisiones haciendo de cuenta que la operación peluca fue exitosa, que el engaño funciona. Pero todxs y hasta el tío saben que eso es una peluca y se ve como tal. La familia, supuestamente considerada de la situación desespelada de Reginald, decide cumplir con todos sus caprichos, uno tras otro. Como si de esta manera lo estuviese ayudando cuando en verdad solo lo entierra más y más. Lo que hace especial a la situación, es que habiendo muchos casos en nuestra vida pública donde sabemos que nos quieren dar una imagen falsa o nos quieren vender algo que no es realmente lo que se supone que es, igualmente puede que lo compremos o creamos. Todxs sabemos que la hamburguesa de McDonald´s no es igual a la foto que nos muestran, sin embargo, puede que la compremos y consumamos. Lo impresionante de la peluca es que, no solo sabemos que no es real sino que lo vemos, nuestro cerebro procesa la información “frame por frame” y vuelve una y otra vez a interpretarla como “eso es una peluca, eso es falso”. Y el elemento tiene tal poder que desbalancea toda la situación. Cada integrante de la familia, no solo la ve, sino que hace el esfuerzo de no verla. El convencionalismo de “seamos empáticos con el tío” roza y casi que se estrola contra el mandato “no mentiras”.
Ponerse una peluca es como querer mostrar que sos parte del club de los que aún tienen pelo. Pero el hecho de querer mostrarlo es la más y mejor irrefutable prueba de que no lo sos. La peluca es la impotencia, es expresar que querés y no podés.
Y acá siempre puede aparecer el típico recurso de lo políticamente correcto: “Si al tipo le gusta usar una peluca dejalo en paz, es libre de hacer lo que le pinte”.
Menos de sacársela…
Aunque solo vi hasta ahora solo 10′ de Gervais leí toda la nota (sobra explicar por qué) y me pareció que el tema de la peluca de Reginald desnuda TODO o mucho de lo que sucede en esta sociedad que compartimos. 🤗
Comments are closed.