Prólogo:

Un ojo sin bordes

“El poema es naturaleza creada por el poeta” nos recuerda Wallace Stevens en Adagia. No estaba lejos de las conocidas intuiciones creacionistas de Huidobro: así como la naturaleza crea un árbol, así debe trabajar el poeta. La mente, imbricada en el cuerpo-poema, aplicada al campo de posibilidades de lo real, puede crear mundos nuevos a partir de experiencias directas o imaginadas. En su primer libro, Emilio Malagrino ofrece una poética fértil y personal. Con tono sosegado, desde cierta distancia minimalista, Campo de posibilidades aborda temas “clásicos” -la identidad, el cuerpo, la familia, la fugacidad de la vida- para volver a hacerlos nuevos. Nos restituye, en el aquí y ahora del poema, lo que estamos viviendo y no podemos percibir. Pero el conceptualismo de Malagrino no se atasca en mera reflexión racionalista, ni decae en aridez teorizante. Está impregnado de fuerza vital, sostenido en una imaginería palpitante. Si aceptamos que el ojo es una mente, observar, en este libro, es crear lo percibido, desde un grado cero que nada concede por supuesto:

algo mira y es mirado,
se escribe
por sí mismo,
el mí como nada en todo
desbordado
sin fin

Emilio Malagrino, además, piensa a través de la imagen moderna, surrealizante, con su inagotable capacidad de metaforizar y desplazar sentidos. Maridajes insólitos que enloquecen y expanden sus personajes en abismo, sus criaturas sin borde. Hacia ese horizonte tracciona su poesía: fundar relaciones inéditas entre las partículas de lo real, imantadas en las posibilidades del poema. Una nueva aleación, un pulso vivo.


Campo de posibilidades (selección):

Infinito

Se abre una puerta
del otro lado no hay nada,
de éste, tampoco
la puerta como borde
la puerta infinita
del otro lado algo mira

árbol, oruga
almirante, madre,
fosa, viejos
un cuerpo, dos, varios
ciervos rígidos
estereotipos blindados

de éste lado,
desde mi habitación de noche
algo en mí, mira, se escribe
pero no hay bordes de mí
soy infinito en ese algoafuera de mí
donde no hay sino todo
como el adentro

inabordable

El ojo aborda
un afuera como concepto
raíces, tronco, oruga
un almirante en su juego de niño,
eclipses familiares,
una madre que muere en la fosa con los viejos,
el ciervo de las estrellas
infinitos que perciben en mí
el más acá de la puerta
unificación y desborde
afuera adentro

Algo se percibe a sí mismo
desde mi habitación de noche
como no diferente del ahí

oruga en el árbol
verdes sin color
una fosa de tiempo
un cuerpo, dos, varios
estereotipos blindados

la puerta como fi sura
borde infi nito,

algo mira y es mirado,
se escribe
por sí mismo,
el mí como nada en todo
desbordado
sin fin
Campo de posibilidades

¿Cómo dejar de vivir todo el tiempo,
preso de una gradación infinita,
agotando los espacios donde el ser reposa
—por momentos—
en el sillón de la percepción vacua
capacitando la visión del creciente polvo en un rincón sólido?
¿Cómo dejar de razonar un poco,
y abandonar la fi sura del hiato,
ese afán de asechar la interminable sensación
de poder compactar toda locación psíquica,
hasta rumiar el campo de lo imposible
incapaz de ser abarcado por una sentencia?
Habitación de noche

Remojo los dedos en la oscuridad de la habitación
donde se proyecta la infinitud de la alquitranada noche.
Las paredes lejanas, partidas en bloques inasibles,
juegan una lotería en movimiento con los objetos
que no descansan en la mortalidad de lo inanimado.
Mi anatomía, desgajada de límites,
colisiona en la compacidad acromática.
Tantear el horizonte de una masa densa
acerca estructuras geométricas a la mente,
posibles marcos de adivinación,
y localizaciones de vago alcance.
Cada noche, la habitación oscura
vuelve a vomitar una nueva arquitectura
que desconozco por completo.
La camisa

Dentro de mi camisa arrasada por laderas,
por tormentas, por el barro y por mareas;
cabe la población entera con abrazos, con trompadas,
con sublimes besos, con egoísmo y aprecio.
Su tela que se arrastra, que suplica, que se vanagloria,
que se escapa, que se quema.
Es una camisa enferma, traicionera, cómplice,
dubitativa, infantil, peregrina, solitaria, embustera.

Dentro de mi camisa enchastrada por laderos
me sumo a la cristiandad divina de ser un clavo eterno,
un heroísmo por ser existiendo
en la pequeña historia de los pueblos.
Cuando caímos

Cuando caímos
sentimos en las vértebras
el crepitar de la tierra húmeda
cerca del mar que refleja el cosmos,

las marcas de los cometas en sendas mejillas
como cortes de ritual adolescente.

Vimos el gorjeo telúrico
brotando de la montaña
al exhalar oxígeno
de los pulmones terrestres.

Oímos el canturreo suave
de los pájaros en ceremonia mortuoria,
círculo invisible suspendido
en nuestro perímetro.

Cuando caímos
sentimos el estuario de musgos
agusanando murallones de raíces
los árboles desalmados que ni sombra.

Sentimos nuestras manos y dedos
ampollados de insectos carnívoros
alejarse del abrazo íntimo
para nunca jamás ser dos.
Lo olvidado en la guerra

Caen las estrellas
en redondeles acústicos
danzando hacia la ocre mortandad
del único sol que enarbolaba
los túneles calientes de mi sangre
apostada en la playa.

Un guijarro herido de esquirlas
es mi anatomía consumada
sólo la memoria imprime animaciones
al estertor estrellado
que explota en mi pecho

Soy un olvidado
en la guerra.
Eclipse

La roca lunar
que pende del borde del cráter
desconoce la existencia
de los ojos
apuntando enojo
al niño,
que esconde su llanto
en gesto de terror.

El padre con el puño
de los párpados insultantes
desconoce la existencia
de la explosión solar
desprendiendo
la tormenta cósmica
en la atmósfera
de la enferma madre.

El remedio de Venus
pulsa moribundo,
opacado lucero

quebrado por los vientos,
se deshace ante los ojos
del llanto infantil.

El enojo solar
se apaga en destellos
de quieta melancolía,
y la madre advierte
las luces venusinas
en su pasaje espacial.

Campo de posibilidades fue editado por Mora Barnacle en 2022.