Una muchedumbre de miles de personas se congregaron el 8 de enero de 1896 en la inhumación de los restos mortales del último «príncipe de los poetas». El siglo XIX declinaba, se agudizaban las contradicciones de la modernidad que desembocarían en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Paul Verlaine
triunfaba en su empeño de hacerse un lugar entre los poetas del panteón oficial. El cortejo fúnebre se coronó con loas y declamaciones.
El poeta vivió entre excesos y estallidos de redención. Nacido en 1844, fue confinado desde pequeño en un internado, donde no pudiendo adaptarse dócilmente al rigor disciplinario, comenzaron sus quiebres con la legalidad. Una vez matriculado en la universidad de Derecho donde vencido por el sopor que le causaban los artículos y las leyes, según sus propios comentarios «bebió y escribió versos» en lugar de estudiar. Pronto abandona la carrera y su prima Elisa Dujardín, con quien mantenía una profunda tensión erótica, le financia la publicación de su primer libro «Poemas saturnianos».
Los sabios de antaño, que valían tanto como los de hoy,
creyeron, y éste es un punto todavía mal dilucidado,
leer en el cielo tanto las dichas como los desastres
y que cada alma estaba unida a uno de los astros.
(Mucho se ha bromeado, sin pensar que a menudo
la risa es tan ridícula como engañosa,
sobre esta explicación del misterio nocturno.)
Ahora bien, aquellos nacidos bajo el signo de SATURNO,
fiero planeta, caro a los nigrománticos,
entre todos tienen, según los viejos grimorios,
buena parte de desdicha y de cólera.
La imaginación, inquieta y débil,
en ellos anula el esfuerzo de la razón.
En sus venas la sangre, sutil como un veneno
raro y ardiente como la lava, corre y arrolla
encogiendo su triste ideal que se derrumba.
Y así los saturnianos deben sufrir y así
morir (admitiendo que seamos mortales),
pues su plan de vida ha sido trazado línea a línea
por la lógica de una Influencia maligna.
Luego de la Muerte de Elisa, publica en Bruselas «Las amigas (escenas de amor sáfico)» y comienzan a trascender sus legendarias borracheras. Publica «Fiestas galantes» en 1969 y, a finales de junio conoce a Mathilde Mauté. Se enamora perdidamente de esta joven de 16 años. Se entrega a extensas jornadas de vino, absenta y láudano que son sucedidas por crisis de culpa, en las que Verlaine se arrastra hasta la iglesia implorando el perdón.
Estas oscilaciones pendulares van a caracterizar la psicología del poeta y su comportamiento. También su obra oscila por momentos entre la blasfemia y el ardor católico. De «La buena canción» él mismo afirmó que fue escrita para persuadir a Mathilde y lograr su enlace matrimonial. El «ramo de novia» solía nombrar a esta obra. Al poco tiempo de realizada la boda, y posteriormente a su participación en los sucesos de la Comuna de París es despedido, como reprimenda, de su empleo en la función pública. Se marchan a vivir a casa de los Mauté. Allí comienza la tensión y el comportamiento violento de Verlaine. Discute, insulta y golpea a Mathilde. Amenaza con matarse y luego se retracta, se arroja a sus pies, llora.
Es en ese contexto en el que recibe una carta desde Charleville, firmada por el joven Arthur Rimbaud. La historia que sigue, atravesada por la celopatía, las amenazas de muerte y las huidas por europa es ampliamente conocida. Encarnada la furia saturniana de los poetas malditos en todas sus contradicciones, la poesía de Verlaine es extrañamente controlada y a la vez ardiente. Precisa como el filo de una cuchilla apretada al cuello. Entre cantos báquicos y los versos cristianos de «Sensatez». Si Rimbaud trazó las primeras líneas de la poesía más allá de las efusiones del Yo, el verbo en estado puro, de acuerdo a su propia lógica; en su compañero parnasiano leemos acaso, las últimas declaraciones del siglo cartesiano. Con justicia, quizá el que con más derecho hizo honor a la definición de «poeta decadente», en tanto expresaba la extinción de una poética que en las primeras décadas del próximo siglo sería superada por los movimientos de vanguardia.
Mujer y gata
La sorprendí jugando con su gata,
y contemplar causóme maravilla
la mano blanca con la blanca pata,
de la tarde a la luz que apenas brilla.
¡Cómo supo esconder la mojigata,
del mitón tras la negra redecilla,
la punta de marfil que juega y mata,
con acerados tintes de cuchilla!
Melindrosa a la par por su compañera
ocultaba también la garra fiera;
y al rodar (abrazadas) por la alfombra,
un sonoro reír cruzó el ambiente
del salón… y brillaron de repente
¡cuatro puntos de fósforo en la sombra!
Serenata
Como la voz de un muerto que cantara
desde el fondo de su fosa,
amante, escucha subir hasta tu retiro
mi voz agria y falsa.
Abre tu alma y tu oído al son
de mi mandolina:
para ti he hecho, para ti, esta canción
cruel y zalamera.
Cantaré tus ojos de oro y de onix
puros de toda sombra,
cantaré el Leteo de tu seno, luego el
de tus cabellos oscuros.
Como la voz de un muerto que cantara
desde el fondo de su fosa,
amante, escucha subir hasta tu retiro
mi voz agria y falsa.
Después loare mucho, como conviene,
A esta carne bendita
Cuyo perfume opulento evoco
Las noches de insomnio.
Y para acabar cantaré el beso
de tu labio rojo
y tu dulzura al martirizarme,
¡Mi ángel, mi gubia!
Abre tu alma y tu oído al son
de mi mandolina:
para ti he hecho, para ti, esta canción
cruel y zalamera.