Azul, un azul intenso que quema pestañas. En el horizonte edificios bajos que recortan rompecabezas amorfos donde habita gente. Dijeron que ocurriría, que el agua era oro. Nunca nadie nos advirtió que las nubes desaparecerían. Un par de veces al día, nos alivian la visión los arrieros de nubes. Un azul intenso que sobra, nos recuerda lo que nos falta.
Las primeras empresas de nubes, las más viejas, comenzaron con la creación de nubarrones pequeños. De a poco aumentaron su poderío contando con espacios más amplios, creando rayos, truenos y tormentas. Los ambientalistas enloquecieron y solicitaron la colectivización de los recursos que nos fueron robados en beneficio de los empresarios. Los gobiernos de turno solo apostaron a la ganancia de los impuestos que cobrarían por la distribución y uso de las nubes. Para el pueblo, el impuesto sobre aquello que nunca tuvimos, la libre disposición del agua.
Los changos de los barrios secos se emplean en las empresas como arrieros. Los más audaces roban gotas de nubes que luego venden para crear microclimas a los contrabandistas de los barrios húmedos. La riqueza se mide en hectopascales. Hasta los animales se arriman a los alambrados verdes que pueden ser regados. Para el resto una estepa de calores sofocantes.
Alambrada la promesa de que ríos y arroyos resurjan de su durmiente sequía, los barrios húmedos custodian con guardias armados lechos de piedra donde alguna vez corrió el agua. Ni lágrimas surcan esas piedras agrietadas de calor. Llorar es un lujo que los secos no nos podemos dar. Acostumbrados al polvo que nos cubre capa por capa, nos olvidamos del color de la piel. Somos los grises que atraviesan el desierto a boca seca, esperando perforar el cemento en el que se convirtió la tierra y parir una napa.
Aún recordamos las largas esperas de la caída del maná del cielo. Desesperados, sacrificamos sapos panza arriba, colgados de árboles, estaqueados. Danzas eternas por turnos suplicando goteras a la inmensidad despejada.
Nuestros rezos a la Pachamama fueron desoídos. La sed nos abrazó secandonos hasta las palabras. El clima dejó se ser un tema de conversación cotidiana. Nos invadió la anegada tristeza de la deshidratación.
Una vez al año la fiesta del agua que coincide con las elecciones. Embriagarse con brazos al cielo de fuentones que son cuidadosamente recolectados para las sequías venideras. Los palanganeros y su colecta anual que venderán a cuenta gotas. La tierra llora de abajo para arriba inundando pieces descalzos que chapotean de alegría barrosa. Una vez al año somos humedad igualitaria que reverdece en esperanza. 24 horas de consumir lo prohibido.
Años de preparación, hartos de las grietas de la piel, de recojer cuerpos disecados por el sol, de esperar el paso de las sombras de las nubes, ardimos un plan. La fiesta se acerca y con ella la venganza.
Logramos convencer a las nubes de escaparse de los corrales. Hartas de las piquetes de voltios que provocan sus lágrimas decidieron ayudarnos. Comenzó el desfile y salieron primero las estratocúmulos bailando al son del viento suave mostrando su desparrame de desuniformidad. Las altocúmulus haciendo formas de animales corrían contentas produciendo un azulblanco despejado. Las cirros y sus hermanas cirroestratos destellaron cristales de nieve finas como agujas cayendo sobre los húmedos. Chubascos localizados con rayos y truenos trajeron los cúmulus y cirrocúmulus. Estratos, altoestratos y nimbostratos arremetieron con lluvias intensas que alternaban gotas gordas con garúas e intermitencias de chaparrón. Deslumbrados mirábamos el espectáculo felices de nuestro triunfo. Solo faltaban las cumulonimbus que se acercaban lentas, atrincheradas en bloque avanzaban palmo a palmo sobre una línea celeste con sus compañeras apostadas a los costados. Sus descargas leves no nos advirtieron el desenlace. Comenzaron desbordando ríos y arroyos. Los caudalosos cauces arrasaron personas, casas, todo a su paso. Algunos precavidos subieron a las alturas, pero fue cuando llegó la helada sepultandonos a todos por igual. Húmedos y secos pagamos el precio de dañar la tierra, de agotar recursos. Como destructores de mundos, fuimos aniquilados.
Paridas y malparidas nubes poblaron los cielos, llenaron la tierra con sus frutos húmedos de vida.
Los pocos que quedamos estamos agradecidos a las nubes que nos recuerdan felices quienes son las dueñas del verdadero mundo, en el que estamos de prestado.
La mejor, admiración a tu talento.
Gracias Camila!
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