En la “gloria”

A medida que crecía la oscuridad afuera en la terraza, el brasero iluminaba más. El pan con manteca y dulce me gustaba mucho. Tanto como ese estar demorado en el lavadero masticando las fantasías que llegaban desde la radio. La abuela, mamá y yo escuchábamos a esa hora de la tarde un radioteatro que ofrecía siempre llantos y carcajadas sonoras. A veces hirientes y despreciativas. Los cascos de los caballos retumbaban en la terraza y se alejaban hacia la próxima batalla. La audaz muchacha se reía de su pretendiente tan pudiente y pulcro. Tan educado. Porque ella amaba a otro no tan perfecto. El amor es ciego pero sabio decía mi abuela mientras tejía su crochet. Y mi mamá planchando aprovechaba para acotar; se va a arrepentir. No sé por qué pero la escena la recuerdo con la luz de una tarde de invierno. Con el brasero calentando el pequeño lavadero. Las tres concentradas. Cada una en su tarea.  Una señora mayor, una mujer con más de treinta y una nena ya cerca de los ocho años. Nos aunaba el radioteatro en un montón de emociones contradictorias y seguramente muy distintas.

Esto sucedía un rato antes de bajar a la cocina para comenzar con “mis tareas escolares”, mientras ellas se dedicarían a preparar la cena. Yo había vuelto recién de la escuela. Iba al turno tarde porque a mi mamá no le gustaba levantarse temprano. Era sabido por todos en la familia que le gustaba remolonear. Y a mí también. Todavía me gusta. Después de almorzar y de la mano de mi abuelo partíamos hacia la escuela primaria de niñas de la calle Estrada. Que era la mejor del barrio, según mamá que había averiguado bastante antes de anotarme. Como mi abuelo era un tipo responsable y serio varias mamás le pidieron que llevara a la escuela también a sus hijas. Entonces en esas diez cuadras que caminábamos todas las semanas, de lunes a viernes, íbamos recogiendo, casa por casa, a las otras chicas. Don Antonio es tan bueno. Todas agarradas de la mano para cruzar las calles. Decía mi abuelo. Las más chicas cerca mío. Todavía a veces recuerdo el calor de esas manos, porque eran como un protegido refugio. Era sentir que yendo de su mano nada malo podía pasarme.

Ahora vuelvo la vista al lavadero y escucho los comentarios breves de mamá y de la abuela adornando las radionovelas. Sarcásticas y risueñas las completaban para mí. Con nuevos sentidos. Era un breve y glorioso rato. Si bien glorioso es un adjetivo extraño para “rato” es justo lo que quiero decir. Glorioso en cuanto al placer que yo sentía. Todo estaba bien. En su lugar. Y yo me sentía en “la gloria”. Bendecida por las hadas de los cuentos que me leía papá antes de dormir y con el ángel de la guarda protegiéndome. En el libro del catecismo había un ángel y un diablo detrás de cada niño y niña. Según me había dicho la catequista dependía de cómo yo me portase se me acercaría uno o el otro para apropiarse del corazón. Una mentira pequeña y me imaginaba al diablo más cerca y veía manchas negras en mi corazón. Y al ángel alejándose. Una mentira grande y ya estaba perdida. El diablo me abrazaba por detrás y al ángel ya no lo distinguía perdido en el horizonte. Si le prestaba las pinturitas a mi compañera de banco el ángel me acariciaba la cabeza. Y mi corazón aparecía inmaculado. Y así durante todo el día yo imaginaba al ángel y al diablo acercándose o alejándose según mi comportamiento. Menuda tarea la mía. Como verán a mi nutrida imaginación el catecismo había llegado para agregarle unos cuantos sabrosos condimentos.

Cuando ustedes me encontraron en el lavadero yo recién había llegado de la escuela y sentía que todo estaba saliendo perfecto. El pan con manteca y dulce. El ángel con su mano sobre mi hombro. El Billiken que me esperaba obediente sobre la silla con un nuevo capítulo de Los Tres Mosqueteros. Adoraba a D´Artagñan tan valiente y buen mozo. Yo todavía no me enamoraba de los personajes de las novelas. No porque no quisiese sino porque me parecía que no estaba bien. Y capaz que el ángel se alejaría mucho si se me ocurría enamorarme. Eso era para las chicas más grandes. Y mejor esperar y portarse bien. Tiempo al tiempo decía mi abuela cuando yo soñaba demasiado rápido. Todo llega agregaba. Y yo le creía. La radio que nos regalaba peleas con cuchillos que sonaban agudas y terribles. La sangre que salpicaba las manos podía verse. Dale el mate a tu mamá decía la abuela y yo dejaba la batalla y volvía al lavadero, a la oscuridad creciente de la terraza y al brasero que calentaba mucho y me ponía cada vez más rojos los cachetes. Segura y feliz. En “la gloria” casera que ahuyentaba a los fantasmas perdidos y a los espíritus malditos. Allí nada malo podría pasarme nunca.

6 COMENTARIOS

  1. Hermoso recuerdo de infancia. Qué lugar protector esis momentos repetidos con fantazías infinitas me desperto recuerdos hermosis de mi niñez. Yo sime enamoraba….

  2. Excelente relato Noemí, bravo! Me imaginé cada personaje en su tarea, con sus “roles” y las vivencias de un mismo hecho en las distintas realidades. Muy bueno 😃

  3. Hermoso. Leerte mi lleva a pensar, que a veces uno puexe escribir, el cuento de tu vida, porque a tenido una vida de cuento, y la sensibilidad para ponerlo en palabras sencillas

  4. Cuantos recuerdos me trae tu cuento, tu mamá Isabelita, tu abuela la veo conversando con tu abuelo, no sabía de qué hablaban, pero pensaba, que hermosura que tengan tantos temas para dialogar. La escuela de Estrada, yo vivía a dos cuadras, me lo imagino a don Antonio llegando con todas ustedes, con sus guardapolvos blancos. Y a ustedes tres escuchando la novela, con pan y manteca que rico. Que buen viaje en el tiempo. Me encantó. Gracias

Comments are closed.